¡Están locos estos europeos!

Albert Uderzo falleció la semana pasada. En sus geniales historietas, el dibujante nos retrotraía a una Europa antigua, unida a la fuerza, romana. Una Roma difícil de entender y de vivir a los ojos de los irreductibles galos. Ya en la Europa de 2020, en un mundo absolutamente distinto, sigue habiendo multitud de comportamientos incomprensibles. Y es que es evidente que el panorama social, económico y político actual es sustancialmente diferente del vigente hasta hace unas pocas semanas, y aunque la pandemia de Covid-19 está afectando profundamente a la vida de los ciudadanos y las ciudadanas de Europa, que viven entre estrategias, planes y medidas nacionales que distan mucho unas de otras, tenemos la certeza de que toda la ciudadanía europea afronta el mismo problema. En este contexto, es cierto que la respuesta común de la Unión Europea a la crisis ha sido relativamente rápida aunque limitada a las competencias de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo.

Entre otras medidas, destaca la relajación de las normas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, cuya aplicación había provocado tantas restricciones de gasto público y social en los últimos años. También se ha propuesto una política de la competencia algo más laxa, que tiende la mano a ayudas estatales más permisivas, a fin de dotar de liquidez y apoyar de manera más eficaz a empresas y autónomos, generadores de riqueza y empleo en nuestras economías. Otra medida de calado es la propuesta consistente en incluir más posibilidades en cuanto a actuaciones cofinanciadas con Fondos Estructurales y de Inversión Europeos, que va acompañada de alguna que otra de simplificación en el ámbito de la compleja gestión de los mismos, y de la puesta a disposición de mayores asignaciones financieras. Gracias a ello, a través del Fondo Social Europeo y del Fondo Europeo de Desarrollo Regional, pronto se podrá financiar infraestructuras, equipos, material sanitario y un amplio abanico de acciones en apoyo a las empresas y a los trabajadores. También se pretende ampliar el objeto del Fondo Europeo de Adaptación a la Globalización, diseñado inicialmente y en términos generales para ayudar a los trabajadores y las trabajadoras que hubieran sufrido despidos como consecuencia de alteraciones en los mercados por causa de la globalización, y se prevé que el Fondo de Solidaridad de la Unión Europea, destinado a cubrir el coste de acciones de urgencia para paliar los efectos de catástrofes naturales, esté ahora abierto a sufragar gastos relacionados con crisis sanitarias.

No hay poción mágica, pero todas son acciones importantes y bienvenidas. La mayoría toma su origen en la Comisión Europea, la institución que debe velar por los intereses comunes de la unión. Sin embargo es habitual, incluso en situaciones de bonanza económica, que algunos Estados miembros suelan comportarse de manera excesivamente celosa, probablemente movidos por intereses políticos cortoplacistas, y terminen bloqueando propuestas interesantes de la Comisión. Si ya en la negociación del futuro Marco Financiero Plurianual 2021-2027 de la UE, la pelea estaba en si el presupuesto de la UE debía estar en cifras más cercanas al 1,07% o al 1,30% (en términos de Renta Nacional Bruta media de los Estados que la componen) –lo cual parece, en cualquier caso, un presupuesto diminuto para lo que debería ser algún día un gran territorio federal, integrado y cohesionado–, hoy por hoy la discrepancia gira en torno a si un Estado en dificultades debe tirar del Mecanismo Europeo de Estabilidad, que va acompañado de medidas de condicionalidad macroeconómica, al estilo de las reformas fiscales que padecimos en Grecia, Portugal o España a raíz de la anterior crisis financiera, o si en realidad Europa merece un ambicioso, potente y expansivo Plan Marshall que contribuya a apoyar a la economía europea en un momento decisivo de su historia. Si la crisis económica que llama a la puerta genera todavía más desafección y descrédito hacia la Europa supranacional, podríamos encontrarnos ante un problema político colosal.

La realidad es que la pandemia azota al mundo, tanto en términos sanitarios como económicos y sociales, y las herramientas con las que cuenta la Unión Europea para afrontarla son absolutamente insuficientes. La razón: la cerrazón y el egoísmo de algunos Estados, a menudo temerosos de perder posiciones o soberanía, al tiempo que la actualidad geopolítica evidencia que una unión de estados como esta, única por su naturaleza, complejidad y nivel de integración, debe ser capaz de responder al unísono, y de manera rápida, eficaz, cohesionada y solidaria, al mayor reto que afronta desde su creación tras la Segunda Guerra Mundial. Parece que ha llegado el momento decisivo en que la ciudadanía europea debe tomar conciencia y posiblemente apostar por una Unión Europea que disponga de los medios para reaccionar y llevar a cabo las reformas y las políticas adecuadas en los ámbitos económico, fiscal, social, sanitario, medioambiental y humanitario –no olvidemos otra gran crisis, la humanitaria en el Mediterráneo–… antes de que el cielo se nos caiga encima.