Luisa Carnés: el rostro de la generación del exilio
Cuatro páginas después de abrir el libro Trece Cuentos (1931-1963) de Luisa Carnés aparece a doble página la imagen de un pequeño bolso de mano: es de cuero y está desgastado, pero todavía conserva su forma original, se aprecian sus detalles en color plata y bronce que dibujan líneas rectas imperfectas y formas geométricas que cubren toda la fachada de la cartera. Al abrir el bolso se dejan ver antiguas cartas y postales, cada una de un tamaño y vejez diferente. De una de las cartas sobresale ligeramente el nombre del destinatario: Sra. D. Luisa Carnés Caballero mientras que de otra se distingue el año de partida: 1949.
Se trata del bolso con el que la joven escritora madrileña Luisa Carnés partió al exilio cruzando la frontera francesa por Cataluña en 1939. Allí, no tardó en escapar de la tristeza de los campos de refugiados franceses y partir hacia México, uno de los pocos países que en aquellos años se preocupó de la suerte de los exiliados republicanos españoles.
Luisa Carnés nació en el Madrid de 1905 en el seno de una familia obrera del barrio de Las Letras. A los once años se vio obligada a dejar la escuela para entrar a trabajar en un taller de textil. El presupuesto de su familia siempre fue escaso: su padre era barbero mientras que su madre -ama de casa- solo se había dedicado a lavar y planchar ropa de casas ajenas antes de dedicarse por completo a la maternidad. La niñez de la futura escritora estuvo condicionada por los factores socio-económicos en los que creció: Luisa fue una niña obrera.
Juan Ramón Puyol habla sobre lo que conoce de su abuela con ilusión, como si se encontrase frente al mantón de doblones tras la larga travesía de Jim Hawkins hacia La Isla del Tesoro. Junto con su familia, lleva años haciendo una profunda labor de difusión de las obras heredadas con el fin de evitar que la memoria de lo que fue una gran mujer caiga en el olvido. Puyol cuenta que Luisa fue una mujer “honrada, discreta, amorosa, sencilla… mi madre la admiraba mucho por ello”.
Hace poco más de treinta años desde que se comenzó a tener en cuenta su obra dentro de la literatura española de la generación del 27, y tan solo cinco desde que la editorial asturiana Hoja de Lata publicó por primera vez una de sus obras más emblemáticas: Tea Rooms (Mujeres obreras), escrita en 1934. “Luisa Carnés fue fruto de una maravillosa coincidencia, tomando cervezas después de una presentación estábamos intercambiando títulos que nos habían interesado y un compañero nos habló de una novela de una autora española del exilio, desconocidísima. La novela era Tea Rooms y le había causado una gran impresión”, cuenta Daniel Álvarez, uno de los fundadores de la editorial.
Mientras Luisa Carnés desempeñaba su primera labor en un taller de sombrerería jamás abandonó la lectura. Le sirvió como puente para alcanzar su sueño: ser escritora. Las condiciones de aquel empleo fueron durísimas. Trabajaba por el día y leía y escribía sus primeros relatos por las noches. El historiador Antonio Plaza, que desde los años 90 se ha encargado de reconstruir la trayectoria personal y literaria de Luisa Carnés, cuenta que la escritora fue una joven autodidacta que intentó aprender de donde puedo, “para ella la vida fue la primera maestra, luego descubrió que había otras formas de aprender, ahí comenzó a leer todo lo que caía en sus manos en aquella época: novelas baratas, folletines…”, matiza.
“La lectura para ella fue un medio, porque necesitaba leer a otros autores para empezar a escribir” prosigue Antonio Plaza. La joven Luisa consiguió publicar su primera obra en 1928, Peregrinos del calvario, pero no se consagró como auténtica escritora hasta un año más tarde, cuando publicó Natacha. El historiador madrileño asegura que Luisa Carnés escribió la novela para dar cuenta “de la realidad de cómo es la vida de esas obreras que vivieron desde niñas una vida de penalidades, en casa y en el trabajo”.
También en 1928 comenzó a trabajar de forma permanente como mecanógrafa en la Compañía Iberoamericana de Publicaciones (CIAP) donde conoció a quien sería su futuro marido, el dibujante, escenógrafo, autor de cubiertas de libros y cartelista (el responsable del aviso “No Pasarán”), Ramón Puyol. Es probable que durante estos años, Luisa Carnés estableciera las relaciones políticas que más tarde se traducirían en una militancia literaria y periodística que le costaría el exilio. La empresa editorial (CIAP) quebró en 1931, el mismo año que dio a luz a su único hijo Ramón. Así, las dificultades económicas comenzaron a sobrepasar a la joven pareja, tanto fue que decidieron mudarse a la ciudad natal de Puyol: Algeciras en Cádiz.
Tres años más tarde, en 1934, Luisa Carnés publicó su obra más simbólica Tea Rooms (Mujeres obreras) donde narra la historia de la joven Matilde, una dependienta de una distinguida cafetería del centro de Madrid. El texto alterna el uso del narrador interno desde el punto de vista de la protagonista omnipresente (conoce cada detalle de lo que sucede sin necesidad de estar presente) y un narrador externo que analiza de forma cruda los pensamientos y las acciones de Matilde.
La escritora, investigadora y profesora de Literatura en la Universitat Autónoma de Barcelona, Francisca Montiel Rayo, explica que Tea Rooms aborda la situación de las mujeres trabajadoras de los años treinta, lo que supone una reivindicación por la igualdad de los derechos de la mujer. “La novela no se puede deslindar del mensaje social y político que incluye, porque Luisa Carnés la escribió con una conciencia de clase evidente”.
Hace ya unos años que la novela ha sido reeditada por Hoja de Lata. Daniel Álvarez cuenta que la acogida de la obra fue sensacional, en concreto, encajó bien con mujeres jóvenes que se sentían identificadas con lo que Luisa Carnés contaba por boca de Matilde. Álvarez se pregunta que por qué 80 años después se sigue padeciendo la misma situación laboral precaria para muchas mujeres.
Pocos meses después de publicar la novela, la escritora decidió dedicarse a la actividad periodística principalmente. Entre 1935 y 1937 se separó de su pareja sentimental y se aproximó más a la ideología del Partido Comunista Español (PCE) en defensa de la libertad y la República. Durante la Guerra Civil no cesó su labor en los diarios Estampa y Ahora, aunque emprendió una mayor labor en la divulgación de contenido para el PCE. Poco después se trasladó a València y en 1937, junto con otros intelectuales y políticos perseguidos por el Frente Fascista, Luisa Carnés emigró a Barcelona para finalmente cruzar la frontera a Francia en 1939.
Tras una breve etapa en un campo de refugiados francés, la escritora consiguió un permiso para viajar a México junto con su hijo Ramón. En el exilio trabajó incansablemente: escribió muchas obras (por ejemplo la biografía por encargo de Rosalía de Castro o Juan Caballero) y publicó en medios mejicanos. Aunque su carrera profesional se fue desarrollando bien, jamás logró aquello que anhelaba: retornar a su país de origen. “Ella pidió permiso para volver a España, para visitar a su familia, cuando su padre ya estaba muy mayor. Aunque lo solicitó, nunca tuvo respuesta de las autoridades. Probablemente su nombre estaba en alguna relación de personas non-gratas”, concluye Antonio Plaza.
El 12 de marzo de 1964, a los 59 años de edad, Luisa Carnés falleció víctima de un accidente de tráfico. Quizá ha llegado el momento de responder a esa última frase que cierra Tea Rooms (Mujeres obreras): “¿Cuándo será oída su voz?”. La labor por reconstruir su memoria continúa a día de hoy. “Para entender quiénes somos ahora mismo necesitamos vernos en el espejo de nuestros mayores, en concreto yo tengo el espejo de mi abuela muy cercano, por suerte ha sido maravillosa la recuperación”, reflexiona Juan Ramón con voz pausada y pensativo al poco que va concluyendo la entrevista.
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