Soy nulípara, o lo que es lo mismo, soy una mujer sin descendencia. Afortunadamente este término que me suena a ave (ovíparas) no resulta habitual. Lo de nulípara proviene del latín: nullus (ninguno) y parere (parir, dar a luz, engendrar) y como la expresión “No madre” construyen la identidad de la mujer desde la negación. Esa fórmula de nombrar o de pertenencia a una “realidad” desde la denegación no me gusta, vaya por delante.
No es la única cuestión que no me gusta y, probablemente conmigo coincidirá un colectivo cada vez mayor: casi un 30% de las mujeres nacidas en la década de los 70 no tiene hijos, según se recoge en el libro ‘No madre. Mujeres sin hijos contra los tópicos’ de la periodista María Fernández-Miranda.
La gente piensa que algo pasa cuando rebasas los 40 sin descendencia. Entonces desde el cariño, la inocencia, la compasión, o desde la más profunda ignorancia, te facilitan toda suerte de advertencias y consejos acerca de tu horizonte vital: “No te lo dejes, que se te pasa el arroz”, “No te preocupes, ahora con los avances que hay, aún estás a tiempo”, “Tú lo que tienes que hacer es salir por ahí, enrollarte con el que más te guste y ser madre”, “Se es madre de muchas formas, también puedes adoptar…”
La maternidad es una opción y como tal se puede elegir o no. Hay mujeres que quieren y no pueden. Las hay que no quieren y pueden. Quizá una mujer no ha optado por la maternidad por circunstancias personales, o quizá exista un motivo biológico. Lo realmente novedoso ahora es con las maternidades a la carta y sus infinitas posibilidades médicas, la opción de ser madre se prorroga más allá de la edad fértil y su famoso reloj biológico, y la pregunta sobrevuela de forma continua, lo que obliga a la mujer a justificarse ante los demás y ante ella misma. Ese eterno “todavía estás a tiempo” se puede enquistar y devenir cancerígeno cuando se sitúa en primer plano y no deja avanzar.
En ‘No Madres’, Fernández-Miranda relata su calvario por una no maternidad no elegida: siete fecundaciones in vitro fallidas; hace un retrato de las adelantadas en esta condición: Coco Chanel, Katharine Hepburn, Oriana Fallaci, Frida Kahlo o Marilyn Monroe, entre otras, y entrevista a famosas contemporáneas que no son madres entre las que se encuentran: Rosa Montero, Mamen Mendizabal, Maribel Verdú, Alaska o Paula Vázquez. Todas coinciden en verse a sí mismas como “raras” y afirman que a las que dan a luz no se les pregunta, de lo que se deduce que, todavía hoy, la elección de la no maternidad se considera anómala.
No me gustan los juicios de valor y menos en este ámbito. No me gusta que se asocie el egoísmo o la ambición laboral como causas de no haber sido madre, como tampoco me gusta las opiniones descalificativas hacia las mujeres que son juzgadas por dedicar más tiempo a la crianza de sus hijos que a su trabajo. Cada mujer, como todo hombre, es libre para tener o no descendencia y gestionar su vida de la forma que buenamente pueda.
Y dicho sea de paso, tampoco me gusta la malsana fórmula de buscar un nombre desde la negación: nulípara o “no madre”. Puestos a catalogar, habría que buscar un término que englobase tanto a hombres y mujeres que no se reproducen. Son ejemplares únicos e invito a lingüistas y genetistas a buscar un neologismo que diera cuenta de esa unicidad desde la particularidad y no desde la privación. Y ya que estamos, de igual manera que hay un día para el padre, la madre o los abuelos, pediría un día para celebrar la pertenencia a un colectivo que representa ya más de un 30% de la población.