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Los años valencianos de María Moliner: las 105 bibliotecas rurales que creó durante la República le costaron el exilio interior en el franquismo

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Exilio. (Latín «exsílium», de «exsilire», de «salire»; V. «SALIR».) *Destierro, en especial, el impuesto a la persona de que se trata por las circunstancias de su país y, más particularmente, por las persecuciones políticas”.

Así define la bibliotecaria, filóloga y lexicógrafa María Moliner (Paniza, Zaragoza, 1900 - Madrid, 1981) en su extraordinario Diccionario de uso del español la etapa vital de exilio —interior— iniciada el 29 de marzo de 1939, cuando las tropas franquistas ocuparon València. Durante los 16 años que vivió en el número 22 de la Gran Vía Marqués del Turia con su familia, María Moliner presenció el advenimiento de la Segunda República, un proyecto histórico que se abría a las ideas de renovación pedagógica, puso en marcha la escuela Cossío de València y, en 1935, dirigía 105 bibliotecas rurales valencianas.

La victoria del bando franquista en la Guerra Civil supuso para Moliner y para su marido la depuración y el fin del ideal republicano de progreso y cultura. “En la etapa valenciana el diccionario está durmiente, hay dos posibilidades: que el exilio interior fuera el momento de llevarlo a cabo, pero no está claro si fue el único motor, o que ella tenía en la cabeza esa idea y fraguó”, explica a elDiario.es la periodista Inmaculada de la Fuente, autora de El exilio interior. La vida de María Moliner (Turner, 2018). La creadora del Diccionario de uso del español por fin cuenta con un monolito, instalado esta semana por el Ayuntamiento y la Universitat de València, en la ciudad en la que residió durante la República, la Guerra Civil y la posguerra.

Moliner y su marido, el catedrático de Física Fernando Ramón y Ferrando, se asentaron en València en 1930. Allí obtuvo una vacante en el archivo de la delegación provincial de Hacienda mientras que su marido se incorporó a la cátedra de Física de la Universitat de València. En la capital del Turia, el matrimonio intima con otras parejas con inquietudes pedagógicas y regeneracionistas comprometidas con la Institución Libre de Enseñanza. El curso 1930-1931 arranca en València con una nueva institución educativa, la Escuela Cossío creada por el matrimonio y sus amigos, en la que Moliner dará una clase semanal de Gramática y un cursillo de Literatura.

La figura clave del grupo de amigos fue el ingeniero y profesor de la Escuela de Artesanos José Navarro Alcácer, quien evoca la Escuela Cossío como un compendio de “amor a la ciencia y a la libertad, aprendizaje racional, con textos y trabajos que los propios alumnos construían, observación directa de la naturaleza, excursiones periódicas...”. Los impulsores de la Escuela Cossío “tenían ideas regeneracionistas, aunque tuvieran ideologías distintas; fundamentalmente eran liberales”, dice la biógrafa de Moliner.

La República lleva aparejado también el impulso de la cultura en todos los rincones de España. Moliner, comprometida con el fomento de la lectura, fue una de las encargadas en València de llevar a cabo la mítica idea de Francisco Giner de los Ríos: mandar los mejores maestros a las peores escuelas. La filóloga y sus amigos pronto crean la delegación valenciana de Misiones Pedagógicas, de la que Moliner es nombrada vicepresidenta. “Las misiones pedagógicas son muy importantes, es una nueva dimensión personal y profesional para ella, llega un momento en que une su vocación de bibliotecaria con la labor de difundir la cultura en las misiones”, defiende De la Fuente. La biógrafa, escritora y periodista de larga trayectoria en El País, apunta en su obra: “Nunca sabremos hasta dónde habría llegado su dedicación de no haber estado casada, con tres hijos pequeños y uno en camino, Pedro, que nacería en 1933”.

María Moliner era una mujer incombustible, seria y profesional. En 1935 había “logrado articular bajo su dirección ciento cinco bibliotecas rurales valencianas de Misiones Pedagógicas”, escribe su biógrafa. A los pueblos más alejados de las ciudades lleva lotes de libros, algunos seleccionados por Antonio Machado, y organiza esos núcleos rurales de la cultura, que visita asiduamente.

Las visitas de inspección que hace Moliner, y a las que la autora dedica un capítulo de la biografía, muestran ese compromiso con la cultura de toda una generación republicana. Moliner visita Torrent, Montcada, Benimàmet, Albal, Paterna, Benissanó, Rocafort, Guadassuar, Riola —“¡Magnífico pueblo! En la gente y las autoridades existe un interés extraordinario por la cultura”, escribe la ilustre inspectora—, Fortaleny, Cullera, Pinet... En algunos pueblos, la biblioteca funciona mejor que en otros, a veces la dirige el maestro, otras veces vecinos aliados y amantes de la lectura. Moliner visita Ràfol de Salem el 29 de abril de 1935 y anota: “He descubierto un filón con las madres de familia. Muestran generalmente un interés superior al de los hombres por las cosas de la cultura y pienso utilizarlas más adelante como los auxiliares más eficaces”.

La sublevación militar contra la República le pilla en Manzanera (Teruel), la localidad donde pasaba las vacaciones. “Al regresar precipitadamente a València, el rector de la Universidad, José Puche, le encomienda que se encargue de la biblioteca universitaria”, explica De la Fuente. El encargo le da una “presencia muy importante”. Con el traslado del Ejecutivo republicano a València, el 7 de noviembre de 1936, Moliner colabora con la bibliotecaria Teresa Andrés, militante comunista y delegada del Ministerio de Instrucción Pública.

Encargada de la oficina de adquisición de libros, la filóloga “redacta en 1937 el plan de reorganización de bibliotecas del Estado para que haya una relación entre todas las bibliotecas públicas, y las privadas que quisieran adherirse”, señala su biógrafa. “Era una mujer discreta y muy centrada en su familia pero tiene contacto con todos los intelectuales, porque le piden libros o porque sabe que están allí y ella los admira y se pone a su disposición”, apostilla De la Fuente. Cuando el Gobierno abandona València hacia Barcelona, el 31 de octubre de 1937, a María Moliner le ofrecen partir hacia la capital catalana pero “no acepta por motivos familiares y porque estaba a gusto en València, a pesar de la guerra y de los bombardeos”.

El 29 de marzo de 1939, la familia se asomó al balcón del número 22 de la Gran Vía Marqués del Turia para observar a las tropas que ocuparon València. “Empezaba la derrota”, escribe De la Fuente. La familia Ramón Moliner se plantea marchar al exilio —exterior— pero al final se quedan exiliados en su propia ciudad. El matrimonio sufre un proceso de depuración: Fernando Ramón, cercano a Izquierda Republicana, pierde su plaza de catedrático de Físicas y María Moliner vuelve a su plaza de archivera en Hacienda. “Los recuerdos se queman”, decía Moliner. En la estufa de la casa familiar ardieron papeles comprometedores. En la nueva etapa, la filóloga se matricula en una academia de inglés. “Era una mujer de una enorme determinación y seguridad en sí misma, no se arredraba”, dice su biógrafa.

En 1946, su marido obtiene la cátedra en la Universidad de Salamanca y el matrimonio se instala en Madrid. Finiquitada la etapa valenciana, la filóloga iniciaría en 1951 la redacción de su extraordinario diccionario: “Nadie se lo encarga, se le ocurre a ella misma y además tenía el método”. Trabaja con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y con el Diccionario etimológico castellano e hispánico de Joan Coromines encima de la mesa. “Cuando firma en 1955 el contrato ya tenía toda la casa llena de fichas en cajas de zapatos y luego en las cómodas”, cuenta la periodista Inmaculada de la Fuente. En 1966 publicó el primer tomo del Diccionario de uso del español, de la A hasta la G, y, al año siguiente, el segundo tomo, de la H a la Z.

A la filóloga, ilustre vecina de València, la Real Academia Española no le hizo ni caso (ni falta que le hacía). Su mejor legado está en las estanterías, tiene dos voluminosos tomos y todo el mundo lo llama por su nombre: el María Moliner.

Exilio. (Latín «exsílium», de «exsilire», de «salire»; V. «SALIR».) *Destierro, en especial, el impuesto a la persona de que se trata por las circunstancias de su país y, más particularmente, por las persecuciones políticas”.

Así define la bibliotecaria, filóloga y lexicógrafa María Moliner (Paniza, Zaragoza, 1900 - Madrid, 1981) en su extraordinario Diccionario de uso del español la etapa vital de exilio —interior— iniciada el 29 de marzo de 1939, cuando las tropas franquistas ocuparon València. Durante los 16 años que vivió en el número 22 de la Gran Vía Marqués del Turia con su familia, María Moliner presenció el advenimiento de la Segunda República, un proyecto histórico que se abría a las ideas de renovación pedagógica, puso en marcha la escuela Cossío de València y, en 1935, dirigía 105 bibliotecas rurales valencianas.