La menstruación continúa siendo un tabú y eso impide que se actúe sobre los problemas que genera. Es la denuncia de multitud de colectivos, desde asociaciones feministas hasta las organizaciones de ayuda al desarrollo, que alertan sobre la pobreza menstrual y las consecuencias que puede tener para la salud y sociabilidad de las mujeres que menstruan.
La pobreza menstrual no es sino la forma de referirse a la falta de recursos económicos para poder costear compresas, tampones u otros productos de higiene básica. Los colectivos denuncian que es una de las grandes olvidadas en las intervenciones humanitarias. Nadie cree que es prioritario y, por tanto, acaba dejándose pasar.
El acceso a condiciones básicas de higiene para poder gestionar dignamente la menstruación sigue siendo un problema para miles de mujeres en el mundo y la situación es extremadamente grave en las regiones empobrecidas o en los campamentos de refugiados. Según denuncian diversas organizaciones, a menudo las instalaciones carecen de condiciones de aseo básicas, que impiden a las mujeres que menstrúan mantener una situación de higiene adecuada. Una de ellas es Balloona Matata, un colectivo de activistas que trabaja en la isla de Quíos (Grecia) y centra uno de sus programas en la salud menstrual. Su portavoz, María Escalona, explica que la falta de condiciones de aseo mínimas lleva a las jóvenes a desarrollar distintos tipos de infecciones -vaginales o de orina, principalmente- y a ser aisladas de sus entornos.
La ONGD ha promovido unas jornadas bajo el título “menstruación digna” para concienciar a la población sobre la pobreza menstrual, especialmente la que se da en los campos de personas refugiadas. “Hemos tejido una red de sororidad”, agradece María Escalona, responsable del proyecto. Esta ONG ha desarrollado una campaña de recogida de material de higiene básico para enviarlo a Grecia, aunque, según apunta su presidenta, normalmente prefieren comprar sobre el terreno para favorecer la economía local.
La falta de material higiénico en estas instalaciones lleva a las mujeres a fabricarse compresas con lo que tienen a mano. “Hemos visto trapos, camisetas, incluso trozos de la esponja del colchón... Todo eso acaba en infecciones”, alerta Escalona. La carencia de instalaciones también es percibida como un problema para la seguridad de las mujeres. “Las letrinas [si las hay], suelen estar apartadas y muchas mujeres tienen miedo de acudir solas a cambiarse por si sufren alguna agresión”, explica la responsable del proyecto, que tiene constancia de que se hayan producido agresiones sexuales en este contexto.
La responsable de Médicos Sin Fronteras en la Comunitat Valenciana, Mila Font, hace suyas las reivindicaciones del colectivo. Font, que estudia la pobreza menstrual a título personal, señala que el problema se da en diversos ámbitos: faltan productos de higiene, instalaciones de apoyo -con agua y cerradas para mantener la privacidad-, lugares para poder lavar la ropa y los productos de higiene íntima y, en especial, información para mantener una higiene menstrual digna.
“A algunas mujeres les causa estigma menstruar”, explica la responsable de Médicos Sin Fronteras. Por un lado, señala, les causa vergüenza porque no se habla de ello; por otro, en algunas culturas como la nepalí, existen prácticas por las que las mujeres son apartadas del grupo hasta que dejan de sangrar o se les impide incluso cocinar. Otras, relata, tienen miedo de qué puede suceder con los residuos menstruales, dadas las tradiciones ancestrales de rituales. “Culturalmente es una vergüenza”, alertan. La vergüenza deriva en que las jóvenes no reclamen los productos que necesitan, las ONG no lo tengan en cuenta y se convierta en un problema invisible.
Si bien las organizaciones de ayuda humanitaria han integrado la salud menstrual en sus programas de atención sanitaria en situaciones de emergencia, la realidad es que los productos o no llegan en las condiciones adecuadas o no se tienen en cuenta en el reparto. “Menstruamos todos los meses”, recuerdan las activistas.
“No se incluye esta necesidad que tiene la mitad de la población”, critica Mila Font, que apunta a que los proyectos los suelen llevar hombres y a menudo ignoran estos problemas. “Los productos se incluyen en el paquete de primera necesidad, pero no se consideran una prioridad para repartirse”, apunta Font, que considera que las necesidades de las mujeres son un tema olvidado. “Falta perspectiva de género”, afirman ambas, que ironizan sobre qué ocurriría si los hombres menstruaran. “Dejaría de ser un tema olvidado”, concluyen.