Gracias a la memoria y a la conciencia de clase, 40 años después, aún seguimos aquí. E.P Thompson en su ya clásico “La formación de la clase obrera en Gran Bretaña” decía que la conciencia de clase no es otra cosa que la historia escrita desde abajo, y eso precisamente es lo que este pueblo no ha dejado de hacer desde sus inicios, Puerto de Sagunto representa unos de esos pocos focos industriales de un país pobre y atrasado, gracias sobre todo a unas elites políticas y financieras incapaces de interiorizar los principios democráticos del liberalismo político (e incluso económico – capitalismo de amiguetes). Tras la Guerra Civil, los trabajadores y las poquísimas trabajadoras de los Altos Hornos y sus familias debieron afrontar, todos los retos de la clase obrera en la segunda mitad del siglo XX: vivienda, sanidad, educación, condiciones laborales etc... además de vivir todos los procesos de cambio por los que atravesó una sanguinaria dictadura en sus más de cuarenta años de existencia, luchando por condiciones óptimas y salarios decentes, y en los últimos años del franquismo aspirando a un cambio de régimen con el que llegase un futuro mejor.
Pero sin duda la Reconversión Industrial (1983/1984) representa un momento de inflexión en ese sentimiento de clase. En esos momentos nadie era consciente que la reconversión era parte, de una gran trasformación política, económica y social que se estaba produciendo en el mundo capitalista. La amenaza del cierre de AHM, por parte del primer gobierno del PSOE desde la II República, supone un duro golpe para toda la ciudad y especialmente para el núcleo obrero del Puerto. Ahí comienza una lucha obrera y ciudadana, en la que casi desde el minuto cero, colectivamente y en soledad se entiende que la decisión es política, no económica, aparentemente fuego amigo. Los trabajadores de una antigua ciudad del mediterráneo se enfrentaron al poder mediático de un joven Felipe Gonzalez con una aplastante mayoría absoluta tras de sí. Y con un establishment periodístico e intelectual rendido a los pies de la mesa de billar francés de la Bodeguilla. La tenaz lucha del pueblo Saguntino les rompería el discurso. En esos años 80, el valorado sentimiento de igualdad entre los trabajadores era grande, la fábrica seguía ejerciendo de niveladora. Todavía no se era consciente que el neoliberalismo estaba desplegando su propia utopía.
Todo lo que vendría después en España, lo conto perfectamente James Petras en su conocido informe de los primeros años noventa; como el proceso de modernización de la economía llevado a cabo por el primer ejecutivo socialista impacto de manera negativa en la calidad de la vida social y de la organización social de dos generaciones de trabajadores quebrando la solidaridad y la conciencia de clase. De aquellos barros estos lodos del presente. Quizás hoy más que nunca es importante que aprovechemos estos aniversarios; unos para recordar lo que fuimos, y otros para conocer a que jugaban sus mayores. Pero sin duda para poner en valor que aquella batalla, por la envergadura del enemigo era imposible de ganar. Fue una digna derrota de un pueblo que lucho valientemente unido en pro de un bien común. Aquella resistencia debería ser un símbolo para una ciudad que quiere seguir siendo un polo industrial de primer orden, y sobre todo para la juventud trabajadora. Los referentes son importantes, si no sabemos de donde venimos es imposible saber a dónde vamos. Es curioso como estos aniversarios parecen no interesar a algunos colectivos, especialmente llamativo el perfil bajo de los que hacen bandera de la identidad territorial, pero bueno eso será otro análisis. Este año lo que nos toca con orgullo es reivindicar que aquella lucha valió la pena y que gracias a ella se consiguieron no solo unas buenas condiciones para los trabajadores que tuvieron que abandonar sus puestos, sino que se sentaron las bases de un proceso de reindustrialización que ha llegado hasta nuestros días. Quizás la actual realidad económica de la ciudad sea la más dulce venganza de todas las personas que lucharon hace cuarenta años contra aquella frase del todo poderoso ministro de Industria Carlos Solchaga “La mejor política industrial es la que no existe.”
Porque fueron somos, porque somos serán.