“Aquest poble és un poble que desperta i comença
a ferir-se de llum molt a espai la carn.
Aquest poble se sap la destrossa i coneix
qui alça la mentida i el mur i la mordassa.
Aquest és un poble que voleu ben mort.“
Marc Granell. València, 1983
El País Valenciano en este 2022 camina por el 40 aniversario de autonomía. ¿El Estatut del 82 fue el deseado o un arreglo para pasar? ¿Era el que se necesitaba, el posible, el que permitiría la evolución del ser al no ser o el que los sátrapas estimaron suficiente cuando se carecía de proyecto? Ese fue el error en el principio: construir sin plan, sin consolidar los fundamentos, sin masa crítica. El fervor autonómico que embargó las voluntades en 1982 se escribió con renglones torcidos. Y también con mala fe. No se delimitó el inicio y nunca se marcó el objetivo. Un barco a la deriva, sin bitácora ni sextante, condenado al naufragio. ¡Bien lo sabían los legisladores que diseñaron el amanecer autonómico en el conjunto español! Y se entró al trapo sin mirar más allá. El nombre no importa. Tres provincias: partes desiguales de una demarcación autonómica. La historia, el derecho, el acervo, la cultura y además, la lengua, no importan. Son factores, circunstancias, peculiaridades, anacronismos, quimeras, identificadores. Excentricidades de quien intuye la utopía. ¿A quién se le ocurrió aceptar la transferencia de competencias– de la envergadura de la sanidad y la educación o la cultura y los servicios sociales– sin establecer al milímetro su financiación y la gestión tributaria?
Caída
¿En qué pensaría la directora adjunta de La Vanguardia, Lola García, cuando se decantó por ‘El muro. El poder del Estado ante la crisis independentista’ como título del libro que está presentando? Este curioso ensayo viene precedido de otro anterior: ‘El naufragio, la deconstrucción del sueño independentista’, en el que relató, desde su óptica y a base de hechos, el hundimiento de Catalunya, la política y sus instituciones, por un estrepitoso error de cálculo de las fuerzas políticas catalanas predominantes y sus líderes, en el llamado “procés” independentista. En ‘El naufragio’ relata la hecatombe interna de Catalunya, desde dentro, protagonizado por sus mascarones de proa y en ‘El muro“ analiza el papel y los errores de los presidentes del Gobierno de España –José Luís Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Pedo Sánchez–, que han lidiado con el soberanismo catalán. Ha sido escasa la fortuna de estos personajes. Sí han sido graves las consecuencias para la convivencia entre los españoles. Introduce una cuña reveladora: los virajes del juez Marchena, en su día adelantado en la función de la judicatura dominante con la pretensión de defender España. ¿Les corresponde? ¿Se exceden? Justo estos días estamos asistiendo al desacato del poder judicial. El que se debate ante la disyuntiva de contravenir su función primordial de hacer cumplir la ley o acatar el mandato constitucional de renovarse en los plazos establecidos en la Constitución. Que los obliga.
Con la dimisión de su presidente togado, Carlos Lesmes, sobre sus cabezas. Lo nunca visto hasta ahora en la joven democracia española. Los legisladores de la Transición volvieron a fallar. Lola García, plantea que la política general española debe asumir su parte de responsabilidad en el fracaso catalán. Al que nadie, desde la derecha ni desde la izquierda, es capaz de enderezar.
Fortificación
Esas dos descripciones de un naufragio catalán y del muro insalvable entre Catalunya y el resto de España, no dejan apenas espacio para el fenómeno del País Valenciano. El caso lacerante que se ve reprobado por el centralismo del Estado español. El poder centralista que lo condena al ostracismo y el extrañamiento que se advierte en la Generalitat Valenciana del Botànic hacia sus vecinos catalanes y de Balears. Los que deberían ser sus aliados naturales por proximidad geográfica y logística. Por historia, cultura, afinidad idiomática, coincidencia económica, convicción europeísta, mediterraneidad, ubicación periférica y estrategia reivindicativa. Los problemas paralizantes de los tres territorios–catalán, valenciano y balear– coinciden casi en la mayor parte de su estremecimiento. Es la única esperanza de llegar a una solución negociada con la administración central del Estado. La convivencia y el progreso en el Eje Mediterráneo y en el conjunto español, depende de que la entente catalano-valenciano-balear sea, primero, posible y después, una realidad basada en la inteligencia, el diálogo, la generosidad, el entendimiento económico y social. Si se pretende lograrlo es imprescindible la regeneración de los partidos políticos que los gobiernan. Que sus líderes piensen en el bienestar y el progreso de sus diferentes países y de la inevitable participación en el proyecto español. El único, el Reino de España, con rango de Estado Miembro de la Unión Europea. Comunidad de 27 países cuya dimensión supranacional nos sobrepasa y nos protege, frente a despotismos y amenazas. En el largo y árduo camino hacia la Europa de los ciudadanos.
9 d’Octubre del 22
Cuarenta años de autonomía no es una broma. Ocho años de Consell del Botànic (PSOE, Compromís, U. Podemos), tampoco. Ocasión única y quizás irrepetible, para enderezar la acción de gobierno desde la Generalitat para con los valencianos. Desde el Estatuto de 1982, que fue un ensayo palpitante. Uno de los partidos que lo constituyen–Compromís– tiene la responsabilidad en su frontispicio y la obligación de cumplir lo juramentado cuando sólo era una promesa. Había que regenerar el país. Los valencianos estamos siempre en proceso de reconversión. La Renaixença acabó con cuatro coronas de laurel y la “coentor” de los juegos florales. Don Teodoro Llorente Olivares soporta sobre su cabeza los excrementos de la ornitología sobre su testa, en la estatua que lo inmortaliza en la avenida del marqués del Turia. Constantí Llombart (“Los fills de la Morta Viva”), permanece proscrito en un “carreró” junto al Mercado Central.
En 2015 la Comunidad Valenciana y su Cap i Casal venían de cuatro y cinco lustros de desmemoria y corrupción. Los electores decidieron cambiar el rumbo del país y de su capital. Hubo que poner orden en las finanzas y pagar las deudas. Aún se debe. El consistorio valenciano, –Joan Ribó al frente–, dueño de su hacienda y de sus actos –la única autonomía posible– recondujo y saneó su tesorería. Hoy amortiza la deuda y ha recuperado la capacidad de endeudarse en base a su solvencia. El gobierno español le niega ayudas (al transporte municipal) e infraestructuras en la proporción que lo hace con otros municipios más y menos importantes que el de València: Madrid, Barcelona, Zaragoza, Bilbao, Marbella o Málaga. El PSOE en Madrid teme que Ribó revalide la alcaldía. Pieza clave en la ciudad y el país. Sin Ribó los pactos del Botànic, La Nau y Rialto no hubieran sido posibles. El gobierno de Sánchez le escatima recursos para el túnel pasante del ferrocarril. Con el fin de liberar el acceso de los trenes a la ciudad y la baza de la culminación del Parque Central. Espacio crucial que despertará a València del colapso ferroviario. Devolvería a la ciudad la posibilidad de equilibrar sus zonas verdes. Recuperaría la normalidad urbanística interrumpida con el encontronazo, hace más de tres décadas, entre Josep Borrell, ministro socialista de Obras Públicas y Rita Barberá, alcaldesa de València por el Partido Popular.
Agenda abierta
En el 9 d’Octubre de 2022 la Comunidad Valenciana tiene pendiente la financiación autonómica justa y digna. Demasiadas veces prometida y nunca cumplida. El cacareado Corredor Mediterráneo. La conexión de las tres capitales provinciales y de éstas con Catalunya por AVE. La normalización de la buena relación de los recintos portuarios, que regenta el Estado, con las ciudades: València, Castelló, Alicante, Gandía y Sagunt. Sigue sin resolver la interconexión valenciana con las grandes redes y directrices culturales. Las ayudas al palacio de la Ópera, en los mismos niveles que se hace con el Palacio Real de Madrid, el Liceo de Barcelona, o la Ópera de Bilbao. La Comunidad Valenciana, paradigma de resignación y docilidad, ha renunciado al proyecto de “Commonwealth Mediterránea” (Enric Juliana dixit) con Catalunya y Balears como compañeros de viaje. Las coordenadas políticas del gobierno PSOE- U. Podemos, ni la entiende ni la quiere ni se espera entre sus prioridades. Se sigue ofrendando nuevas glorias a España a costa de los intereses de los valencianos. Las Cámaras de Comercio de la Comunidad Valenciana, en la órbita oligopolística de la Cámara de España, -su cúpula en Madrid– son instituciones que han perdido su razón de ser y la finalidad por la que existen Han derivado en apéndice de un selectivo grupo de presión empresarial en connivencia con el poder del Estado. Para mayor vergüenza de la Generalitat, que ostenta sus competencias plenas para controlarlas y dedicarlas al servicio de las pequeñas y medianas empresas valencianas. Un instrumento de intermediación irrepetible e infrautilizado, entre la Administración autonómica y la economía real. Hoy está entregado graciosamente en manos de los grupos de presión empresarial y las patronales domésticas.
Fuster oculto
En el año 2022 se celebra el centenario del nacimiento del más relevante intelectual valenciano de los siglos XX y XXI, Joan Fuster. Se veía venir que esta efeméride iba a celebrarse con sordina. Por si el escritor de Sueca fuera a resucitar y provocar alguna situación comprometida en la pax romana que tiene establecida el Consell de la Generalitat con los estamentos políticos y sociales acomodados del lugar. Los que ven en los libros de Fuster una amenaza para su integridad personal y patrimonial. Unos y otros están equivocados. De nuevo han cometido un delito de omisión para con la memoria de Joan Fuster y su obra de gran valor didáctico y enciclopédico. El País Valenciano no sería como es, a todos los niveles, si no hubiera existido la figura intelectual de Joan Fuster. Sin parangón. Reconocida dentro y fuera de las fronteras españolas y europeas.