Si algo es resistente al cambio en los Estados Unidos es la política exterior. No importa el sesgo ideológico del presidente de turno, republicano o demócrata.
Los intereses del complejo militar-industrial, como lo definiera precisamente uno de los presidentes, republicano y general vencedor de la II Guerra Mundial, Eisenhower. Intereses unidos a las corporaciones multinacionales de la agroindustria, algunas tan llamativas como la United Fruits que recuerdan sin nostalgia alguna los centroamericanos.
La facilidad de acceso a los archivos de la Administración de los Estados Unidos constituye un contraste con las dificultades que cualquier investigador, analista o simple curioso tiene en poder consultar los de España, sin ir más lejos.
Analistas y tertulianos harían bien en leer el “largo telegrama” de G. Kennan, embajador norteamericano en la URSS, que sentó las bases de la Guerra Fría. Es de febrero de 1946 y no tiene más de ocho mil palabras. De la misma manera podrían consultar la geoestrategia del Pentágono con Obama y con Biden de vicepresidente para mantener el liderazgo de los Estados Unidos en el siglo XXI. Es de enero de 2012, en los primeros pasos del segundo mandato de Obama. Estos dos documentos, y otros más antiguos de finales del siglo XIX, como los exhumados por Agustín Remesal acerca de la voladura del Maine, la complicidad de la prensa de Hearst y nuestra penúltima guerra colonial.
Todos ellos confirman la permanencia de lo que se subraya en el primero de los párrafos de este texto. Prueben la consulta que acaso asombre a más de uno por el rigor y la claridad con que se expresan los objetivos.
Los intereses, en especial los intereses de las corporaciones, incluida la demostración de la fuerza si es necesario, como objetivo de las relaciones internacionales de los Estados Unidos.
La crisis de liderazgo, la aparición o reaparición de nuevas potencias, constituyen elementos de inquietud para una potencia imperial que se encamina a un cierto grado de decadencia. Al menos esto es lo que se percibe en el segundo de los documentos citados. La implosión de la URSS fue saludada como un éxito. La reconstitución del poderío militar y su implicación en el escenario internacional de Rusia, como una amenaza para la estabilidad mundial que se consideraba instalada en el fin de la historia y demás.
La silenciosa expansión de China, desde los dos sistemas y un país, es decir un partido único, resultaba todavía más grave, en la medida que los intereses chinos son globales. Ya no hay un mundo bipolar, sino multipolar. Se acabaron los felices años de las decisiones unilaterales, de las intervenciones militares o económicas. El escenario es multipolar, requiere nuevos enfoques.
Es el caso de Europa, de la Unión Europea, un gigante económico de proporciones modestas, territoriales, demográficas, pero sin duda alguna una potencia económica. Con los pies de barro, en la medida que carece de voz única en las relaciones internacionales y de capacidades militares y de seguridad que distan de sus dimensiones económicas.
Que un personaje grotesco, atrabiliario y demás, haya explicitado de modo obsceno estos intereses permanentes de la diplomacia norteamericana no debiera sorprender a nadie. Con sus maneras los ha puesto de manifiesto. Así la UE ha seguido sus consignas, avanzando las fronteras militares, con la OTAN, hasta los límites rusos bajo el paraguas de una ampliación a regímenes nostálgicos de la tiranía, y cuando ha sido menester colocando a histriones al frente de una presunta democratización, de una falsa convergencia con los valores fundacionales de la misma UE.
O a través de tratados (NAFTA, TTIP, y otros) que en su día tildé de tratados indios por tratarse de meras adhesiones a los objetivos e intereses norteamericanos, cuando no destinados a menesteres fisiológicos del todavía inquilino de la Casa Blanca.
El verso suelto británico y su brexit siempre fue considerado una especie de submarino norteamericano en la UE. El otro estrafalario tendrá que sostener el vínculo especial, por supuesto, pero con una mirada puesta en Bruselas desanimándole a crear un paraíso fiscal al otro lado del Canal. Mucha tarea para tan singular y casi clónico personaje.
Aquí es donde Biden puede corregir la deriva escatológica del derrotado. La reintegración a los organismos multilaterales incluido el sistema ONU, la OMC, la OMS, la misma Unesco, desde el reconocimiento de la multipolaridad que se ha venido negando en los últimos años. O la no menos importante reincorporación al acuerdo de París sobre la emergencia del cambio climático. Sin la presencia activa de los Estados Unidos estas instituciones carecen de efectividad.
Más cerca, el Mediterráneo, este pequeño mar repleto de pueblos vocingleros, de lenguas y alfabetos diferentes, creadores incansables de ideas y de conflictos, que el pensamiento del infatigable tuitero reducía a proteger sus hebreos, como el primer ministro israelí, o los plutócratas autocráticos socios de los negocios del combustible fósil o propietarios de actividades lucrativas, del juego a los resort para exiliados de lujo.
En definitiva gentes subalternas, a quienes tratar con mano dura en unos casos y de modo grosero, o con guante de seda sobre mano de acero, con las maneras educadas de una buena escuela original de los imperios europeos, especialmente del origen británico.
Energúmenos mediterráneos matándose por territorios exiguos plagados de creencias e identidades y con unos europeos marcados por el pasado colonial, envejecidos, incapaces, y además siempre a la espera de la intervención norteamericana que les salve de sus errores. Ocupando territorios sin pueblo para un pueblo sin territorio, como el caso palestino-israelí. Biden evitará que se bautice un asentamiento ilegal con su nombre, pero lo de dos estados llevará su tiempo aunque se eviten los insultos.
La violencia sectaria, el fundamentalismo religioso como manifestación de la desesperación habrán de ser controlados, sin olvidar los efectos letales de otros sectarismos, como los de cierta iglesia evangélica cuya influencia se ha podido constatar en las mismas elecciones norteamericanas o en Brasil y el patio trasero de los Estados Unidos.
La desnudez procaz de Trump no se avenía con los nuevos escenarios mundiales, en especial con la emergencia, más bien presencia efectiva, de la potencia económica y militar de China.
Porque la procacidad ha hecho mella en la ideología dominante en nuestro entorno, mal que pese a más de algún antiguo radical de izquierdas reconvertido en vocero de la reacción. El entierro de las ideas de Marx, he escrito en más de una ocasión, fue prematuro. Líderes autoproclamados de la sociedad civil no se alejan ni una milésima de milímetro de las píldoras ideológicas del pato cojo, como se conoce al presidente en funciones de los Estados Unidos. Y no se trata de los vocingleros de la extrema derecha, son encumbrados personajes de los palcos deportivos cuando estos eran nutridos y cuentan con los oportunos altavoces para difundir su evangelio. Comparten los fundamentos y lo que es peor los objetivos: hay perdedores, en la crisis económica de 2008 o la pandemia de 2020, porque se lo merecen.
La ideología dominante formulada por conocidos economistas, practicada desde los años ochenta, conocida como neoconservadora, neoliberal, neo lo que sea, que ha conducido a la peor secuencia de desigualdades, a la obscenidad de la riqueza y el oprobio de la pobreza rampante. Así en la crisis económica como en la crisis pandémica. Sentando las bases de la precariedad como horizonte y el darvinismo social más descarnado. Pueden descansar, las bases son inconmovibles porque son las que aseguran una perpetuación de la explotación sin la estridencia de las armas o el griterío escondido tras las banderas.
La UE respira con el alivio de no tener que soportar las impertinencias de alguien que no ha sido ignorante de lo que hacía. Prefieren las instituciones europeas un trato más afable, acorde con las convenciones de una urbanidad educada. El Mediterráneo no se librará de las migraciones, que ningún muro contendrá. Ni los conflictos que seguirán gangrenando los esfuerzos ingentes de sus gentes diferentes, unidas por el mar, el paisaje y la cultura compartidos.
Como ciudadano europeo, mediterráneo, confieso que también me siento modestamente aliviado. Alivio que podemos compartir con millones de norteamericanos víctimas de la errática gestión de la pandemia y de las profundas brechas de desigualdad cavadas por esta ideología insolidaria que ha representado el trumpismo. Brechas raciales, de género, de territorio, de cultura, la bestia negra de los reaccionarios, y cuya reconstrucción llevará años.
No podemos sin embargo olvidar que sus consecuencias serán duraderas y que sus imitadores europeos o locales insistirán en sus objetivos. Tal vez, y así expreso mi deseo, la política interna se encamine como en tiempos de Johnson a corregir las desigualdades desde los valores democráticos.
Lo demás, bussiness as usual, sin exabruptos ni eructos en las redes.