La historia de un divorcio entre partidos de los trabajadores y personas
Aún hay gente que recuerda cómo solían ser los partidos socialistas occidentales hasta los años 70’. En efecto, contenían un claro elemento de oposición al liberalismo, incluso al anti-marxismo. Para muchos de ellos, como el caso francés, por ejemplo, los partidos comunistas instalados en el poder en el este de Europa eran vistos con envidia (también con aspiración) como peculiares “hermanos mayores”. La década siguiente se lo llevó todo por delante. Antes del desplome económico y los cambios dramáticos ocurridos a economías, poderes públicos y ciudadanos en los últimos años, el modelo bipartidista marcó la norma en numerosos estados de Europa. El hecho de que estos dolorosos años acabaran con el triunfo abrumador de grupos conservadores y pro-austeridad (desde parlamentos nacionales a instituciones europeas) significó que la izquierda europea se hallaba en su mayor apuro histórico.
De hacer caso a aquello a lo que estábamos acostumbrados, el paso lógico a seguir tras años de fracaso conservador debía ser cambiarlos por los socialdemócratas, nuestra alternativa de toda la vida en nuestro mundo “bidimensional”. Sin sorprender a nadie, la izquierda estaba ya fuera del esquema, dudosamente preparada para el poder. No solamente el Partido Laborista heredado de Blair era visto como un mero disfraz continuista y neoliberal de los conservadores. De norte a sur, las fuerzas izquierdistas de Europa quedaron atrapadas en la visión de sus viejas facciones. El caso español lo ejemplifica a la perfección. Si no mucho tiempo atrás lograron convertirse en la esperanza de la mayoría por un futuro mejor para familias trabajadoras y pequeños negocios, sus tremendas victorias electorales se transformaron en recuerdos. Los ciudadanos continuaron votando a nacionalistas y tradicionalistas empedernidos, en lugar de otros que falsamente afirmaban no serlo.
Un grito desde el mediterráneo...
En medio de recortes masivos en educación, sanidad o empleo, España y Grecia, gobernadas por la derecha, fueron especialmente golpeadas por la recesión. Sin ir más lejos, el escándalo originado por el famoso rescate financiero y las expectativas de Bruselas sobre un país en agonía colmaron el vaso. Quedó entonces claro que para millones de personas en situación de pobreza máxima la izquierda a la que debían mirar como modelo los partidos no era ya la escandinava. Fue en este contexto único cuando Podemos y Syriza emergieron de los barrios trabajadores y organizaciones de la sociedad civil.
Consisten en todo aquello que las élites odian: socialistas abiertos, progresistas, tolerantes y modestos. Llevar camisetas en un parlamento y presentar medidas anti-liberales les situó (y lo sigue haciendo) en medio de una masacre mediática de titulares vergonzosos, mentiras y comparaciones con Corea del Norte o Venezuela. Mucha gente desconoce que el mismo tratamiento se le ha aplicado al socialista Mélénchon en las pasadas presidenciales francesas. Los social-demócratas europeos estaban dormidos en aquel momento, pero resultó suficiente para hacerles ver que sobrevivir implica cambiar. Está sucediendo demasiado tarde y lento. Pero si muchos pensamos que Europa estaba condenada a un déjà vu con respecto a los años 30’, son menos las voces que lo afirman hoy. Gran parte de la izquierda ha comenzado un complejo proceso de “radicalización”, como algunos prefieren llamarlo, y de nuevo no es sorprendente que la juventud (y no solo ella) no tema al cambio. Jeremy Corbyn es una parte incondicional de la recuperación de la izquierda.
La confirmación: Jeremy Corbyn hace historia el 8 de junio de 2017
Tras arruinar a la clase obrera británica, Thatcher fue desalojada del poder por los laboristas en 1997 con una histórica mayoría de votos. La superficialidad que Blair y Brown han mostrado como primeros ministros de cara a la sociedad británica acabó por diluir, desde entonces, las expectativas de los suyos. El desenlace fue el ridículo sin precedentes de Miliband como candidato laborista frente a Cameron, en 2015. Los votantes de izquierdas británicos no han desaparecido en ningún momento, ni siquiera en 2015. Estaban allí, ansiosos por lo que parecía imposible. Desde que Corbyn accedió al mando del partido tras el fracaso electoral, su trayectoria ha sido marcada por más ataques desde sus propias filas que desde la oposición. Es de suponer, pues, que esta es la reacción de la “vieja izquierda” cuando un rebelde “hippie” llega hasta allí. Cuando a comienzos de 2017 la sociedad intentó ver quien es Corbyn realmente, las campañas mediáticas dejaron de tener efecto y en tan sólo un mes la diferencia respecto a Theresa May pasó de 20 puntos en los sondeos a dos el 8 de junio. Es una pena que las elecciones no se hayan celebrado una semana más tarde.
Si bien gran parte de la Europa oriental y central no puede encajar en esta tendencia renovadora, sus ciudadanos mantienen el vivo recuerdo del sacrificio que supuso integrarse y convertirse en europeos pocos años atrás. En multitud de ocasiones las fuerzas de izquierda post-soviéticas conservan un elevado nivel de corrupción y tradicionalismo, algo que comienza a chocar con las generaciones jóvenes. Sí, Polonia o Hungría están gobernadas por partidos nacionalistas dispuestos al aislacionismo. Pero también miles de mujeres polacas marcharon valientes en contra de la prohibición del aborto y en febrero 600.000 rumanos salieron a la calle para impedir al gobierno social-demócrata legalizar la corrupción y el fraude en un estado de la UE. El destino de la izquierda progresista en la región es tan turbio como dependiente de su éxito en occidente, pero no imposible a muy largo plazo.
La verdad es que el voto por el Brexit ha ayudado a la “nueva izquierda” en cualquier modo posible. En concreto, ha ayudado a la nueva ola de europeísmo que el continente acontece. Ha ayudado a un SPD alemán que pronto se verá las caras con Merkel. Incluso a algún que otro no-socialista como el nuevo presidente francés Emmanuel Macron. Muchos ingleses lamentan su decisión en el pasado referéndum, otros reconocen que el país no se dirige a ningún lado. Con independencia de ello, Brexit y Trump han ayudado a Europa (incluso a los británicos, partidarios de la UE o no) a entender que decisiones tan trascendentales como el Brexit serían mejor gobernadas por la izquierda. El fenómeno Mélénchon en Francia no ha sido coincidencia en la famosa lucha a cuatro por la presidencia. En casos como el español o el italiano, pequeñas aportaciones como la vuelta de Pedro Sánchez al mando del PSOE son positivas, pero queda mucho por hacer. El ejemplo se encuentra en Reino Unido. Para Nigel Farage o Le Pen este iba a ser el año de las sorpresas. Y en efecto así ha ocurrido, pero no como ellos quisieron. En el caso de Jeremy Corbyn, 2017 ha sido la única oportunidad para que su partido cambiara y no acabara extinguiéndose. No solamente ha funcionado, sino que el “viejo socialista” y los suyos han dejado de ser puestos en duda y preparan el champán para los comicios de 2021.