La DANA o gota fría que asoló, además de Letur en Albacete, varias comarcas de la provincia de Valencia y que seguimos sufriendo muchas personas un mes después, marcará sin duda un antes y un después en la historia de estas tierras, como de hecho ya sucedió con las inundaciones de Valencia de 1957 o las de 1982 en la comarca de La Ribera. El episodio de lluvias que hizo desbordar en pocas horas las cuencas de la Rambla del Poio y de los ríos Magro y Túria fue, sin duda, histórico. Pero el grado de destrucción y el alto número de víctimas muestra claramente que en muchas áreas urbanas queda mucho, o incluso todo, por hacer frente al cambio climático y en la gestión de catástrofes. Algunas inquietudes sobre este episodio las compartimos un grupo de geógrafos y geógrafas, de cara a diseñar más allá de la restauración inmediata, un nuevo marco normativo adaptado a este tipo de catástrofes, tanto en el ámbito de la planificación física de infraestructuras y del territorio, como en la gestión del riesgo y de las emergencias:
- Según datos de las estaciones meteorológicas de Avamet y Aemet, se recogieron en varias estaciones precipitaciones por encima de los 500 mm, y en el caso de Turís se llegó a los 772 mm con intensidades de 185 mm/h, lo cual muestra la extremización de las formas de llover en el Mediterráneo. Con estos registros se puede afirmar que nuestras infraestructuras y nuestra sociedad se basan en un clima que ya no existe. El cambio climático nos adentra en un terreno inexplorado de aumento del riesgo. Por lo tanto, frente al tecnooptimismo, cabe ser precavidos. La tecnología y la infraestructura pueden ser necesarias, pero no son suficientes ante un riesgo de este tipo. La gran infraestructura de desviación del Turia acometida en los sesenta, conocida como Plan Sur, salvó a Valencia de la inundación pero agravó la situación en l’Horta Sud. La canalización de barrancos o la construcción de presas de laminación pueden ser acciones interesantes puntualmente, pero no la respuesta única o mayoritaria. Las obras grises, de hecho, conllevan a menudo el traslado del peligro, pero no su erradicación.
- Los municipios más afectados en la corona sur metropolitana carecen de planes urbanísticos adaptados al cambio climático, con redes de alcantarillado y drenaje urbano de limitada capacidad, infraestructuras, equipamientos colectivos y miles de viviendas en zonas inundables. Pero incluso grandes superficies urbanas aparentemente exentas de riesgo según el Plan de Acción Territorial sobre Prevención del Riesgo de Inundación de la Comunitat Valenciana (PATRICOVA), también se inundaron. Los planeamientos urbanísticos, los planes de emergencias de inundación y las normativas técnicas de construcción y de vallados que hicieron de efecto presa aumentando la destrucción, han de ser urgentemente revisadas, empezando por las de garajes y sótanos situados en zonas inundables, pues se calcula que en ellos murió más de la mitad de las víctimas de la DANA.
- Hemos impermeabilizado casi toda el área metropolitana con carreteras, centros comerciales, polígonos y nuevos barrios residenciales de tipología extensiva. La adaptación al riesgo climático y a eventos extraordinarios ha de abordar la difícil y compleja tarea de desurbanizar y (re)naturalizar tanto cauces como entornos urbanos en los puntos más críticos. Además, se ha evidenciado que una huerta viva no es solo un bien paisajístico, sino un medio más para frenar futuras avenidas. La huerta se ha revelado también como un espacio de producción de alimentos fundamental para abastecer a poblaciones que llevan semanas sin acceso cercano a comercios. La urgencia por reconstruir todo tal y como estaba, en vez de restaurar, puede ser una mala solución a medio plazo, caso de producirse una nueva riada. Parar y repensar la necesidad de una planificación territorial, a escala metropolitana, integrada y adaptada a los fenómenos naturales, es fundamental.
- Se ha perdido conocimiento sobre la naturaleza y el territorio. Hace un siglo, cuando barrancos como el del Poio se desbordaban, la sociedad sabía hacia dónde huir y por dónde pasaría el agua, salvo en caso de eventos extraordinarios como el de 1957. Ese conocimiento se ha diluido. Durante el desbordamiento del barranco del Poio se podía ver coches cruzar por puentes a punto de ceder y gente asomada incrédula a los pretiles mientras grababa con sus teléfonos móviles cómo subía el nivel del agua. Hoy en día gran parte de la ciudadanía desconoce qué implica un aviso rojo por precipitaciones o una alerta hidrológica, y peor aún, no sabe qué lugares son seguros, y sobre todo qué actividades pueden constituir una auténtica negligencia. Es fundamental una educación ciudadana sobre el medio ambiente, el clima y sus riesgos y sobre estrategias de autoprotección, y no solo una actividad complementaria para escolares como existe en la actualidad. Conviene desplegar urgentemente un programa de educación ambiental que incluya simulacros ante el riesgo como sucede en países como Japón o México frente al riesgo sísmico, o Cuba y Estados Unidos frente al riesgo de huracanes.
- Está claro que muchas cosas fallaron en la gestión de las emergencias; la gestión mostró una clara descoordinación entre administraciones antes, durante y después del desastre. Es necesaria, por tanto, una profunda revisión de las normativas y protocolos de Protección Civil, de los recursos económicos, humanos y técnicos, y del marco competencial para la gestión de estos eventos. Esto incluye la obligatoriedad para las empresas de cerrar sus puertas para evitar exponer a sus plantillas a riesgos innecesarios y la de suspender las clases en las escuelas para evitar exponer a niños y niñas al peligro. A esto habría que añadir una depuración de responsabilidades, como ejercicio de higiene democrática y para evitar una desafección aún mayor con la democracia de la que está habiendo en los últimos años.
*Luis del Romero, Neus La Roca, Carme Melo, Eulàlia Sanjaume y Antonio Valera, profesorado en activo y jubilado del Departamento de Geografía de la Universitat de València