Todos nos caemos alguna vez del guindo. Sin ir más lejos, esta semana un amigo me invitó a una comida en un reservado de El Ventorro. Llegué con las expectativas en todo lo alto (y todo lo largo), pero cuál no sería mi decepción cuando vi que el camarero empezaba a sacar los platos. Aprendí la lección: la próxima vez, en lugar de enviagrado, me presento sin desayunar y me zampo yo solo dos segundos y tres postres.
No soy el único moderno Pablo de Tarso cayendo del caballo. Otro es el muy católico Fernando León, un médico que, según contó a El País, dejó de ser objetor a la ley de eutanasia cuando le tocó bregar con un caso real. Entonces decidió que su juramento hipocrático estaba por encima de su catecismo y ayudó a su paciente a dejar este mundo de la mejor manera posible. Que 460 años antes de la llegada de Jesús, cuando el negociado de salud estaba en manos del dios Asclepio, esta cuestión ya estuviera resuelta es para reflexionar sobre esas verdades que, por lo visto, esconde la religión. Las esconde, las escribe con renglones torcidos y, por si fuera poco, las inspira un tipo cuyos designios son inescrutables. No sorprende pues que, por mucha fe que tengan algunos, cueste aclararse y León acabara abrazando los consejos de un pagano.
Algunos pensarán que la situación por la que estamos pasando los valencianos —algunos más que otros, no quiero ponerme medallas que no me corresponden— no es momento de sacar el tema, pero a lo mejor la situación por la que estamos pasando debería ser momento de reflexión sobre la existencia de Dios, superstición que nos cuesta más de 10.000 millones de euros al año vía presupuestos del estado.
«¿Dónde estaba Dios aquellos días?», se preguntó el Papa Benedicto XVI cuando visitó Auschwitz en 2006. Sobre dónde estaba su predecesor Pío XII, hay pocas dudas: en el Vaticano, poniéndose de perfil. ¿Y Dios? Aunque pareciera una pregunta de hondo calado, la respuesta es más bien sencilla; estaba en la imaginación de los creyentes, de donde nunca se ha movido, y donde moran todos los dioses que en el tiempo han sido y serán. Si Ratzinger, con toda su formación religiosa, fue incapaz de dar una respuesta mínimamente elaborada —y había tenido sesenta años desde el Holocausto para meditar— sería por algo.
El pasado 25 de octubre se presentó el documental Libera Nos. El combate de los exorcistas, que en Valencia tuvo de maestro de ceremonias a Jorge Morant, canónigo penitenciario de la Catedral. Dado que detrás del documental están los Legionarios de Cristo, cuyo fundador Marcial Maciel era un pederasta y un drogadicto, lo de ‘penitenciario’ parecía un guiño. Morant, cuando se le preguntó, explicó que el «mal era la ausencia del bien», como queriéndole endiñar la culpa a otros. Otra respuesta que, tras estar dándole vueltas dos mil años, resulta insuficiente. Podríamos añadir ¿quién permite esa ausencia de bien? Eso, un ser todopoderoso te lo apaña en un minuto, aunque la pía audiencia, el día del estreno, no estaba para matices. En menos de un siglo, la psicología, la psiquiatría, la sociología y algunas otras disciplinas que se me escapan han sabido encontrar explicaciones mucho mejores y ninguna incluye la hipótesis de un dios.
El caso es que si Dios existe, algo habrá tenido que ver con la DANA. De hecho, si nos remontamos a Noe, es reincidente. Todo lo que ocurre en la Tierra es por su voluntad, así que no cabe mirar hacia otro lado. Y si se despistó —hasta el mejor escriba hace un borrón—, le hubiera bastado chasquear los dedos para reparar daños y evitar muertes. Como no existe, no le voy a culpar. Hasta donde yo sé, lo único que ha hecho fue organizar —a través de la Universidad Católica de Valencia— un acto de oración y consuelo por las víctimas el pasado día 13. Como llegó más tarde que Mazón a la reunión del Cecopi, no sé si sirvió de mucho consuelo, pues había calles que están casi como el primer día, pero no les voy a negar su buena intención. Yo, por mi parte, el consuelo lo he encontrado en los miles de valencianos que salieron el otro día a la calle —y en los que saldrán el próximo 30— para pedir responsabilidades y que no se olvide lo mucho que queda por hacer.
Lo de rezar a toro pasado al mismo Dios que no hizo nada —o lo hizo todo—merece una reflexión más profunda. La Universitat de Valencia, guiándose por criterios científicos y no por una novela de hace 2000 años, salvó un montón de vidas porque se adelanó a los acontecimientos. También lo hubiera hecho la AEMET si la Generalitat se hubiera tomado en serio sus avisos. Ahora los responsables de la institución climática podrían acabar declarando en un juzgado por culpa de Manos Limpias, un grupo de franquistas irredentos que supongo de fuertes convicciones cristianas, de esos de misa el domingo y putas los jueves.
Y es que cuando ponemos ciencia y religión en la balanza, siempre gana la primera. Ya pasó con la covid. Cerraron las iglesias y los hospitales permanecieron abiertos. Si hubiera sido al revés, ahora estaríamos extintos. Alguien podrá decir que también cerraron los teatros. Sí, pero cuando ves a los titiriteros subidos a un escenario, nadie espera que sea verdad —mucho menos la Verdad—, aunque suela haber más de esto en la ficción que en muchos medios.
Lo de no creer en Dios no es por fastidiar, y tampoco creo que nadie crea en Dios por fastidiar. Hasta aquí, empate. Pero ya somos mayores. ¿Qué Dios de infinita bondad puede permitir lo ocurrido? O el alzheimer, la esclerosis lateral amiotrófica, la leucemia infantil, la diabetes, el cáncer… Si los creyentes tienen razón y su Dios existe, al menos tendrán que admitir que tan bueno no es. Y no es cosa de hoy, lo lleva en los genes. Un ejemplo. A la Tierra se le conoce como el Planeta Azul. El 70% es agua. Sin embargo, la sequía es un peligro que asola el mundo y que va a más. ¿Motivo? Dios, al tercer día, creó los océanos, hay agua para aburrir, y luego les echó sal. O se equivocó y no es perfecto, o lo hizo con intención y no es bueno.
Y no critico que la gente crea, después de todo, los seres humanos tenemos una dimensión espiritual. De hecho, en estos momentos yo tengo depositada toda mi fe en el Derecho Penal, que hunde sus raíces en el Derecho Romano y podríamos remontarnos incluso al Código de Hammurabi babilónico. Otra vez, cosas de paganos. Jesús, que también era el padre, intentó superarlo y solo le salieron los Diez Mandamientos. Si le hiciéramos casos, a Mazón le bastaría con irse al rincón de pensar a recitar unas cuantas poesías para expiar sus culpas. Poco me parece para 220 muertes —muchas evitables— cuando se escriben estas líneas. Y más cuando si no pecó contra el sexto y el noveno mandamiento mientras la DANA asolaba ya media provincia, desde entonces al octavo lo ha hecho polvo. Esperemos que esto acabe en la tradicional romería de altos cargos del PP de camino a Picassent. Con los que son ya —hace tiempo que superaron la cifra mágica de doce— da para fundar varias religiones.
En defensa de Mazón, es de ley recordar que, como la vieja pobre de la parábola, lleva desde el minuto uno repartiendo generosamente hasta lo que no tiene: suma ya unos 40 millones de euros en contratos a dedo a sus amigotes para la reconstrucción. Como siga ayudando, nos arruina.
Pero el sinsentido de creer no es patrimonio de nadie. Hace unos días un criptobro pagó más de seis millones de euros por un plátano pegado a la pared con cinta aislante. Quizás cuando la fruta se marchite lo atribuirá a un milagro o una maldición, pero algo tendrá que hacer para racionalizar su delirio. Y no es que creer sea intrínsecamente malo, como demuestra el trabajo de los voluntarios de Cáritas —o de cualquier otra confesión que acudieron guiados por sus ideales— que se convirtieron en la única esperanza de miles de valencianos en lo peor de la DANA. En Burgos, Caritas renunció a una subvención porque el ayuntamiento les había negado ayudas similares a otras ONGs que ayudan a los migrantes. Su actitud provocó casi un levantamiento ciudadano y al final el consistorio —en manos de PP y Vox— tuvo que recular. Rectificar es de sabios, y ahora también de xenófobos.
Quizás Dios sí existe, pero no es el de las religiones del libro. En todo caso, será el de las novelas. Conan, el personaje de Robert E. Howard, creía en Crom, un dios que hizo el mundo y luego se sentó en una montaña a disfrutar del espectáculo de observar cómo los seres a los que había alumbrado se despedazaban entre ellos. Esa visión de la religión me parece mucho más realista.
Cada vez que una civilización muere, lo hacen sus dioses, y la nuestra está a punto de colapsar. Quién sabe si a la III Guerra Mundial sobrevivirán algunos viejos tebeos de la Marvel y los que hereden los despojos del planeta elevarán iglesias a mayor gloria de Spiderman. Por una vez podremos decir que de esta hemos salido mejores.