¿Qué hacemos? Tú, que eres el ecologista, ¿qué crees que podemos hacer? ¿Cómo ves 2022? Cuando llevas décadas en que tu vida gira entorno a la ecología, y quiénes te rodean lo saben, esa pregunta se repite a lo largo de los años. Y vuelve a ser habitual en las reuniones navideñas, aunque cada año que pasa percibo como se plantea con mayor preocupación. Antes, las respuestas eran, más o menos, directas, pues las preguntas también lo eran. Era posible dar respuestas concretas a las preguntas sobre qué hacer ante el trasvase del Ebro, concebido para convertir buena parte del territorio valenciano en un efímero, por el cambio climático, mar de unifamiliares con piscinas solo interrumpido por campos de golf. O frente al intento de convertirnos en el cementerio nuclear del Sur de Europa, con el Almacén Temporal Centralizado que estaba prácticamente aprobado en consejo de ministros para ser construido en el Valle de Ayora. O cuando el gobierno de Camps intentó llevar a cabo una formidable operación de greenwashing, de las dimensiones de su fallido circuito de F1, queriendo traer a València a Rajendra K. Pachauri, presidente del IPCC, para enmascarar que éramos el territorio de la Unión Europea donde más había crecido las emisiones de CO2 (en el periodo de referencia 1990-2007), a lo que respondimos creando Acció pel Clima, la primera plataforma climática unitaria del Estado donde convergían desde ONG ecologistas a sindicatos, partidos y organizaciones de la sociedad civil como Escola Valenciana comprometidas con la lucha ante el Cambio Climático. O, como hoy en día es evidente la respuesta a qué hacer ante la ampliación del Puerto de València: detenerla, revertirla y recuperar la ZAL.
La complejidad de la respuesta aumenta conforme crece la escala de los problemas sobre los que te preguntan. Ante preguntas como qué debemos hacer tras una Cumbre del Clima, la COP26 celebrada en Glasgow, otra vez finalizada con acuerdos insuficientes para evitar escenarios dramáticos (y ya son veintiséis las que acaban así), la respuesta aún puede ser concreta, aunque no única. Hay diversos ámbitos en los que actuar. Uno, como ciudadanía, es incrementar las movilizaciones ante los centros de poder económico y los gobiernos negacionistas del Cambio Climático. Otro, como personas con responsabilidades en organizaciones sociales y políticas, seguir trabajando y recabar los apoyos suficientes para poder aplicar nuestros programas.
En los últimos días, hay nuevas preguntas. A raíz de una película estrenada las últimas semanas, No mires arriba (Don't Look Up), me han planteado esta: ¿Crees que se puede hacer algo para evitar que el poder económico pese (mucho) más que el poder político? Esta pregunta, en el fondo, inquiere sobre si la democracia sigue siendo posible en un mundo donde la innovación está creando abismos entre quienes tienen el poder económico y el conjunto de la ciudadanía. Hay una nueva oligarquía tan poderosa como fue la del acero y el petróleo: la de los dueños de las grandes corporaciones tecnológicas. La pregunta se sumaba, eran las mismas personas quienes la hacían, a una anterior, no sabría decir si capciosa o resultado de la intoxicación neoliberal: “¿Por qué vamos a ser nosotros los más esforzados en la lucha ante el Cambio Climático si los que tienen en su mano paliarlo, los grandes emisores de CO2, China, Rusia, USA…no hacen los esfuerzos que deberían?”. Aquí caben dos respuestas. Una, la apelación al egoísmo: porque las zonas del Sur del conjunto de los países del Norte serán las que sufran el mayor declive económico entre los países más desarrollados, como sabemos desde el Informe Stern publicado en 2006. Otra de mayor alcance: porque una niña ha sido capaz de convertirse en un símbolo, que llama a personas de todo el planeta a actuar, precisamente, porque no tenía miedo a ser la primera ni a actuar ante la pasividad general, ¿por qué no dar nosotros un paso más que los demás?
Hace ya casi dos décadas, en 2003, era yo quien preguntaba. Y lo hice a una de las personas que mejor conoce la realidad ecológica del territorio valenciano, Ricardo Almenar, sobre qué pensaba él de la evolución del cambio climático antrópico. Su respuesta fue “descarbonizar la economía es el fin del capitalismo, así que el capitalismo no lo va a permitir”. Es esta, también, la tesis más poderosa que se desprende del guion de No mires arriba. Lo sintomático es que las hipótesis que hace dos décadas se barajaban solo entre las personas más informadas, en este momento han llegado hasta la cultura popular en forma de una película en la que participan algunas de las actrices y actores más conocidos, y en algunos casos más valoradas, de este siglo.
Para entender mejor dónde estamos es útil recordar algunos conceptos económicos. Uno de ellos es el de coste de oportunidad. En economía se aplica a aquellos recursos que dejamos de percibir o que representan un coste por el hecho de no haber elegido la mejor alternativa posible, cuando se tienen unos recursos limitados. En economía ecológica debe vincularse al de externalidades negativas, que es el perjuicio experimentado por los individuos o las empresas a causa de las acciones ejecutadas por otras personas o entidades y que, en el mundo real, consiste en traspasar a un tercero, comúnmente la sociedad en su conjunto, los costos de las acciones que benefician a unas pocas personas.
Hoy, las externalidades negativas más graves son las ambientales y afectan al conjunto de la población: la contaminación ambiental y sus efectos sobre la salud de los seres vivos, divulgados desde la publicación del libro de Rachel Carson, Primavera Silenciosa. La pérdida continua de biodiversidad: incluso sin el cambio climático, estaríamos igualmente ante la Sexta Extinción de la diversidad biológica por la presión antrópica sobre los ecosistemas. La reducción de los recursos naturales disponibles no renovables - medidos en el tiempo de la vida de las personas -, como son los suelos de los tipos I a IV en la clasificación de la FAO, por efecto de la desertización, básicos en un futuro en el que se van a reducir los abonos de síntesis… Y, sobre todo, las consecuencias de la Emergencia Climática resultado de un modelo socioeconómico basado en el despilfarro de los hidrocarburos, que permitieron el sueño convertido en pesadilla del crecimiento infinito. Incluso los “padres fundadores” del capitalismo, de Smith a Ricardo, sabían que era imposible y teorizaron sobre el “estado estacionario” entendido como el estado en que una economía no crece en el tiempo.
Entonces ¿vamos a acabar inexorablemente “mal” como describen tantos relatos distópicos actuales? Estoy convencido de que, si nos movilizamos, no. No es un fatum inexorable. Pero, tampoco hay una mínima escapatoria en la evasión que proponen relatos como Interstellar, de Nolan. Mucho menos en las fantasías alimentadas por imaginarios derivados de marcos como Star Trek o Star Wars. Las propuestas como las de Elon Musk son una entelequia. Quienes depositaron sus esperanzas, desde Sagan a Hawking, en la expansión humana más allá de este planeta contaban con saltos tecnológicos que no se han dado. Tenemos un único planeta, no hay otro ni lo habrá. No hay energía ni materiales para huir del destino compartido con sus ecosistemas, que es el mismo que el nuestro. No son de usar y tirar. Durante 50 años hemos vivido de espaldas a esa realidad. Ha sido una pseudofiesta de la que salimos con una enorme resaca y en la que casi hemos quemado la casa entera.
Es el momento de la acción. El escaso número de territorios a los que referirnos como ejemplos en la práctica es uno de los principales problemas con los que nos encontramos quienes proponemos alternativas. Entre los que primero nos vienen a la memoria, cuando buscamos referentes sobre qué hacer, algunos tienen un número de habitantes parecido al nuestro, como Nueva Zelanda. Pero, también es indicativo de debilidad tener que mirar tan lejos. Es imprescindible tener referentes más cercanos. Y, si no los hay, decidirse a convertirnos en uno. Además, tenemos, como territorios, muchas diferencias como para que las propuestas de un lugar sean de aplicación inmediata en otro. Ahora, más cerca, se abre una ventana de esperanza con la entrada de Los Verdes en el gobierno alemán…pero, sabemos bien qué pasa en los gobiernos de coalición.
Si somos uno de los territorios europeos que se verán más afectados, lideremos para ser ese ejemplo motivador para otras personas y lugares. Sabido es que los seres humanos actuamos por imitación: lo que más cuesta es ser la primera persona, la primera institución, el primer lugar en reaccionar. El cambio opera a través de símbolos, como Greta, y de referencias a las que dirigir la mirada: un fuerte deseo de emulación es lo podemos tratar de generar. También, sabemos que, en la mayoría de las ocasiones, sólo necesitamos para movilizarnos ver que no vamos a estar solos, que nos uniremos a otros. Son muchas las personas dispuestas a comprometerse, sin tener la certeza de conseguir los resultados, si saben que van a estar acompañadas en el intento.
El País Valenciano tiene muchos motivos para ser un referente. Unos, directamente, son por propio interés. Nos irá especialmente mal, en comparación con otros territorios de la Unión Europea, de cumplirse los escenarios más críticos descritos en los modelos climáticos. Si el incremento de temperatura es de 2 ºC, o superior, será muy difícil, o directamente imposible, evitar sumarnos a la lista de civilizaciones que, como recoge Jared Diamond en su libro Colapso, sucumbieron a crisis ecológicas. Nos interesa especialmente que todo el planeta haga los deberes ambientales.
También, aunque no en la misma medida que las grandes metrópolis que alimentaron la I y II Revolución Industrial, tenemos una mayor responsabilidad que muchos de los territorios situados al Sur de nuestra latitud. Nuestra contribución a la actual situación de estar a las puertas del caos climático es mayor, como lo es de Occidente en su conjunto, con respecto a la mayoría del resto de los estados.
Pero, incluso haciendo un esfuerzo de imaginación y soñando que no existiera el Cambio Climático, un ejercicio de prospectiva sobre nuestro futuro nos obligaría igualmente a aceptar que ya no podemos estirar más este modelo. Hoy empieza a asumirse que existe una crisis global de la energía, pero también la hay de los materiales, de la presencia generalizada de contaminantes, de pérdida y reducción de recursos naturales no renovables. A lo que habría que sumar la probable recurrencia de crisis sanitarias por presión sobre los ecosistemas. Y, sobrevolando todo, la realidad de la emergencia climática sigue ahí. No hay tiempo que perder, el coste de oportunidad es mayor de lo que podemos pagar como especie.
Hoy, la única alternativa que ofrece el statu quo es que consumamos. Incluso, y sobre todo, a nosotros mismos. La versión turbo capitalista del Carpe Diem. La fiesta final. No tiene por qué ser así. No está escrita la última palabra sobre nuestro futuro. Sí hay alternativas. Y, en este momento, hay oportunidades. Y son lo suficientemente poderosas como para que nadie tenga excusas para no intentarlo. La globalización, impulsada desde la Organización Mundial del Comercio (OMC), ha provocado tal nivel de caos que incluso algunos de los estados que más la impulsaron apuestan ahora por revertirla. Hay un nuevo contexto geopolítico que apunta a la caducidad de la globalización y al acortamiento de las cadenas de valor. Es una oportunidad para diversificar nuestras actividades económicas y no depender de sectores tan vulnerables por insostenibles, lo hemos podido ver en esta pandemia, como es el turismo o el inmobiliario, causa de la anterior crisis global y origen de la década perdida que ha sido la de 2008-2018 en España.
También tenemos fortalezas, no solo oportunidades. Una de ellas, aún, pese a todo, pese al uso que hicieron los gobiernos del PP de la barra libre que fue la Ley 6/1994, reguladora de la actividad urbanística valenciana, es la distribución de la población sobre el territorio, que aún estamos a tiempo de impedir deje de ser fortaleza y se convierta en debilidad: la tarea más urgente es incrementar la resiliencia de nuestras sociedades con medidas concretas y que recogía en este artículo anterior El sexo de los ángeles o como nos venden la moto junto a nuestro potencial para llevar a cabo una transición ecológica justa. Es ahora el momento oportuno. A impulsar una transición real, y no a más de lo mismo, es a donde que deben ir dirigidos los fondos NextGenerationEU. No habrá otra oportunidad mejor de financiar los cambios necesarios para adaptarnos a la emergencia climática y al escenario de disminución de los recursos disponibles.
Soy de los que piensan que un mundo más austero, si los recursos se distribuyen con mayor justicia social, puede ser un mundo mejor. A fin de cuentas, la época del despilfarro de los recursos ha proporcionado una vida fácil a muy pocos. La mayoría de las personas seguimos viviendo sometidas al estrés diario y a la incertidumbre en el medio plazo, y eso para quienes vivimos en el primer mundo. Hay una gran parte de la población del planeta para la que sobrevivir sigue siendo una lucha diaria. Mientras, hemos de asumir, inevitablemente, las externalidades negativas que han causado quienes han tomado las decisiones que nos han llevado a que No mires arriba sea la película de estas Navidades. Eso sí, es tan recomendable verla como necesario se hace recordar que, a diferencia del cine, en la vida real, los finales no los escribe un equipo de guionistas, los escribimos entre todas las personas implicadas y somos millones las que estamos decididas a no dejar que nos lo escriban sino a escribir nuestra propia historia.
- Natxo Serra es coportavoz de VerdsEquo-Compromís.