Hace algunas semanas, este diario publicaba un artículo de nuestro estimado Pere J. Beneyto, cuya lectura sosegada les recomiendo, y que bajo el elocuente epígrafe Pay them more (páguenles más), reflexionaba acerca de la controvertida cuestión de las vacantes laborales. Con argumentos magníficamente expuestos y documentados venía a sostener la tesis de que el supuesto problema tiene mucho de inducido y que parece encubrir otro mayor: la incapacidad empresarial para generar empleo de calidad.
Así lo demuestra un estudio elaborado por el Gabinete Económico de CCOO y que concluye con que en España no hay un problema de vacantes. Si excluimos a las personas asalariadas no agrarias, tan solo se registraron un 0,9 % de puestos no cubiertos, una cantidad muy alejada del 2,9 % de la media de la UE. Los datos reflejan el nada anómalo desfase temporal que existe entre que se produce una oferta en el mercado de trabajo hasta su cobertura. De hecho, los tres sectores “estrella” sobre los que se asienta el mito de la “falta de personal” recogen porcentajes de vacantes sensiblemente inferiores a la media: construcción (0,6 %), transporte (0,5 %) y hostelería (0,6 %). Resulta curioso, cuanto menos, la magnificación de algunas patronales, desviando arteramente la atención de lo que sí resulta el auténtico origen del problema, que no es otro que las malas condiciones ofertadas en la inmensa mayoría de los puestos que quedan vacantes, especialmente en aquellos que requieren baja cualificación.
Argumentos bochornosamente pueriles, tales como atribuir a la falta de vocaciones la incomparecencia de personas a cubrir empleos mal pagados, precarios y con interminables jornadas, en muchos casos no remuneradas, que no respetan ni de lejos las 40 horas semanales, lo que define perfectamente las prácticas todavía demasiado arraigadas de parte de nuestro tejido empresarial. Por el contrario, parece del todo lógica la queja del empresariado que sí ofrece buenas condiciones y que sufre la competencia desleal de quiénes engrandan plusvalías incumpliendo convenios colectivos y explotando a personas trabajadoras, en ocasiones en régimen de semiesclavitud. Malas prácticas más generalizadas de lo que pudiéramos pensar.
Otro estudio económico de CCOO, en esta ocasión realizado en 2019, analizaba “la prolongación no retribuida de la jornada laboral” y los datos eran estremecedores. En el sector de la hostelería, el 11 % trabajaba 13,6 horas más a la semana, por la cara. En el del transporte y el almacenamiento, este porcentaje alcanzaba a más del 9 % de su personal, obligado, entre otras lindezas, a no respetar horarios de conducción y descanso, mal-dormir en áreas de servicios o incluso trabajar a pérdidas. Es seguro que estos sectores no tienen un problema de vacantes, pero sí están a la cabeza en precariedad laboral, horas extra no pagadas, horarios partidos, trabajo nocturno y malos sueldos.
Otro capítulo aparte en el universo “vacantes” se podría ilustrar con los desmanes en el sector agrario. Al margen de las estadística oficial de vacantes, en términos de condiciones laborales ofertadas, el campo figura en la cola de todos los indicadores imaginables, mientras que una y otra vez se oyen voces, que bien podrían haber salido de una novela de Delibes, que inciden en que falta mano de obra, ignorando que cada año 14.500 personas trabajadoras de desplazan a Francia para la vendimia, cosa que evidentemente no ocurre ante la llamada de los invernaderos de Almería o Huelva. El agrícola es el sector donde España registra un mayor margen de beneficios por hora trabajada si lo comparamos con la eurozona.
Otra cuestión que bien merece otra reflexión es la relativa a la cobertura en puestos que exigen alta cualificación. En mi opinión, el debate de este asunto se distorsiona porque suele aplicarse un punto de vista erróneo. ¿Acaso el propio modelo de negocio implantado por el empresariado no es el que pudiera explicar la falta puntual de determinados perfiles técnicos? Piensen como ejemplo paradigmático lo que viene ocurriendo en la construcción. Las empresas se quejan de falta de personal cualificado, mientras resulta habitual la práctica de subcontratar obra en cascada de la actividad contratada a las grandes constructoras, lo que acaba diluyendo el tamaño de las empresas, y que se suma al abuso de la contratación temporal, lo que lastra la oportunidad de formarse dentro de la empresa, eso a lo que antiguamente se le decía “aprender el oficio”.
Los cambios introducidos en materia de contratación en la última reforma laboral, me refiero primordialmente a la prevalencia de la contratación indefinida, van a dificultar y acotar estas prácticas, pero se precisa de un cambio profundo de cultura empresarial. Porque al final es una cuestión de libro, si una empresa va a sustituir a una persona al poco tiempo de haberla contratado, o espera que se pueda ir tan pronto le ofrezcan unas condiciones de trabajo decente, difícilmente invertirá recurso alguno en formación. Frente al beneficio fácil a corto plazo a través de la reducción de costes laborales, más retención de talento e incremento de la productividad a través de la formación de las personas trabajadoras.
La reforma laboral va a permitir combatir la alta rotación en el empleo que aniquila el retorno de una parte de la productividad que correspondería a la clase trabajadora, me refiero a la que se debería sustanciar en términos de formación y cualificación profesional. De contar a favor con un replanteamiento empresarial en los términos que apuntamos, el debate de los puestos vacantes que no se cubren pasará a mejor vida si la nueva legislación laboral sirve para estabilizar el empleo, tal y como parecen indicar todas las estadísticas.