Hace unos días, mi compañera Irene Montero, decía que “el feminismo es el principal motor de la democracia, algo que parece fácil de decir, pero es muy difícil de lograr”. Una afirmación que me recuerda que frente a las resistencias más reaccionarias, sí se puede, ya que el feminismo es por mérito propio la principal lucha social de este siglo, es el esfuerzo colectivo que ha posibilitado llevar a cabo transformaciones profundas en nuestra legislación y en nuestro sistema de valores, algo que ha tenido impactos tanto en las estructuras sociales como culturales, lo que ha permitido que la igualdad haya pasado a formar parte central del sentido común, impulsando una forma de organización social más justa y menos discriminatoria.
Una idea que ahora es realidad, pero que ha supuesto el sacrificio en vida de muchas compañeras que decidieron luchar por sus derechos durante el transcurso de la Historia. Esto me hace tener muy presente, que si nos conformamos o damos pasos atrás ante las presiones mediáticas, políticas y judiciales, los avances se ponen en cuestión y las posiciones más retrógradas contrarias a las conquistas feministas cobran fuerza. Por este motivo, el 8 de marzo las mujeres debemos desbordar las calles y las plazas de este país para celebrar las conquistas de derechos que hemos logrado durante muchos años gracias al empuje ciudadano liderado por mujeres que nos mostraron el camino y nos enseñaron que cada avance se pelea con todo, porque de lo contrario, la reacción más conservadora se envalentona ante la posibilidad de paralizar las conquistas de nuestros derechos.
En este sentido, llegamos al Día Internacional de la Mujer, tras un triste episodio en que se echaron por tierra todas las lecciones aprendidas con las ofensivas que sufrió la Ley Integral de Violencia de Género, donde el peor pronóstico se vio cumplido con un Partido Socialista arrodillado que sucumbió ante las presiones de la derecha mediática y política junto a una minoría conservadora en la justicia que ha intentado por todos los medios frenar este avance sin precedentes en materia de justicia frente a las agresiones sexuales. Finalmente, la imagen de la vergüenza se vio plasmada en el Congreso de los Diputados, donde el PSOE, en pleno 7 de marzo, terminó sacando adelante una reforma contraria al mandato del movimiento feminista junto al Partido Popular y la ultraderecha, un retroceso imperdonable para nuestra democracia, ya que vuelve al modelo anterior, supone el retorno al código penal de “La Manada”, introduciendo de nuevo la violencia o intimidación en cada tipo penal y abandonando la centralidad del consentimiento.
Este acto de traición al movimiento feminista contradice al Convenio de Estambul y de nuevo obliga a las víctimas a demostrar con heridas que han sufrido violencia sexual, lo que supone un calvario probatorio que genera paralización en las mujeres agredidas e impunidad para los agresores, algo que, sin duda sirve para que ante una agresión sexual vuelvan a preguntarnos si cerramos bien las piernas, cuántas veces dijimos no o con qué fuerza nos resistimos.
Sin embargo, como ya hemos visto, a cada avance en derechos para las mujeres siempre le ha seguido una reacción, nada que nos vaya a hacer renunciar a una ley que es un referente fuera de nuestras fronteras. Por ello, creo que la movilización, la presencia de nuestra lucha en las calles y la representación en todos los espacios de poder es fundamental para seguir defendiendo que el consentimiento no se toca, que el solo sí es sí ya ha ganado, y que tenemos por delante un enorme trabajo para seguir impulsando políticas que aborden la discriminación que sufrimos las mujeres desde una óptica que ponga la mirada en temas tan diversos pero complementarios como la protección de los servicios públicos, la mejora del sistema de cuidados o medidas dirigidas a fomentar la conciliación que nos permitan vivir en una sociedad como iguales.
En otro orden, volviendo a la afirmación inicial de este artículo, considero que el feminismo, además de ser el motor para el cambio social, supone un elemento clave para la gobernanza y para el desarrollo de las políticas locales que tienen un impacto directo sobre la vida de las mujeres. Algo que para mi supone un reto de cara a la nueva etapa política en la que me embarco, ya que me presento a la alcaldía de mi ciudad, València, y considero fundamental que los ayuntamientos de grandes ciudades deben tener un papel activo a la hora de abordar la feminización de la pobreza y erradicar barrio a barrio las desigualdades presentes en los espacios más cotidianos de nuestra vida.
Por estos motivos, desde Podem defendemos que València, como ciudad, debe diseñarse mediante la participación activa de la ciudadanía, atendiendo de forma inclusiva las necesidades reales de la gente y construir una ciudad con una fuerte cobertura pública que nos permita vivir en espacios libres de discriminación y violencias machistas.
De esta manera, debemos importar experiencias de otras grandes ciudades como Barcelona o Pamplona y crear un protocolo que nos sirva para dar una respuesta rápida y eficaz contra las agresiones sexuales que puedan darse en establecimientos de ocio nocturno, así como establecer puntos violeta que no sólo estén presentes durante determinados eventos festivos, sino que sean permanentes.
Además, necesitamos desarrollar otro modelo que tenga como prioridad poner la vida en el centro y repensar la manera en la que está repartido socialmente nuestro tiempo. La actual crisis de cuidados existe por la incapacidad de hacer frente al bienestar del conjunto de la ciudadanía en base a un modelo económico caduco que requiere de una respuesta que debe residir en lo común. Para ello, debemos ampliar la red pública, profundizando en sectores clave como, por ejemplo, la ampliación de escoletas públicas de 0 a 3 años para que cada vez más familias puedan tener acceso a las mismas, extender una red de cuidados municipal que llegue a todos los barrios para que las personas mayores puedan recibir un trato digno y, sobre todo, cuidar de quienes nos cuidan garantizando unas condiciones laborales dignas para las trabajadoras y los trabajadores de este sector.
En definitiva, mi objetivo es situar a València a la vanguardia de las ciudades feministas con un espíritu transformador que no se repliegue ni muestre equidistancia en los momentos decisivos para los grandes avances feministas frente la obstrucción reaccionaria de quienes quieren retroceder años de lucha feminista.