El pasado 12 de mayo la comisión de Educación de las Corts Valencianes aprobó incorporar la enseñanza del ajedrez en todas las etapas educativas como herramienta para desarrollar otros aprendizajes. La propuesta fue planteada por Unides Podem y defendida por Naiara Davó, a quien hay que dar la enhorabuena. Sin duda es una muy grata noticia, toda vez que este juego del intelecto, y deporte, reúne como ninguno muchas de las competencias que el alumnado debe incorporar ante el devenir incierto de este siglo.
Hoy que muchos cantamañanas de pedagogías reaccionarias periclitadas insisten en que no se pueden adquirir conocimientos con las pedagogías actuales –que propician la interdisciplinaridad, el aprendizaje colaborativo y por proyectos, la transversalidad y la gamificación- alegando que se quiere convertir la escuela en un parque de atracciones, con desprecio del conocimiento, es de agradecer que se valore y ponga énfasis en la diversión y la felicidad por sí mismas para aprender más y mejor (esta falacia de los sufridores ‘antipedagogos’ la desmontaré en otro artículo). El ajedrez es la muestra de que se puede fomentar el pensamiento crítico y aprender a reflexionar divirtiéndose. Por ello hay que felicitar a la Conselleria d’Educació. El ajedrez, decía Cervantes, imita a la vida, Hay un duelo de voluntades, una esgrima del intelecto, una sublimación bella de la sed guerrera del hombre transformada en lúdica lid.
El ajedrez se puede implementar alguna hora lectiva, pero no desde el principio, sino poco a poco como apoyo y ejemplo didáctico para muchas asignaturas (aunque la desaparecida URSS y hoy Armenia lo tienen como asignatura obligatoria con su propio profesor); también puede ser de aplicación transversal, o se pueden formar talleres en momentos no lectivos. Sus potenciales para un mejor rendimiento cognitivo, emocional y educativo son sin iguales. Hay muchas investigaciones que demuestran que apoyarse en el ajedrez para reforzar el aprendizaje de las matemáticas o del lenguaje, y del compañerismo, es más eficaz que sin él. La idea principal es construir un puente entre el mundo ajedrecístico y el mundo educativo. Para ello se han desarrollado ya diversas didácticas para la educación infantil y la primaria, que, con numerosas y lúdicas actividades recorren no solo el conocimiento de las reglas del ajedrez y sus fichas, sino las reglas de la suma, la resta, la multiplicación y la división. Se aprende jugando y se juega aprendiendo.
El ajedrez propicia la metacognición en la partida y tras la partida; el “aprender a aprender”, pues el alumnado organiza sus tareas y su tiempo y recapacita de sus errores; desarrolla la atención y la concentración, cuestión que ayuda mucho a favorecer la comprensión lectora; desarrolla la creatividad y el cálculo mental; ejercita la memoria a corto y largo plazo; enseña a un niño a disfrutar de la belleza de su idea; desarrolla la autoestima, la responsabilidad y la aceptación de normas tan importantes en la vida diaria para formar a los futuros ciudadanos en la sociedad.
Está científicamente comprobado que los niños y preadolescentes o personas mayores con autismo, trastorno por déficit de atención por hiperactividad, síndrome de Asperger, envejecimiento cerebral, Alzheimer, o muy introvertidos, etc., mejoran en su sociabilidad (favorece pues la inclusión: es un antídoto formidable ante el problema del acoso escolar); se afianza el pensamiento lógico matemático y el método de análisis y síntesis, de planificación de estrategias y de tácticas, y de toma de decisiones; el ajedrez forma a personas en valores antes que pretender formar campeones; se construye una sana competencia; se favorece la memoria visual (ya en educación infantil se les dan plantillas con las formas del rey, la dama, el alfil, el caballo, la torre y el peón para que los coloreen).
El ajedrez es una actividad que rompe las barreras de edad, cultura, ideología, religión o sexo pues entusiasma tanto a niños como a niñas, y pueden también jugar en el recreo. Nunca mejor dicho, es un lenguaje universal. Y, al contrario que en la mayoría de los juegos, en el ajedrez no interviene la suerte: esto enseña a valorar la habilidad, la preparación y la inteligencia por encima del azar; cuando un niño gana una partida tiene la sensación de haber logrado algo por si mismo y no por haber tenido suerte: refuerza la confianza en uno mismo. El ajedrez fortalece la voluntad y la resiliencia en una situación adversa: defenderse en una partida en la que el contrario ha conseguido ventaja nunca es agradable, pero en el ajedrez, como en la vida, siempre hay recursos con los que intentar resistir y luchar por dar un vuelco a la partida; desarrolla la autocrítica madura, pues cuando el rival nos ha superado no existen excusas. Pero, asimismo, establece normas y rituales de cortesía: darse la mano antes de comenzar, y cuando uno está perdido inclina su rey y tiende la mano de nuevo a su rival como gesto de rendición; y lo normal es que después juntos analicen la partida con aciertos y errores de cada cual; ayudar a colocar las piezas antes de la partida y recogerlas al terminar es también parte del juego. A qué punto es un juego/deporte limpio que no por perder una partida riñen sino que se ganan amigos.
El ajedrez tiene su origen –al parecer- en la India en el siglo VI, conocido como Chaturanga. Como juego del ejército fue conocido en Persia, aunque con variaciones de fichas y tableros hay quienes lo remiten a anteriores siglos. Sobre el año 800 llegó a Europa a través de la conquista de España por el islam, aunque también lo practicaban los vikingos y los Cruzados que regresaban de Tierra Santa. En las excavaciones de una sepultura vikinga hallada en la costa sur de Bretaña se encontró un juego de ajedrez, y en la región francesa de los Vosges se descubrieron unas piezas del siglo X de origen escandinavo que respondían al modelo árabe tradicional. Durante la edad Media España e Italia eran los países donde más se practicaba. Se jugaba de acuerdo con las normas árabes, según las cuales la reina y el alfil son piezas relativamente débiles, que solo pueden avanzar de casilla en casilla. El primer impreso sobre las reglas de este juego lo realizó en València Francesc Vicent a finales del siglo XV. Fue en el siglo XVII cuando el ajedrez experimentó un importante cambio estableciéndose las normas actuales, donde la reina se convirtió en la pieza más poderosa en cuanto a su movimiento en el tablero; los peones podían avanzar dos casillas en su primer movimiento y se introdujo la regla conocida como “en passant”, que permite capturar el peón que sigue su marcha y no come la ficha que se le ha ofrecido por una determinada estrategia, y el revolucionario concepto del enroque.
Mucha y muy interesante es la historia del ajedrez. Cuando yo era niño hubo un boom con el duelo por el campeonato mundial entre el ruso Spaski y el estadounidense Fischer. Fue un ‘combate’ histórico que propició la mayor venta de libros de ajedrez y tableros. Como recordarán ganó Fischer, que hacía genialidades como entregar la reina calculando que gracias a ello veinte jugadas después daría él el jaque mate. La URSS, en plena guerra fría, y donde el ajedrez era el deporte oficial desde la escuela, se sintió humillada. Como humillado y perplejo se quedó el más completo y mejor jugador de la historia, Kaspárov, quien tras ser capaz de ganar de espaldas todas las partidas a 26 maestros del ajedrez, perdió en 1996, en una memorable partida, ante la computadora Deep Blue, desarrollada por IBM para jugar al ajedrez. Deep Blue poseía una biblioteca de 700.000 partidas y calculaba 200 millones de jugadas por segundo. Pero Kaspárov se reía porque decía que era imposible que le ganara porque era insensible al peligro, e incapaz de crear estrategias. Esto, no obstante, y aunque se sabe que hoy ya un supercomputador puede crear estrategias y es invencible, no ha implicado que el ajedrez entre humanos siga siendo apasionante. Tampoco ha tenido éxito el ajedrez de tablero exagonal de 91 casillas también exagonales inventado en 1936 por el maestro Glinski – y que se pensaba más difícil y entretenido, pues hasta podían participar tres jugadores distintos-.
Para finalizar cabe recordar la famosa leyenda de “los granos de trigo”: Un joven braman que sabía que el rey, tras perder a su hijo en una batalla, estaba muy triste encerrado en su castillo, le pidió audiencia y le enseñó el juego del ajedrez. Luego de lograr la fascinación del rey por tan noble invento, el sabio brama le pidió al soberano solamente un grano de trigo por la primera casilla del tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera y así sucesivamente. El rey accedió y consideró su petición modesta. Pero al tiempo efectuó los cálculos correspondientes y recibió una mayúscula sorpresa: No podía pagar la recompensa prometida pues la cantidad de granos a entregar equivalía a cosechar toda la superficie terrestre durante más de diez años. El total exacto era 18.446.744.073. 709.551.615 granos (dieciocho trillones, cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro billones, setenta y tres mil setecientos nueve millones, quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince granos). El rey aprendió a ser prudente y le pidió al braman que se quedara en el castillo y fuera su asesor. El ajedrez, no lo duden, es muy útil desde el punto de vista pedagógico; y su estudio nos ha proporcionado una ingente información acerca de cómo aprende y funciona el cerebro humano.