El contacto directo con las masacres a través de los medios, las catástrofes y el sufrimiento de la humanidad, dondequiera que esté, produce un fuerte impacto emocional e intelectual. Esto lo saben bien los expertos en comunicación. El efecto colateral inevitable y pernicioso es la costumbre. Posiblemente hubo genocidios, masacres de poblaciones civiles, asesinatos y delincuencia de guante blanco en cualquier momento del pasado. Lo sabíamos a través de la radio, la prensa y las conversaciones de café. En buena parte solía permanecer oculta cuando no convenía a los poderes fácticos bajo la retórica de la religión, el orden social o el bien común y el uso de todo tipo de estrategias de silenciamiento y dominación. Guerras y revoluciones se llevaron por delante injustamente a personas inocentes. Insoportables efectos colaterales. Y muchos regímenes totalitarios -como en su día lo fue el franquismo-, hoy siguen torturando, encarcelando y asesinando cualquier resquicio de disidencia. Y eso sucede además ante las cámaras: Jamal Kashoggi y Mahsa Amini; Anna Polikóvskaya, Aleksandr Litvinenko, Aléksei Navalni... eliminados sin disimulo. También los hambrientos ciudadanos palestinos perseguidos implacablemente por el ejército israelita. Parece que se han suspendido las leyes de la guerra a discreción de los tiranos; parece que los organismos y los tribunales internacionales sólo son capaces de exhibir su buena voluntad y su impotencia. Es un signo demoledor del mundo en que vivimos.
El panorama actual resulta especialmente desolador e insoportable para los valores de la libertad, la democracia, el respeto y la palabra. El genocidio, el asesinato, la corrupción y otras formas de delincuencia, incluyendo la manipulación mediática, el tráfico de armas, narcóticos y personas campan a sus anchas ante la mirada escandalizada e impotente de la opinión pública y de los resignados parlamentos. La situación muestra el descaro de las élites dirigentes del capitalismo de la codicia que expulsa a ancianos de sus viviendas, elude la fiscalidad, ingresa comisiones astronómicas, opera en paraísos fiscales y dirige la política mediante la billetera y la ley implacable de la omertà. Su única ideología es la cuenta de beneficios. Parece que la complicidad silenciosa siempre tiene un precio y es el pacto que opera entre los grupos hegemónicos hasta que la policía o la prensa destapan los asuntos turbios y entonces el silencio cómplice deviene ametralladora mediática y política, que monopoliza el espacio y los discursos. No se habla de otra cosa. ¿De verdad es esa la política que tenemos? ¿Es ese el nivel de miseria? ¿Son esos los valores que nos merecemos? Que las estrategias mafiosas siempre han infiltrado sus tentáculos en la economía y la política es un hecho bien conocido. Que hayamos llegado a la ausencia absoluta de dignidad frente a esa infiltración y que el debate político de ideas y proyectos haya desaparecido sustituidos por el insulto, la teatralidad de pésimos actores que recitan sus mentiras sin saberse bien el libreto, y la escenificación mediática programada con estrategia es algo que ha logrado destruir los valores más preciados de la democracia.
La internacional ultra, con el apoyo de las élites nacionales antes conservadoras y ahora directa y activamente antidemocráticas, están minando nuestra dignidad personal y nuestros valores de justicia social, domestican la indignación ante mensajes de odio y muerte dirigidos al Papa, la retransmisión de masacres de ciudadanos civiles en Gaza, asesinatos de líderes políticos como Aléksei Navalni, o tramas delictivas articuladas desde gobiernos y empresarios.
Estamos asistiendo a la estratégica consolidación de un mundo canalla guiado por poderes sin principios, el enriquecimiento como meta única y el consumo como pulsión. Interiorizamos una situación intolerable que nos hace pobres, impotentes y enfermos. Con la estrategia de la omnipotente internacional ultra que impulsa a los partidos políticos de extrema derecha como Vox y aspira a tomar los parlamentos y que ha llevado al poder a oligarcas como Milei, Trump, Meloni, Putin, Netanyahu, Xi Jinping, Bukele, y sustenta la riqueza y el poder de ayatolás, aristócratas saudíes, emires árabes… el dominio del mundo deja cada vez menos espacio para la inteligencia y la libertad. Es la primera línea del más poderoso movimiento de dominación global. Europa, ante la profunda crisis, planea rearmarse. La industria militar está de enhorabuena. Los movimientos de emancipación, el feminismo, el ecologismo, el indigenismo poscolonial, el multilateralismo y la diplomacia internacional, los movimientos de defensa del planeta… quizá sólo representan utopías a merced de quienes tienen a su alcance el poder de destruirlo todo, incluidas nuestras mentes. Nos queda la inteligencia, la palabra y las urnas… Ay, pobre Europa!