1. A lo largo de la historia diferentes hechos, actos o colectivos han sido sujetos políticos. La naturaleza, los mitos, los dioses, la religión, la nación, los reyes, la burguesía, el capital, el proletariado han sido, junto a sus opuestos y sus conflictos, los sujetos que han marcado la historia humana. Hoy es probable que el sujeto político sea la incertidumbre o por mejor decir, el miedo, un miedo que nace de un futuro impredecible al que nadie da un significado y que se ve incrementado por la reciente pandemia y la actual guerra. Ese miedo, que la izquierda es incapaz de apaciguar, provoca resignación, lleva a la población a aferrarse a la seguridad de lo conocido en el pasado y esto lleva al voto a las posiciones más extremas de la derecha. Esta emoción se instala en nuestras mentes mediante la utilización de unos pocos argumentos: los extranjeros, la estructura familia, los impuestos y la seguridad. Son estos pilares sobre los que la más extrema de las derechas construye su propuesta, apelando a una conciencia interior dubitativa y temerosa sobre el futuro y sobre los que la izquierda no responde acertadamente. Parte de esa responsabilidad esté en el hecho de que la izquierda ha cedido conceptos muy progresistas como son el de seguridad y el de autoridad, asumiendo el relato conservador de la dicotomía seguridad versus libertad y que autoridad es sinónimo de imposición y de que, además, la izquierda apela a una Libertad asociada a aspectos identitarios y subjetivos que el capitalismo es capaz de deglutir y manipular a su antojo.
2. Las opciones progresistas no somos capaces de convencer a la población de que no deben tener miedo a que vengan personas nacidas en otros países a trabajar, aunque ocupen puestos de trabajo que, cualificados o no, son descartados por nosotros y aunque finalmente son una aportación a nuestro bienestar, directamente con la prestación de los servicios e indirectamente pagando impuestos. En definitiva, vienen a cuidarnos como médicos, como asistentes a mayores y dependientes, a recoger los alimentos que comeremos o a construir las casas y las carreteras en las que viviremos o por las que transitaremos y a aportar. Y sin embargo la derecha consigue colocar la agenda de la inmigración como problema.
Tampoco convencemos a la clase media de que no debe tener miedo a pagar impuestos porque el sistema tributario – sin duda mejorable – es la mejor manera de disponer en su directo beneficio de los recursos propios aportados y de los ajenos por medio de las inversiones públicas – cuya eficiencia es mejorable – y que pagar impuestos es el mejor mecanismo para garantizar la seguridad que reclaman al estado, mediante el refuerzo de todas las estructuras de atención social, como son la educación, la asistencia sanitaria y hospitalaria, la atención residencial o familiar de mayores y dependientes. Sin embargo, este mensaje no cala a diferencia del mensaje de la banca de que es seguro depositar los ahorros en sus cuentas, aunque esté manejado por personas a las que no conoces, que no se someten a evaluación pública y tienen unos intereses propios muy alejados de la mayoría y sea el mecanismo que refuerza la acumulación del capital en pocas manos.
Ni convencemos de las ventajas a ser austeros – palabra progresista deglutida y retorcida por el sistema – ni de las oportunidades de ralentizar nuestra vida en beneficio del soporte vital que es la naturaleza, reduciendo consumos y de que la acumulación de cosas no nos hace ni más ricos ni más libres. No se debe tener miedo a reconocer otras formas de familia, que no supone la desaparición de la familia tradicional (ampliamente mayoritaria), ni afectan a la autoridad que padres y madres tengan dentro de su propia familia, ni se debe temer la existencia de otras formas de sentirse individualmente de las que solo se exige respeto. Ni adhesión, ni conformidad, ni tan siquiera comprensión ni obligación de opinar, solo respeto que es la más superficial vinculación con cualquier asunto.
3. Por desgracia esa incapacidad de construir una alternativa contra el miedo tiene mucho que ver con la una excesiva sumisión de los programas progresistas a las nuevas subjetividades/identidades como principal herramienta para articular un discurso con el que presentarse ante el electorado, discurso aparentemente sólido pero en muchas ocasiones más bien formal, sin pensar que la suma de reivindicaciones no conforma un programa y que los miedos de la población afectan a los aspectos de la vida material, unos temores que son mal identificados, pobremente enfocados o quedan desatendidos, provocando el desapego social hacia las alternativas de izquierda. Particularmente importante es ese desenfoque hacia las clases medias – ese conjunto de personas que creen ser ricos y temen ser pobres y que son un actor determinante en nuestra sociedad – que lastra la ampliación de la base social progresista. Así, la forma de presentar las medidas hacia los sectores más desfavorecidos de la sociedad – que son a la postre los más objetivamente temerosos – se interpreta por la clase media en oposición a sus intereses, algo que sucede, en muchas ocasiones, porque las medidas de carácter tributario o de apoyo social van dirigidas a sectores muy desfavorecidos, con rentas muy bajas – o en sentido contrario a todo el mundo - provocando una ruptura de una posible alianza de clases en torno a propuestas igualitaristas o redistributivas. Cuestión que se añaden a otras dificultades de acceso a esas ayudas.
4. La ampliación de la base electoral – único instrumento para gobernar en democracia – obliga a dirigirse a los votantes de la derecha y de la extrema derecha, no para comprar el programa de estos sino para neutralizar los miedos que les llevan a asumir sus propuestas o considerarlas inofensivas logrando así su adhesión electoral, acto que les exime de responsabilidad pues votar no se interpreta como adhesión fuerte. El necesario cordón sanitario de los demócratas a la extrema derecha ha de circunscribirse a los partidos, no a sus votantes, captar su atención hablando de los aspectos básicos de la vida material para aplacar esos miedos que nacen del cambio civilizatorio que empezaron a vislumbrarse hace cincuenta años y que hoy alcanza una fase determinante.
5. En esta época de incertezas hasta los hechos más positivos – avances científicos, mayor conocimiento sobre los riesgos climáticos, aplicaciones tecnológicas, avances en sanidad, cambios de estructura laboral, etc. - se perciben como incomprensibles y su carácter disruptivo adquiere ahora todo su significado. Esta falta de comprensión de lo que sucede a nuestro alrededor incrementa los temores ante el futuro más inmediato o lejano, particularmente en los entornos laborales y familiares. A estos temores contribuyen los medios de comunicación de masas dejando de ser mediadores entre la realidad y la comunidad para convertirse en instrumentos políticos partidistas, deudores de sus propietarios y de sus cuentas de resultados. En este entorno comunicativo orienta más la opinión pública un comentario jocoso entre chiste y chiste en un programa en prime time o una noticia anecdótica de un suceso terrible – aunque sea fuera de nuestras fronteras elevándolo así a condición de categoría global - que cualquier declaración sosegada y razonada de un gobierno, un periodista o un líder sindical.
En definitiva, nunca como ahora, en esta época de titulares, tuits y mensajería instantánea, es más cierta la frase de que un argumento que necesita más de treinta segundos en explicarse deja de ser argumento, pues exige un nivel de atención que pocos están dispuestos a dedicar, apurados por el día a día. Ahí, en ese espacio sin palabras del que habla Mark Thompson, es donde recalan los mensajes simples de “antisanchismo” y “libertad para beber” porque en un concepto, además de ser fácil de reproducir, reúne a todos aquellos que atribuyen un significado – cada cual el suyo - a unas pocas palabras. De ahí su potencia.
6. Ante tantas incertidumbres y nuevas exigencias los temores se acrecientan y como un niño que ve monstruos en el armario, una mayoría se dirige a lo seguro, a aquello con lo que, sin estar totalmente de acuerdo lo identifica con un estado de seguridad básica, intuitivamente comprensible, sin demasiados esfuerzos. Además, cuando gobierna la derecha esta produce cambios irreversibles como son los que afectan a la propiedad, anclando esas reformas como “derecho natural”, mientras que la izquierda huye de conceptos que la propia izquierda ha significado como trasnochados – clase trabajadora, transición de modelos, alianzas de clase, radicalidad, el carácter basal de los conflictos productivos -. Se aferra a lo fácil, a lidiar en batallas culturales más formales que reales que, sin ser innecesarias, recalan en un magma ideológico difícil de combatir y al que se acude lastrados de antemano. Sin embargo, hace más contra la violencia machista, la homofobia o atajar los suicidios entre jóvenes, mejorar el salario mínimo, facilitar servicios, mejorar las becas de estudio o la protección de las condiciones laborales, es decir, las condiciones objetivas que todas las campañas publicitarias o los enfrentamientos en redes sociales frontales contra la extrema derecha.
En este sentido es importante convencer a la población, en el actual contexto electoral, de que importa y mucho lo que pase en este paraje lateral de una región sureña, de una Europa en declive de un planeta definitivamente herido hablando de aquellos aspectos de la vida que por estar cambiando provoca temores.