Ya verás cuando alcancemos la novena ola, advierte un negativista a ultranza (por llamarlos de alguna forma) con intención de amargarte el café. El hombre, un aplicado empollón de temas sombríos que den apariencia de consistencia a sus tenebrosos presagios, intenta ponerte mal cuerpo sea a final de año, a principios o a mitad. El profeta de esa negatividad compleja escupe argumentos catastróficos 24 horas al día, ininterrumpidamente. Para él, toda va a irnos mal. Lo dice entre vacuna y vacuna, y ya lleva tres inoculadas para no palmarla antes de darnos el último parte tétrico de la jornada.
Ese tipo de gente agorera predice subidas del IPC, hambrunas masivas, caídas bruscas del empleo, invasiones de hackers rusos, unos PIB trimestrales por los suelos, apagones de luz repentinos que echan a perder nuestras reservas de congelados y apocalípticos desastres naturales. Ese hombre disfruta mostrando la cara menos amable de nuestra existencia. Lo ve todo negro, nunca le toca la lotería y teme que le caiga encima el Gordo por los impuestos que le tocaría pagar.
Esos cenizos salen a la calle dispuestos a torturar al prójimo con sus pronósticos del fin del mundo, con sus vaticinios gafes sobre el mañana. Este personal sádico cree además en patrañas insólitas, temerarias y absurdas. Cree que nos van a invadir por tierra, mar y aire unos inmigrantes a lo que considera unos desalmados y piensa ciegamente que España solo hay una, la suya, la de los libros de historia franquistas. I sobre todo que los alienígenas son malos de solemnidad y nos aniquilaran en cuanto aterricen sus naves en un descampado.
Los auspicios de esta pléyade de nocivos personajes sociales alcanzan a tu equipo de fútbol favorito (ya verás como pierde el domingo), al servicio meteorológico (ya verás que días de perros nos va a hacer en vacaciones) y a la estabilidad del euro. Este hombre cree que el volcán de La Palma no está inactivo solo que se ha tomado un respiro antes de volver a estallar con más fuerza. Según este negativista, Europa es un invento agotado que va a desaparecer, también mañana mismo. Él cree que después de la COVID-19 se está incubando otro virus más maligno, y por eso ha repuesto las existencias de papel de váter en su trastero. Este pernicioso elemento social no cree que sea algo maravilloso que los semáforos funcionen cada día y que la basura se recoja cada noche de nuestras calles; él no cree en los milagros, solo en las desgracias. Vive regodeado en todo lo malo que vomitan los telediarios y elabora una lista de las desgracias acontecidas para repetirlas en bucle a los demás y así encontrar un sentido a su vida de agorero funesto.
Hay que cuidarse de esos adivinos de pacotilla que quieren amargarnos la semana, la Navidad o el año nuevo. Un negativista sombrío es un pesimista contagioso que promete que la civilización se extinguirá en un pispás. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo ocurrirá un atentado yihadista, ni cuándo los rusos atacarán Ucrania, ni cuándo volverá a mandar otro tiparraco a lo Trump en el mundo. Pero mientras, vivamos, ahuyentemos a los negativistas de nuestro entorno con un conjuro positivo: carguemos las pilas de buen rollo y vayámonos a tomar copas a un bar, provistos de nuestro pasaporte COVID en la boca, con amigos risueños y optimistas. Pensemos que las nuevas generaciones son más listas que nosotros y esquivarán con suma pericia todos los malos augurios del dichoso vecino negativista.
Si por casualidad se encuentra a uno de ellos por su camino dígale que le parta un rayo gamma, o mejor aún dígale que un compañero suyo de la oficina, que trabaja de incógnito en la CIA, le ha dicho que está a punto de estallar la tercera guerra mundial. A ver si así se pone como un poseso a excavar un hoyo en el jardín para fabricarse un búnker doméstico y nos deja tranquilos al resto una buena temporada.
¡Vaya peste de pitonisos malasombra!