La querencia de la derecha española por los militares no es ninguna novedad. Solo hay mirar por el retrovisor de la historia hacia el siglo XIX para ver sucederse en el tiempo y en el poder a generales que formaron parte de gobiernos y lideraron fuerzas políticas. Conocidos como los espadones, término que la RAE define como personaje de elevada jerarquía en la milicia, y, por extensión, en otras jerarquías sociales. Y, en una segunda acepción, militar golpista. Este es el significado que cobraría más fuerza en el siglo XX de la mano de Primo de Rivera y de Francisco Franco con el golpe de Estado que encerraría a nuestro país en la cárcel del nacionalcatolicismo, durante cuarenta años.
Pero esto no va de hacer un repaso historiográfico. El siglo y los personajes son accesorios. Para eso están los historiadores. Se trata de otra cuestión. De las ansias de la derecha española por mantener bajo control a la sociedad española. Es cierto que el ejército se ha modernizado y democratizado, salvo para los antiguos oficiales que plantearon fusilar a 26 millones de personas en un grupo de whatsapp y derrocar a Pedro Sánchez. Pero también lo es que volvemos a escuchar el peligroso argumento de que estamos ante un estado fallido que necesita de una figura de relevancia y prestigio, a la que el pueblo admire y respete, para mantener el orden frente al caos.
Sorpresa. Lo pronuncia el mismo Mazón que ha desacreditado sin miramientos a los militares de la UME para poner al frente de la reconstrucción a un teniente general jubilado. Una contradicción manifiesta por parte de un Molt Incompetent Presindent que, en un alarde de cinismo propio de quien solo ha destacado por promocionar eventos en sus redes sociales, afirmó que, ahora sí, iba a incorporar “gente preparada”. Un mensaje que acompañado del nombramiento de un militar es, cuanto menos, inquietante más si cabe después de que el nuevo vicepresidente haya advertido de que no va a “aceptar órdenes políticas, ni partidistas”.
No sé a qué misión piensa que se incorpora Francisco José Gan Pàmpols. El cargo que ha aceptado, por mucho que lo vistan de uniforme, es político y las decisiones que tome serán políticas y las responsabilidades que se deriven de ellas, también. Me parece perfecto que tenga un currículum impecable. Pero ello no supone un salvoconducto para levitar. Gan Pàmpols va a desempeñar sus funciones con trabajadores y trabajadoras públicos, no con militares. En la administración pública, los y las profesionales participan en la toma de decisiones, no están sometidos a una cadena de ‘ordeno y mando’. Una cuestión que también tiene que tener en cuenta el general de Brigada Venancio Aguado que ocupará la Secretaría Autonómica del gabinete de la Vicepresidencia. A falta de uno, dos reservistas.
Siento un escalofrío al pensar que un nombramiento así, en esta situación de gravísima crisis que estamos viviendo, no es inocua. Situar a un militar como el único capaz de liderar la reconstrucción tiene más que ver con la estrategia de desprestigio de las instituciones y de lo público a la que se ha entregado Mazón para parapetarse que a una verdadera intención de atender la emergencia. Es más. Suena tanto a aquel bulo de Franco de que él no se dedicaba a la política, como a las actuales fakenews de políticos ultrapopulistas, en las que supuestos técnicos han llegado a salvar a sus países de la política. No hay más que ver en qué estado se encuentra Argentina y hacia dónde camina Estados Unidos.
Pero tampoco podemos perder de vista que mientras nos entretiene con Pàmpols, Salomé Pradas sigue protegida porque, quién sabe, tal vez su cese implicaría que revelara cuántas veces llamó al primero de todos los valencianos y cuántas veces no lo encontró al otro lado de la línea telefónica. Francamente, no sé cómo Carlos Mazón se sostiene en pie y se mira en el espejo mientras convive con 219 víctimas mortales, a cuyas familias todavía no ha explicado por qué ignoró las alertas, mantuvo su agenda, se burló de la Universitat de València, se fue de comilona y llegó tarde al CECOPI. Ay, si hubiera sentido la misma urgencia por enviar la alarma que por irse a comer con Maribel.
Pero él sigue. No decae en su empeño de resistir a base de mentiras. Como dice una amiga, la sociedad valenciana tendría que rechazar cualquier cambio que no supusiera la dimisión del equipo de gobierno y la convocatoria de nuevas elecciones. Su mera presencia es una afrenta a las víctimas, un recordatorio de que estamos desprotegidos ante cualquier amenaza. Nadie se toma en serio a este señor que pactó con un maltratador, nombró vicepresidente a un torero, ahora se atrinchera tras un militar y ya hay quien habla de que lo próximo será un retor.
De verdad, no podemos permitir que la indignación dé paso al sarcasmo. El nombramiento de Gan Pàmpols es la constatación de que tenemos una Generalitat fallida, presidida por un cantante melódico que aspiraba a emular a Eduardo Zaplana, en todos sus aspectos, y que no ha estado ni estará jamás a la altura de representar al pueblo valenciano. A pesar de lo que diga Alberto Núñez Feijóo, Mazón no tiene más oportunidades.
Cada día que pasa en el cargo es un insulto a la dignidad de las víctimas, a las personas que han fallecido y a sus familias, a quienes recibieron la alerta cuando estaban atrapadas en sus coches, en sus casas o en sus trabajos. A quienes han perdido sus casas y los recuerdos sobre los que construyeron sus vidas. Es Mazón quien falló, es su gobierno el que no estuvo a la altura y el que empieza a adjudicar a dedo los contratos para la reconstrucción entre sus amiguetes. Otra vez el PP actuando como el PP. No hay nombramiento que encubra tanta negligencia. No hay militar que salve a Mazón.