Todo se nos olvida

Todo se nos olvida, incluso los principios, incluso los finales.

Hablamos de aceptar la diferencia, de enriquecer la vida juntando distintos puntos de vista, pero a la hora de firmar acuerdos entre partidos que son muy parecidos, entonces la izquierda saca la lupa del milímetro, aumenta el matiz hasta convertirlo en muro infranqueable, y monta un sainete que los medios de comunicación ventilan con entusiasmo.

Recuerdo en la transición a los partidos de izquierdas oponiéndose al eurocomunismo de Carrillo. Bandera Roja, Movimiento Comunista, Liga Comunista Revolucionaria, Partido Comunista de los Trabajadores, Organización de Izquierda Comunista... todos enfrentados y cuyas diferencias había que buscarlas con microscopio en la letra pequeña de sus manifiestos. Ninguno de ellos sobrevivió. También se nos ha olvidado aquella división minúscula de principios.

Hoy hemos adelantado. Estamos en el momento de borrar los olvidos y mirar hacia el futuro prometedor. Descubrir que nuestras diferencias no son un obstáculo sino un patrimonio, la garantía que consolida la unión.

El gobierno de coalición ha obtenido éxitos que son inexplicables sin la ayuda de las diferencias, aunque los medios se hayan dedicado a augurar terribles conflictos y rupturas que nunca llegaron. La base es muy elemental: ponerse de acuerdo en principios básicos para obtener finales colectivos de progreso. Todo desde distintas miradas que confluyen.

Ahora, aunque haya nubarrones, no es el momento del temor sino de la convicción. No hay que tener miedo a la ultraderecha; sus políticas son viejas conocidas y es mejor que estén en el parlamento que en los cuarteles.

Ya sé, a la izquierda abertzale se le exigió para entrar en democracia cumplir las penas impuestas, el abandono de las armas, la renuncia a la violencia y pedir perdón. Lo hicieron, por eso es bueno que defiendan sus ideas desde los escaños.

Pero a la extrema derecha no se le ha exigido arrepentimiento alguno por ser herederos de la dictadura cruel, esa a la que homenajean sin tapujos, brazo en alto, y en las narices de una justicia que ni pestañea. Entran en el parlamento sin condiciones aunque niegan principios básicos. Otra vez la vara de medir torcida.

Aun así sabemos que todos sus votos no tienen detrás a personas extremas, solo les han convencido. Por eso encontraremos el antídoto, que no es el odio, ni el exabrupto, no crean, son la razón, la firmeza y el diálogo.

Ahora, desde la unidad de las diferencias, sigamos el camino del acuerdo. Es decir, la certeza de que los principios acordados conducen a un final mejor que los principios unilaterales.

¿Cómo contempla la democracia que la mayoría haga renuncias para que la minoría desahuciada viva un poco mejor? Si la democracia es aritmética, estamos perdidos. Si las convicciones tienen que ver con lo que a mí me conviene, estamos perdidos. Si las cosas pueden ser legales sin ser éticas, estamos perdidos. Si la diferencia genera desigualdad, estamos perdidos.

Y si estamos perdidos no nos salvará el autoritarismo, que nadie se engañe. Solo nos salvarán aquellas propuestas que tiene que ver con lo público, con lo social.

Escribamos la Democracia con mayúsculas, juntos, y que los votos miren a un horizonte de progreso colectivo. Hemos de avanzar sobre lo avanzado, sin pasos atrás.

Que no se nos olvide el camino recorrido.