El peligro de alimentar la bestia

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No debería importarme, pero me importa. Y me preocupa mucho, que la actitud de Feijóo, arropado ideológicamente, zarandeado políticamente y sostenido administrativamente por el ayusismo esté alimentando a la bestia. Las experiencias históricas de partidos conservadores que, con la expectativa de alcanzar el gobierno han alimentado a sus militantes más radicales -algunos organizados militarmente- les ha llevado a ser engullidos por estos. La lógica es simple. Primero se les utiliza como punta de lanza para amartillar agresivamente a sus adversarios, pero después estos, empoderados por sus superiores, asumen plenamente su papel constituyente independizándose e imponiendo su radicalidad al conjunto y este se ve irremediablemente impelido a asumirlo para no perder aquella parte escindida del todo que limita sus expectativas electorales. Esta posición confiere a los radicales un poder de decisión que no tiene su correlato con la cantidad sino con su capacidad de orientar las decisiones y, dado que no pretenden ser el todo sino una parte decisiva del todo -porque saben que eso rompería su posición hegemónica- van socavando la influencia de aquella parte más moderada. Una vez colocados en esa lógica de hegemonizar el debate frente al grupo mayoritario, es muy difícil salir de ella, puesto que el instrumento se ha convertido en el fin. De esta forma el pathos -crear emoción, sentimiento, conmoción- se impone con el ethos -la autoridad- y así la finalidad es incrementar la agresividad sin freno como único recurso político posible. Ahí es donde empieza el desgarro puesto que la agresividad se convierte en violencia en alguna de sus formas -verbal, normativa, física- que acaba por alcanzar también a aquél que promovió o consintió la existencia de los radicales.

Sospecho que tras las alecciones los poderes que crearon, sustentan y promueven a VOX se han dado por aludidos. Sospecho que entre bambalinas ya hay gente diciéndole a Abascal “muchachote, gracias por lo servicios prestados pero se ha acabado tu juguete”. Núñez Feijóo se ha quedado sin más interlocutores que aquellos que salieron del partido padre, y no le queda otra que volver a aglutinar a todo aquel que promueva idearios conservadores aunque sabe, porque tonto no es, que el ingreso en el PP de los líderes de VOX le supone una palada más en su tumba al acabar con su imagen moderada con la que aupó –o le auparon– al liderazgo. Cuando pactas con el diablo, el diablo pasa la factura inevitablemente y cuando alimentas a la bestia, esta te exige constante alimento, es insaciable.

Los pactos de la vergüenza han dejado descolocados a los liberales dentro del PP, que se mantienen porque las expectativas de poder y el poder mismo que han alcanzado son el superglue de todas las posibles rupturas. El PP ha tocado techo en estas elecciones generales y además lo ha hecho realizando la carrera más intensa que podía hacer, desgastándose por encima de sus posibilidades. Ha actuado como el guepardo que puede correr muy velozmente durante poco tiempo pero que si no alcanza su presa puede pasar una larga temporada sin comer y, en este caso con una desventaja, y es que tiene las hienas corriendo detrás de él a la espera de que su cansancio le convierta en su alimento. El PP ha tenido que apoyar bulos, decir mentiras pública y ostensiblemente, publicar todas las encuestas posibles a su favor, insultar a sus adversarios hasta la grosería, apoyarse en ripios facilones reproducibles en bautizos, entierros, bodas y comuniones y, lo que es peor, prometer y acordar gobiernos con la extrema derecha, esa bestia alimentada como punta de lanza por aquellos que ahora la quieren desarmar. Nada de eso le ha dado el gobierno y el problema que tienen es que ahora, por razones físicas de desgaste, solo le queda descender y dependiendo de la velocidad de caída romperse la crisma o solo las piernas.

Incluso en este supuesto de disolución de VOX siempre quedará ese grupo de irreductibles brabucones defensores de la pureza “racial” e ideológica a los que se les ha armado ideológicamente desde los medios conservadores y con las campañas durante años y que no van a dejarse desarmar así como así. De hecho, la lectura que hacen muchos es de traición hacia ellos y se enrocarán aún más quedándose como un residuo parlamentario o social, complicándole la vida a todo el mundo, especialmente a la derecha democrática que, siendo necesaria, no ha sabido construirse salvo en Cataluña y Euskadi. Esas son las consecuencias de alimentar a una bestia. Los últimos movimientos erráticos de Feijóo pidiendo apoyos de Junts, PNV, del propio PSOE, desplantes a VOX, etc. en lugar de fortalecerle le debilitan y le conducen por el camino de su sustitución de hecho o de derecho.

Por lo que respecta a la situación general –conformación de gobierno, pactos parlamentarios, etc.- esta legislatura, en caso de que haya un segundo gobierno de coalición, anuncia una fase final de esta larga transición hacia la democracia que empezó con la muerte del dictador. Una fase que debería ser, ya veremos con que intensidad, de ruptura, con lo cual muchos de los tabúes que hemos mantenido durante toda la transición deberían ir cayendo al menos para ser tratado. El grito carlista-tradicionalista que mantiene la derecha en este país -su dios, su patria y su monarquía- no se sostiene y habrá que empezar a hablar, si no de la jefatura del estado, sí de nuestra relación con la iglesia católica –esto es, del concordato que al fin y al cabo es un tratado internacional– y de la organización territorial del estado. En todo caso hablar de esto ahora es posible y, sin duda, necesario.