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Pollo sin cabeza

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Agosto llega con un mensaje claro bajo el brazo. La estrategia de tierra quemada por la crispación, el insulto y la mentira ha fracasado. El PP pensó que podría gobernar. Calculó mal. Mejor dicho, le salió bien el 28M y pensó que solo tenía que dejarse llevar por esa ‘ola azul’ que acabó convertida en un tsunami con destino a la calle Génova. Si la campaña hubiera durado una semana más no habrían podido evitar que su candidato siguiera haciendo el ridículo; ni sacar más Bustos, Herreras, Ana Rosas, Grissos, Ferreras, Marhuedas o Losantos.

En estos momentos, parece que impone el consenso para investir a Pedro Sánchez sobre un tablero todavía en movimiento. Cómo son las cosas. Cuántos pactos han dado los gobiernos autonómicos y locales al PP desde la historia de los tiempos. En el año 91 Rita Barberá arrebató la vara de mando a una Clementina Ródenas que ganó las elecciones. Recientes son José Luis Martínez Almeida, Isabel Díaz Ayuso, Juanma Moreno Bonilla, María Guardiola, Alfonso Fernández Mañueco o Fernando López Miras.

Como en el Gobierno de España, donde no es necesario remontarse a las fotos de José María Aznar con Jordi Pujol. Basta con acudir a la inmediatez. A Alberto Núñez Feijóo hay que insistir en recordarle que en 2015 el PP perdió la mayoría y un año después, tras una repetición electoral, el PSOE se abstuvo para que el PP pudiera gobernar y le costó una gravísima crisis interna.

Después, llegaría un 24 de mayo de 2018 y la condena por organización criminal. Los papeles de Bárcenas, aquel señor del que usted me habla, M.Rajoy, Gürtel, despidos en diferido y la aplicación del artículo 155, con una intervención en Cataluña calamitosa. Resultado, una moción de censura que dio paso a unas elecciones en las que ganó el PSOE. El PP optó por el bloqueo. Ni abstención, ni reciprocidad. Volvimos a votar en cumplimiento del artículo 99 de la Constitución. Aquel que dice que no estamos ante un sistema presidencialista sino parlamentario y que gobierna quien es capaz de obtener un respaldo mayoritario en el Congreso de los Diputados. Ese mismo artículo que dice que el PP solo suma consigo mismo, es decir, con Vox.

También debemos hablarle al gallego de la deslealtad con la que el PP actuó durante la pandemia. Parece olvidado que mientras el Gobierno de España bregaba contra una crisis mundial sin precedentes, en el Madrid de la libertad fallecían sin control miles de personas mayores en las residencias y Pablo Casado acusaba a Ayuso de “comportamiento poco ejemplar” porque “La cuestión es si es entendible que el 1 de abril, cuando morían en España 700 personas al día, se puede contratar con tu hermana y recibir 286.000 euros de beneficio por vender mascarillas”. Casado fue decapitado.

Se enzarzaron entre ellos y ahora vuelven a la gresca. Tras el 23J, uno de los primero en sacar la patita fue Esteban González Pons quien, tras una campaña de barro y bulos, propuso una desescalada. ¡Cuatro años soportando la sanchidad, el falconetti, felón, traidor, bilduetarra, filoterrorista o que te vote Txapote! Prácticamente un lustro de insultos para que el conocido como conseller sandía izara, tras el fracaso, una bandera blanca desde el centro de mandos de la campaña más vil de la historia de España.

González Pons ha enmudecido. Esperanza Aguirre salió a decir ‘chitón’ a aquellos que pretendía cambiar la estrategia de la crispación liderada desde Madrid. Esos que de la noche a la mañana cambiaron el ‘partido de traidores’ por ‘partido de Estado’. Aguirre que debería estar desahuciada de la política. Ella que fue presidenta gracias al tamayazo, bajo cuya sombra se cobijan tramas de corrupción y negocios especulativos, mantiene la auctoritas intacta.

Acabamos de despedir un julio que rompió las costuras del PP. Pensaron arrasar y quedaron descompuestos. ¡Ayuso, Ayuso! Los gritos de la militancia silenciaron un discurso deslavazado, casi improvisado de Feijóo la noche autos y dejaron claro que el PP está bajo la dictadura de Madrid. El gallego apareció como otro hombre de paja en manos de la dirección regional.

Mi imaginación sobrevoló el escenario y vio que Feijóo era consciente de su destino. La tarima desde la que saludaban vestidos de blanco, menos una presidenta con cara de compungida y camisa roja, se convirtió en un cadalso bajo sus pies. No sé si Alberto tragó saliva mientras se acariciaba el cuello. Sentí compasión. La escena me llevó a aquel día en el que mi padre llegó a casa con un pollo. Lo tumbó en una tabla de madera, sobre el banco de la diminuta cocina. Entonces tenía cuatro años pero hoy todavía me agarrota el pánico. Siento cómo la cara se contrae y las manos se aferran donde pueden para empujar la espalda contra la pared, como si tras ella se fuera a abrir una puerta por la que escapar a otra dimensión antes de que me alcance el animal decapitado que corre hacia mí.

Feijóo llega a agosto corriendo como aquel pollo guillotinado. Enfrente, tiene una corte que huye hacia la madriguera. Todos menos Ayuso, que se mantiene firme en el cadalso mientras Esperanza Aguirre ríe con un impertinente descaro chulapo, sosteniendo la cuerda a la espera de nueva orden. Veremos qué le depara septiembre, aunque la cabeza no creo que la encuentre.

Mientras tanto, descansemos y desconectemos. Seamos felices y disfrutemos de las vacaciones.