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Prepararse para el cambio de la historia

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Le comentaba a una persona hace semanas que tenía la sensación de que 2022 era un tiempo de cambio en el que, de nuevo, la historia nos superaría. Era una mera intuición. Y en eso llegó la invasión y la guerra en Ucrania. Más allá de las razones y las culpas, está la realidad: la guerra nos cambia el horizonte. Prever su desarrollo todavía es pronto, aunque apuesto, desgraciadamente, a que el ejército ruso ocupará rápidamente, total o parcialmente, pero de forma amplia Ucrania, quizás dos tercios del territorio, manteniendo un conflicto económico enquistado durante décadas en una nueva forma de guerra fría. Esta situación, si no pasa a mayores (cuyo panorama me niego a pensar, aunque habrá que estar preparados para ello), supondrá el cambio de horizonte para el planeta. La historia se ha demostrado que no es lineal, como probablemente pensaba occidente tras la caída del muro. De repente hay quiebros y eso ha sucedido ahora, 33 años después de la desaparición del muro de Berlín. La historia sigue avanzando con conflictos entre intereses opuestos.

Algo no cambiará: China seguirá siendo la potencia mundial y aumentará su presencia política y económica en el planeta. Si algún país ha demostrado su adaptabilidad a los cambios de escenario es China. Antes que nadie, en lugar de meterse en guerras en África se dedicó a comprarla. En lugar de meterse en política en América Latina (le daba igual de qué partido fueran los gobiernos) se dedicó a darles créditos para su desarrollo a cambio de capturar sus mercados.

Si seguimos un discurso inductivo de causas y efectos desencadenados a partir de la invasión, las derivadas de esta ocupación afectarán a los movimientos migratorios, impacto ambiental, políticas de igualdad e inversiones públicas, recomposición de las democracias y las instituciones políticas, relaciones internaciones, coste de la vida, inflación, incremento de los precios de productos básicos (alimentación y materias primas industriales) etc. y cada uno de estos hechos tiene miles de derivadas. No es algo nuevo, estas relaciones siempre han sido así.

Aunque no se puede desprender automáticamente de lo que digo, no todos los efectos son negativos, como son la reagrupación de Europa y el aumento de la solidaridad intercultural, al menos intraeuropea. Y si sacamos de la ecuación las valoraciones morales y subjetivas de los análisis de lo que está sucediendo y vemos estos como hechos (como hacen los políticos chinos, insensiblemente) seremos capaces de adaptarnos al nuevo horizonte.

La onda expansiva de la guerra de momento nos tiene noqueados como sucede con el efecto de una bomba que, si no te mata o te hiere, te deja desorientado. Esa desorientación afecta a las instituciones, tensionadas más allá de sus costuras por la pandemia y ahora por la guerra, pero también a cada uno de nosotros. Pero lo que hay que pedir a los gobiernos y a los agentes sociales, es una reacción más allá de lo primario. Desde mi punto de vista (ponga un pesimista en su vida) entramos en una fase de economía de restricciones que va a obligar a aplicárnoslas individualmente, aunque tengo la sensación de que la población no está preparada para asumir ni nuestras instituciones políticas dispuestas a comunicar con toda su crudeza. ¿Qué político va a poner en duda su legitimidad por dar malas noticias y exponer los riesgos existentes? Vivimos en unas sociedades que acepta unos niveles de riesgo muy altos, sean estos medioambientales, nucleares, tecnológicos, químicos o de cualquier otro signo en aras al desarrollo supuestamente civilizatorio. La sociedad del riesgo de la que habla Ulrich Beck. Riesgos cuyas consecuencias políticas, sociales, ecológicas e individuales, como se ha visto en numerosas ocasiones, escapan a las instituciones de control y protección.

Adaptarnos, nos adaptaremos. A la fuerza obligan. Unos estaremos más preparados que otros (la condición de clase también afecta). Reducir los impactos negativos de esta realidad, especialmente entre quienes menos posibilidad de reacción tienen, depende de ser conscientes de que lo que sucede es algo objetivo, aunque no sea un truismo ni es inevitable.

El desplazamiento de millones de personas altamente preparadas hacia el centro y sur de Europa tiene consecuencias en la despoblación de Ucrania, pero también en el aumento del paro y la competencia laboral con la población “autóctona” y, con ello, más descontento, rechazo de parte de la población a su integración y probablemente freno a la llegada de migrantes de otras regiones.

Las medidas económicas contra Rusia suponen el cierre de importaciones y exportaciones, por tanto, la reducción de materias primas para la industria y la alimentación (cereales) que se compensará con el aumento de las importaciones de países asiáticos y norteafricanos (gas y otros productos). Las sanciones permanentes o a muy largo plazo a Rusia provocarán la deflación de la economía rusa y probablemente migraciones de población rusa hacia China y Europa.

Por su parte el incremento de las ayudas de emergencia para atender este conflicto y sus consecuencias internas supondrá una reducción de recursos para el resto de las políticas, entre otras, aquellas destinadas a reducir la desigualdad y la reducción descarbonización con el consiguiente alargamiento de la dependencia de energías fósiles y nuclear, el incremento del impacto ecológico, el incremento de los precios de la energía, por tanto, el aumento generalizado de los precios. Se pueden pensar innumerables escenarios de relaciones entre factores. Sea o no sea este desarrollo, lo que reclamo es mirar más lejos. En definitiva, prepararse para el cambio de la historia.

Lo que en cualquier caso ha evidenciado estrepitosamente esta crisis es, por un lado, los mecanismos de cálculo de los riesgos asumidos y, por otro lado, las deficiencias de las instituciones diplomáticas. En ambos asuntos se evidencia la necesidad de un cambio institucional en aras a regular de manera diferente los nuevos conflictos, aunque aparentemente iguales, la escala y la indeterminación de las consecuencias los hace radicalmente diferentes. En ambos casos seguramente la respuesta está en nuevas instituciones de participación, en democratizar las decisiones y el conocimiento implicando directamente a la sociedad civil y no dejarlos como meros espectadores de las noticias cuando ha estallado el conflicto. Quizás sea esta la única vía para seguir con nuestras anodinas y maravillosas vidas.