La invasión de Ucrania por Rusia ordenada por Putin es una agresión imperialista, que aun en sus inicios esta suponiendo un desastre humanitario, y probablemente producirá un rediseño de la geopolítica mundial.
Pero, además, en esta guerra hay un factor nuevo que la distingue de otras anteriores, la existencia de centrales nucleares operativas en el territorio donde se combate, con todos los peligros añadidos que supone a unos daños personales y materiales ya considerables.
En efecto, en Ucrania hay 15 reactores nucleares en funcionamiento, agrupados en 4 grandes centrales (Ucrania Sur, Rovno, Zaporozhe y Khmelnitski), todos ellos modelos de la época soviética, y que no cumplen (excepto en un caso), los estándares de seguridad occidentales en múltiples aspectos, entre los que destacan la seguridad de la salas de control y del edificio de contención.
Pues bien, ya se han producido bombardeos cercanos a dos de estas centrales. En el noroeste del país en Rovno, con 4 reactores, dos de ellos del modelo VV-213, el más antiguo y obsoleto y en el sur en la central de Zaporozhe, que con 6 reactores es la central más grande y potente de Europa.
Al peligro de que un bombardeo, intencionado o no sobre estas centrales desencadene un accidente nuclear hay que unir el impacto que ha supuesto el paso de los tanques y blindados rusos a través de la zona de exclusión de Chernóbil en su camino hacia Kiev.
Además del peligro de que se haya dañado el sarcófago que protege los restos del reactor accidentado, aun repleto de material radioactivo, la batalla que se ha producido en esta zona y el paso de estos vehículos pesados han removido el suelo y han levantado polvo con isotopos radioactivos depositados durante el accidente ocurrido en esta central en 1986. Esto se ha traducido ya en un aumento de las radioactividad en la zona, según ha denunciado el gobierno ucraniano y cuya evolución es difícil de prever.
Un comentario repetido entre los ucranianos que vemos entrevistados en los noticiarios es el sentimiento de irrealidad, de no haber llegado a imaginar que esta invasión pudiera ocurrir y que de un día a otro se encontrarían de repente en medio de una guerra. Lo mismo paso en Japón con el tsunami de 2011. Es humano y comprensible. Nuestras sociedades están condicionadas psicológicamente para reaccionar a las crisis puntuales, a las amenazas drásticas e inmediatas, pero no a pensar en los amenazas lentas y continuas como el cambio climático, las catástrofes nucleares o la guerra.
Pero no por evitar pensar en las guerras, los tsunamis de 15 metros de altura o las catástrofes nucleares estas dejan de suceder. Por mucho que nos asuste, hay que asumir que no es cuestión de si estos acontecimientos van a ocurrir o no. Han ocurrido en el pasado cercano, están ocurriendo ahora y volverán a ocurrir en un futuro más o menos cercano. La única cuestión al respecto es cuando van a ocurrir y que podemos hacer al respecto. Lo inteligente, por tanto, sería ponerse desde ya a prevenir que ocurran, cuando se pueda, o al menos minimizar sus consecuencias, cuando no.
Esta invasión y las consecuentes sanciones aprobadas por los países de la UE a Rusia también han puesto de manifiesto, una vez más, los riesgos que sufre la UE por su dependencia de los combustibles fósiles como el gas y el petróleo.
Por un lado, los peligros asociados al cambio climático que esta ocasionando el uso de estos combustibles. Y, por otro, la dependencia geopolítica del exterior, en general y, de países tan poco fiables como Rusia, en particular, que en este caso, se va traducir en un daño económico importante en los países europeos y que va afectar al bolsillos de toda la ciudadanía. Una dependencia exterior que no sólo afecta al gas y el petróleo, sino también al uranio usado como combustible en las centrales nucleares.
Por todo ello, Europa debe tener una visión estratégica y actuar en consecuencia con unidad, marcando su propio camino. No partimos de cero, en los últimos años el porcentaje de la energía que usamos producido por fuentes autóctonas ha ido aumentando. En España, por ejemplo, el 45% de la producción eléctrica, y el 21% de la energía primaria ya procede de energías renovables, pero aun así es claramente insuficiente. El ritmo de aumento del porcentaje de energía procedente de energías renovables es muy lento y la mayoría de los países ni siquiera llegan o los modestos objetivos que se acordaron dentro de la Unión Europea.
Por tanto, la UE debe reducir drásticamente su consumo mediante medidas de ahorro y eficiencia energética y acelerar la transición energética hacia un sistema energético sin combustibles fósiles ni energía nuclear. Un sistema energético basado exclusivamente en las energías autóctonas y renovables que no sólo será más seguro, sino más limpio, más barato y nos hará más autosuficientes.