Aunque parezca que nos falta tiempo para todo, solemos dilapidar nuestra atención miserablemente en un consumo desaforado de noticias en distintos formatos. Deberíamos estar al día, pero sin pasarnos de la raya. Infoentretenimiento es un neologismo anglosajón que ya se usaba en 2020, aunque la cosa va a más con los cachivaches tecnológicos que manejamos a diario. La infoxicación, otro neologismo más antiguo todavía, se produce al hacer seguidismo de programas informativos o enlaces con noticias bajo una adicción manifiesta. Muchos creemos, atiborrados de una sobrecarga informativa, que estar al corriente de muchas nimiedades (incluidas pormenorizadas reseñas meteorológicas o pases de modelos en París) nos convierte ipso facto en seres cultos y superiores al resto de mortales del barrio.
Muchos espacios informativos han heredado lo peor de la información deportiva. Así, por ejemplo, la reiteración de noticias e imágenes o los saltos bruscos de escenarios nacionales e internacionales como si se tratará del histórico carrusel deportivo (minuto y resultado, ¡novedad en el Mestalla!). Ese mimetismo también se produce con la presencia de tertulianos, que suelen ser expolíticos, informadores veteranos o jóvenes promesas a los que sus empresas les dejan jugar a tres o cuatro bandas; una pandilla de expertos a los que suelen llamar colaboradores o especialistas en algo para no pagarles un duro. En la televisión o en la radio esos sabios, que recitan argumentarios tribales, se promocionan ellos mismos y de paso a su medio de origen. El sesgo ideológico cuenta y mucho, sobre todo a la hora de inyectar bulos o exageraciones interesadas. Esos tertulianos efímeros corren el riesgo de desaparecer ante un nuevo editor déspota que pretenda renovar el parque de tertulianos o el fondo de armario de comentaristas de segunda mano. Incluso hay agazapados en zonas en conflicto free lancers que se lo pagan todo de su bolsillo a cambio del ridículo coste estipulado por crónica.
Muchos, como un vecino mío, sigue enganchado a la sucesión de noticias minuto a minuto, continúa abonado a canales de información, tiene descargadas aplicaciones que le avisan en tiempo real si hay caravana de coches en la A-6, aunque haga tres años que no viaja a ninguna parte. Los telespectadores compulsivos nos hemos doctorado en tablas del IPC, en variaciones del PIB, en subidas del EURIBOR (aunque vivamos de alquiler) o en el precio del barril de BRENT, aunque nos desplacemos en patinete o en bici por un carril puesto en entredicho por un edil de Vox, rama valenciana.
Los dueños de los medios saben lo barato que resulta programar informativos con imágenes de actualidad que se repiten hasta la saciedad como ocurría con la moviola futbolera. La indigestión de contenidos nos sacia, pero aun así seguimos picando entre horas. Y los propietarios de los medios se frotan las manos con el botín que supone incrustar ideología barata en mentes indefensas. Por eso la gran banca y algunos grupos financieros se obligan a invertir en grupos editoriales o multimedia. El ascenso de la extrema derecha en el mundo radica en buena medida en la dicharachera verborrea de unos iluminados que “okupan” las bajas pasiones del electorado más vulnerable psicológicamente y más proclive a los canales basura.
Consumir noticias horas y horas en bucle nos sepulta en el tedio y nos hace abrazar estrafalarias conspiraciones. Hemos de ser cautos. La desinformación puede que sea una actitud repudiable, pero la infobesidad resulta seguramente muy perjudicial para nuestra salud. Vigilen, por tanto, su dieta mediática. No jueguen a lo que quieren algunos agitadores televisivos o embaucadores graciosillos.
Sin público, sin nuestra mirada hipnotizada ante la pantalla, los Bono, los Revilla, las castizas Ayuso, los de las luces navideñas de Vigo o las Cayetanas pro-Milei no serían nada de nada. Devore un buen libro y olvídese del precio del kilovatio de la luz de hoy que deberá de pagar sí o sí a final de mes. No se amargue. Aprendamos pues a discernir la realidad a pesar de los bombardeos interesados teledirigidos sobre la población civil indefensa. No hagamos clic al tuntún. Seamos comedidos en el consumo trivial de noticias al por mayor.
Un filósofo, César Rendueles, advierte que “dedicando una hora al día a Twitter puedes convencer a millones de personas de que Hillary Clinton participa en una red de pedofilia satánica en una pizzería de Washington. Hacen falta vidas enteras de huelgas y asambleas para convencer a la gente de que el jefe que les explota es un explotador”. Le diré a mi vecino que anote en un papel a quién va a votar en junio. Guardaré la nota en un cajón. Si dentro de medio año, en las europeas, ha cambiado de opinión de forma radical es que las grandes corporaciones han alcanzado su objetivo. La transformación ideológica de mi vecino será directamente proporcional a las horas sacrificadas en el altar catódico.
Justo ahora, en que aceptas cookies resignadamente o bien debes abonar una tarifa mensual por rechazarlas, es el momento propicio para someterse a un régimen de adelgazamiento severo: las clínicas de deshabituación tienen lista de espera. Haga como yo, pida turno cuanto antes en una de ellas; mi vecino ingresó en una por la puerta de urgencias al ingerir una tertulia obscena en ayunas.