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¿Vivir sin viajar?

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Fundamentalmente viajo cuando las circunstancias personales y profesionales me lo permiten. No es una obsesión, ni tampoco una necesidad vital. Podría vivir sin viajar. En el fondo, es más bien un Talgo que pasa, conmigo dentro, disfrutando del paisaje, del traqueteo del tren, de la plataforma entre vagones que permite ver las traviesas cambiando a toda velocidad, mientras el humo de la pipa se escapa por las rendijas. Tengo absoluta certeza de que el elemento esencial principal que ha propiciado mi afición por viajar es tu voluntad de llevarme en tus viajes, la mayoría de las veces, por mi corta edad, a sitios que no sabía ni que existían.

Contigo he comprado yemas de Santa Teresa a las monjas de clausura de un convento en Ávila, he paseado por el iluminado cementerio de Béjar el día de Todos los Santos, he subido al trenet de Sóller, me he bañado en Benidorm, he hervido de fiebre en Murcia y me he reído con la tortilla cordobesa. He pisado la Alhambra, la Giralda, el Corral de Comedias de Almagro y la Mezquita de Córdoba, y he palpado el Acueducto de Segovia. He vomitado en Granada, he comido huesitos de santo como si se acabara el mundo, he ido de excursión por las Tablas de Daimiel y he leído El Loco de Kahlil Gibran. He pateado casi tantas plazas mayores como deben existir, me he chopado en Badajoz - ¿Cuántos años hacía que no llovía?-, he subido a la Torre Eiffel y he visto al Divino Morales en Arroyo de la Luz. He cruzado tantos puentes como ríos y hasta he hecho de traductor en París.

Claro que no recuerdo todo pero contigo he subido a trenes y autobuses que nos han llevado a lugares más o menos recónditos, y siempre he vuelto con lo aprendido, la experiencia y... ¡souvenirs, souvenirs! De niño lo disfrutaba como el que más, pero el valor real de todo aquello se lo he ido dando mucho más tarde. Podría vivir sin viajar, pero no debo, van de la mano. GRACIAS.