Como en un recorrido por un escenario distópico, los restos de la Valencia megalómana aún se pueden ver descansando en un solar. Apenas un muro de chapa separa el centro de investigación Príncipe Felipe, el último edificio de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, de un campo de matojos en el que se encuentran una serie de planchas de acero de 20 metros de largo. Las 160 planchas, que pesan cerca de 1.400 kilos, son las lamas diseñadas para cubrir el edifico denominado Ágora, de Santiago Calatrava, que llevan diez años oxidándose en el descampado pese a su coste millonario.
Al Ejecutivo autonómico le ha costado casi dos legislaturas darle uso estable al edificio, que por su morfología resulta complejo de ocupar. En 2017 el Consell de Ximo Puig inició las conversaciones con la Fundación la Caixa para dotar de contenido un esqueleto ambiguo que ahora aspira a ser un referente en la actividad cultural. El Ágora, que desde este junio alberga el nuevo CaixaForum, ha sido sede de los Open de Tenis durante cinco convocatorias, de la Valencia Fashion Week, de varias fiestas de fin de año, del Campus Party y de un mitin del PP para las elecciones europeas, con Mariano Rajoy como protagonista, antes de suscribir el convenio con la Fundación la Caixa para su uso cultural.
Ahora que la infraestructura está cedida para los próximos 50 años, tras una reforma que se inició en 2020, el Gobierno valenciano estudia cómo deshacerse de la sombra del edificio, que pese a haber costado 11,4 millones de euros, no tiene más valor que el del propio material. Los responsables de la Ciudad de las Artes y las Ciencias quieren llevar al consejo de administración del ente una propuesta de subasta de las planchas, que constan como patrimonio del sector público instrumental en cada balance.
El proceso, apuntan, será bastante complejo y por el momento están en fase de estudio. Las lamas se encuentran entre los activos de la empresa, hay que darlas de baja del inventario y sacarlas a un procedimiento de subasta pública. La propuesta debe contemplar un rango de precios de mercado del kilo de acero, con el que los gestores saben que habrá pérdida económica, pero las lamas ya fueron pagadas y tienen cierto valor. Es el equivalente exagerado de vender los ladrillos que han sobrado de una obra pública.
La instalación de las planchas resulta inviable por su coste de montaje y de mantenimiento. En CACSA estiman que colocarlas en la cubierta, el proyecto inicial del arquitecto, costaría otros 12 millones de euros, prácticamente lo mismo que las lamas en sí. Además, apuntan, la obra implicaría paralizar la actividad del CaixaForum y no contemplan interrumpir uno de los proyectos estrella del Gobierno del Pacto del Botánico.
Junto a las lamas, la cara B del Ágora se encuentra en los almacenes de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Allí están los motores y otros materiales que debían componer la cubierta móvil del edificio, en la que se insertarían las piezas metálicas, como si fuera un párpado con pestañas que se abre y cierra. Las planchas metálicas ocupan un solar de unos 20.000 metros cuadrados que la dirección de la CACSA estudia destinar a otros usos
El edificio proyectado en la época de la euforia del PP arrastra un historial de sombra y sobrecostes. Ya en 2011 el diputado de Esquerra Unida Ignacio Blanco denunció el mal estado de las planchas de acero y presentó una batería de preguntas parlamentarias para instar al Ejecutivo de Francisco Camps a aclarar su uso. En 2009, la Sindicatura de Cuentas advirtió en un informe que el edificio, entonces sin terminar, ya superaba en un 86% sus costes iniciales. El proyecto del Ágora de Santiago Calatrava, la “catedral” como lo llamó Rita Barberá, terminó costando cerca de 100 millones de euros tras las modificaciones del proyecto.