Lucía (nombre ficticio) tiene un trabajo y una familia formada de miembros “de cuatro patas” a la que cuidar. Fuera de eso, su ocupación principal es la de acudir a festejos taurinos para evitar que se lleven a cabo o, al menos, poder grabarlos. Lleva lustros haciéndolo y tiene muchas anécdotas. Se ha escondido en cañizos para parar la caza de patos. Se ha atado al pilón de la plaza de un pueblo para evitar un festejo taurino. Incluso se ha disfrazado de flamenca para pasar desapercibida en un encierro de becerros y poder grabarlo.
La activista oculta su nombre real porque tiene miedo. Sus acciones antitaurinas suelen llevarla a pueblos pequeños sin vigilancia policial, donde se encuentra con vecinos normalmente ebrios después de una jornada de fiestas patronales. En este ambiente, los aficionados suelen recibir con hostilidad a cualquiera que pretenda privarles de sus tradiciones. Los reparos de Lucía a mostrar su identidad tienen que ver, además, con sus dudas acerca de la completa legalidad de todos sus boicots a los festejos, que ella considera formas de tortura. No obstante, la activista accede a contar su historia.
Contra los “bous al carrer”
Lucía y sus entre dos y cinco compañeras habituales recorren pueblos y ciudades de la Comunidad Valenciana y Cataluña. Su actividad crece en verano, época en la que gran parte de las localidades celebran sus fiestas patronales. En estas zonas, el protagonista involuntario de muchos de estos festejos es un toro. Son los llamados “bous al carrer” (toros en la calle).
Entre las modalidades de esta fiesta, hay una especialmente odiada y denunciada. Es el “bou embolat”, que consiste en colocar una bola de un material inflamable en cada cuerno de la res y prenderle fuego. Después, el animal queda suelto por varias calles, delimitadas por barreras. Corre de un sitio a otro durante un rato, mientras las bolas pegadas a sus astas siguen ardiendo y los participantes en el festejo corren a su alrededor.
El principal objetivo de Lucía y sus compañeras es grabar los actos para “demostrar que ellos (quienes organizan y ejecutan la ”embolada“) incumplen su propia normativa”, afirma, en relación al Reglamento de festejos taurinos tradicionales de la Comunidad Valenciana. Lucía cuenta que ha visto numerosas infracciones de la ley. Cómo los participantes rocían con líquido inflamable la cabeza del toro para reavivar el fuego de las bolas cuando parece que están a punto de apagarse.
Cómo “les pinchan con palos para que se muevan”, añade. Explica también que numerosos participantes están visiblemente borrachos. También ha visto, asegura, cómo algunos padres permiten la entrada en el recinto a niños menores de cinco años, e incluso permanecen ellos mismos en su interior llevando a bebés en brazos. Afirma, además, que han muerto toros después de estar toda una tarde de verano dentro de un remolque metálico, a la espera de la hora del festejo.
Reglamento o papel mojado
El principal problema, explica, es “la impunidad”. “Queremos demostrar que no vale con tener una normativa porque la incumplen. La mayoría son pueblos muy pequeñitos y no hay nadie allí para obligar a cumplir las normas”. Esa misma impunidad, relata, es el caldo de cultivo para las agresiones de numerosos participantes contra los activistas antitaurinos.
El panorama que Lucía y sus amigas suelen encontrarse es el de una localidad pequeña después de un día de fiestas patronales, con muchas personas que han consumido alcohol y poca vigilancia policial. A veces, ninguna. Un ejemplo tuvo lugar en el verano de 2016 en Olocau del Rey (Castellón). Lucía y otros 30 activistas se citaron a través de las redes sociales para acudir a este pueblo de 118 habitantes. En medio de una gran tensión, se ataron al pilón que debía servir para sujetar al toro.
Consiguieron evitar la “embolada”, pero sufrieron agresiones: “Una lesión en el cuello y me rompieron el labio”. En el caso de Olocau, la falta de agentes se debió a que los propios antitaurinos habían anunciado previamente que estarían en otra localidad, y fue allí donde se concentraron los efectivos. Pero, más allá de esa circunstancia, la falta de vigilancia policial es habitual en las fiestas de los municipios pequeños.
Objetivo: documentar las infracciones
“Por eso no quieren que les grabemos”, se queja Lucía. Sería “la prueba de que se saltan la normativa”. Lamenta que en las ocasiones en las que hay policía, los agentes les piden a ella y sus compañeros que se identifiquen e, incluso, las invitan a irse del pueblo. En su opinión, estas actuaciones deberían ir dirigidas a los aficionados que las agreden.
El último lugar en el que Lucía dice haber sufrido agresiones es Sant Joan de Moró, a finales de junio. Allí se practica una modalidad de embolada surgida en los últimos años y que no está contemplada en el Reglamento. Consiste en que varios hombres se suben al techo del remolque donde viajan en torno a seis reses.
Con antorchas, prenden fuego a todos los toros a la vez y después abren la puerta para que salgan en estampida. La técnica se puede observar en el vídeo que se muestra a continuación. Es una práctica diferente a la habitual, en la que varios aficionados sujetan a un solo toro, lo atan a un pilón y prenden fuego a las bolas.
Era la segunda vez que Lucía y sus compañeras visitaban este pueblo. Por eso, “todos me reconocieron. Dijeron ‘ya han venido, ya están aquí’. Éramos tres chicas. Varios hombres se quitaron las camisetas y las levantaron para que no pudiéramos grabar. Nos daban codazos en las costillas, nos pegaban y nos insultaban”. Lucía y sus dos compañeras presentaron una denuncia ante la Guardia Civil.
En ella, explican que varios vecinos del pueblo las insultaron (“perra, hija de puta, ven que te voy a llevar a un sitio oscuro, zorra, ramera”), les escupieron, las lanzaron al suelo desde lo alto de las barreras y les causaron moratones en su intento por evitar que grabaran. También explica que había cuatro agentes del Instituto Armado y dos policías locales en el pueblo, uno de ellos presente en los hechos, “que se mantuvo quieto”.
“Tenemos licencia”, dice el alcalde
El alcalde del pueblo, Vicente Pallarés, niega categóricamente las agresiones. Acepta que pudo haber insultos “como en el fútbol”, pero “puedo jurar que nadie les tocó un pelo. No pasó absolutamente nada. Si hubiera habido una agresión, la Guardia Civil no lo hubiera permitido”. Pallarés, aunque se califica a sí mismo como una persona “a la que no le gustan los toros”, defiende el proceder de sus vecinos al embolar a varios toros dentro de un camión.
“Tenemos todas las licencias. Nos permiten hacerlo, y además se hace en la mitad de pueblos de Castellón”, afirma. Dice que la embolada desde el techo del camión “no dura ni cinco segundos” y que lo toros “no se queman”. Lamenta que la centralita del Consistorio, e incluso su correo personal, sufre un aluvión de llamadas y mensajes de protesta de los activistas antitaurinos.
Asegura que por las redes sociales circulan bulos que espolean a la gente contra su pueblo. “Se cuentan muchas mentiras. El otro día una mujer llamó desde Málaga para quejarse de que quemábamos un camión con toros dentro. ¿Cómo vamos a hacer eso? ¿Creen que somos cromañones?”, suspira.
Por su parte, la Generalitat Valenciana comparte la opinión del alcalde. La Agencia de Seguridad y Respuesta a las Emergencias, encargada de los festejos taurinos, afirma que la práctica es legal porque es la “integración” de dos modalidades reconocidas por el Reglamento, como son la celebración de toros embolados y los encierros. Anuncian que están preparando “una nueva disposición en el reglamento” para que la embolada “no dé pie al maltrato animal y garantice su bienestar”.
Denuncias en curso
Estas explicaciones difícilmente convencerán a los defensores de los derechos de los animales. La moda de la embolada de varios toros a la vez dentro de un camión no sólo ha indignado a Lucía y sus compañeros habituales de protestas. También ha causado una oleada de movilizaciones entre conocidas organizaciones animalistas.
Anima Naturalis planea denunciar el caso del Grau de Castellón. FEDENVA, la federación valenciana de protectoras, ha enviado cartas advirtiendo de la falta de legalidad con destino al Ayuntamiento de Sant Joan de Moró, a la Guardia Civil y a la Generalitat Valenciana.
José Manuel Gil, presidente de FEDENVA, opina que se trata de “maltrato puro y duro”. Añade que “es una incongruencia, tú no puedes maltratar a un perro, pero a un toro sí. Todo lo que le hacen a los toros, en un animal doméstico está penado”. En el plano legal, recuerda que el Reglamento detalla cómo debe hacerse una embolada. Y la opción de prender fuego a varios toros a la vez no está contemplada. Por eso, opina que en estos momentos “no existe la posibilidad legal” de hacerlo.
La oposición a la nueva modalidad de embolada es unánime entre las organizaciones y los activistas consultados. Sin embargo, no existe el mismo consenso en torno a la manera de intentar evitarlas. Activistas como Lucía apuestan por grabar los episodios de maltrato, pero también de evitar que los festejos se consumen cuando es posible. Ella se siente desprotegida y culpa a las grandes organizaciones de no respaldar a activistas “independientes” como ella.
Rechazo social a los boicots antitaurinos
Aïda Gascón, presidenta de Anima Naturalis en España, responde a estas críticas. Considera vital que las ilegalidades de los festejos taurinos se graben. Pero se muestra contraria a los intentos de boicot. “Creemos que es peligroso para los activistas, que están siendo sancionados con multas altísimas. (...) Se puede convencer a la opinión pública mejor con imágenes impactantes que con este tipo de acciones, que en general la sociedad rechaza. Nosotros no apoyamos actos como el del año pasado en Olocau”, explica.
La falta de respaldo no hace mella en la voluntad de Lucía, ni en la de sus compañeras. La acción directa es para ella la única manera eficaz de evitar la utilización de animales para fines recreativos. Acumula en su haber una variada lista de acciones de boicot. Incluida una visita a la Albufera de madrugada, donde se escondió hasta que llegó el momento de gritar con todas sus fuerzas, y espantar así a los patos, ante el enfado de los cazadores que esperaban para alcanzarlos con sus escopetas.
Según su punto de vista, haber evitado una embolada en Olocau fue un gran éxito. Recuerda que en Algemesí, las fiestas dejaron de incluir en 2015 las heridas con espadas a los becerros, “y fue gracias a activistas anónimos, que sufrieron agresiones muy fuertes”. Fue entonces cuando tuvo que disfrazarse de sevillana, “con una flor en el pelo”, para poder internarse en la fiesta sin llamar la atención.
En cada una de sus acciones, Lucía teme ser reconocida por los taurinos. Pero afirma que seguirá adelante, y que este volverá a ser un verano de gira por los festejos populares. De los carrizos de la Albufera a los volantes flamencos en la falda, las circunstancias dirán qué tipo de camuflaje elige esta vez.