De derrota en derrota hacia la victoria final. La última vez que visitó Valencia, el pasado mes de mayo, todavía no había perdido millones de votos en las elecciones autonómicas y municipales ni la enorme cuota de poder territorial que llegó a acumular su partido. Llevaba a las espaldas el desengaño de las europeas y el batacazo andaluz. Ahora acaba de cosechar un desastre en Cataluña. El presidente del Gobierno y líder del PP, Mariano Rajoy, suma ya cinco avisos de la desafección del electorado, demasiados para considerar que es acertada su hoja de ruta, como le ha recordado oportunamente su predecesor José María Aznar.
Estuvo en mayo en el mitin de la plaza de toros, cuando su partido todavía no había perdido el feudo valenciano, que tantas tardes de gloria dio al PP y tantos escándalos propició y sigue propiciando ante una opinión pública más que hastiada de los corruptos y sus trapicheos. Como entonces, Mariano Rajoy sigue siendo presidente del Gobierno, pero Rita Barberá, la poderosa alcaldesa de otro tiempo, pone ya cara de senadora jubilada y Alberto Fabra empieza a convertirse en aquel chico tan majo que estuvo al frente de la Generalitat mientras imputaban, encausaban, detenían y encarcelaban a una buena parte de los cargos públicos del partido.
Rajoy viene este sábado a Valencia a otro acto partidista, esta vez en el más recogido recinto del Centre Cultural La Petxina, y los miembros del equipo que ahora encabeza Isabel Bonig quieren creer que lo hace para apoyar a la nueva dirección popular valenciana y a una organización que es “un referente” para la derecha española. Pero se equivocan. Apenas dos días después de anunciar que convocará las elecciones generales para el 20 de diciembre, Rajoy viene a trabajar por lo suyo. Da igual que el acto, en un involuntario sarcasmo, -teniendo en cuenta la que cae todavía en Madrid, con Rato y la Púnica, y en Valencia, con Gürtel o Imelsa-, tenga por lema “transparencia, cercanía y regeneración democrática”. O que aquí el cambio político haya situado a una izquierda multicolor al frente de las instituciones. Él viene a vender una recuperación de la crisis más bien modesta, para la que ha aplicado políticas que han arrasado a las clases medias, y su inmovilismo ante los “bárbaros”.
Esos mismos “bárbaros” que le reclaman desde el Palau de la Generalitat que resuelva el grave problema de financiación autonómica y solo obtienen del Gobierno una indiferencia altiva. Rajoy viene a Valencia sin haber recibido al nuevo presidente de los valencianos, Ximo Puig, y con la pretensión de que el conseller de Hacienda, Vicent Soler, como ha comentado su predecesor, Juan Carlos Moragues, hoy delegado gubernamental, renegocie el mecanismo de rescate del que presumió el PP cuando ostentaba el poder. La pretensión es que los 1.440 millones de euros del Fondo de Liquidez Autonómico que precisa la Generalitat se conviertan en objeto de negociación y, al final,en una graciosa concesión del ministro Montoro.
Situado en posición rampante de cara a las elecciones generales, Rajoy pretende excitar a las fieras de la oposición de todos los colores y todas las causas para presentarse como el único antídoto del caos. Su muestrario de recursos no da para más que la vieja apelación al voto del miedo, aunque sea a costa del deterioro de las instituciones (véase el caso de Cataluña) y, lo que resulta más singular y definitorio, de la derrota de todos sus efectivos en todas las trincheras y en todas las posiciones, incluidos el PP catalán, el valenciano, el de Andalucía, el madrileño y el que haga falta. Es difícil arrendarle la ganancia a semejante jugada.