John Stuart Mill, además de ser uno de los padres del liberalismo económico, era feminista. Hemos leído Sobre la libertad, pero desconocemos que escribió uno de los libros más importantes para el movimiento feminista, La sujeción de la mujer. Mill no tuvo complejos a la hora de defender los derechos de las mujeres, aunque le costara las burlas de sus colegas. Fue el primero en presentar una petición en el Parlamento británico a favor del voto femenino y antes de contraer matrimonio con Harriet Taylor en 1851, firmó una carta de renuncia a todos los privilegios que la ley del momento le otorgaba sobre ella. “Declaro”, escribió, “que es mi voluntad e intención, así como condición del enlace entre nosotros, que ella retenga la misma absoluta libertad de acción y la libertad de disponer de sí misma y de todo lo que pertenece o pueda pertenecer en algún momento a ella. Y de manera absoluta renuncio y repudio toda pretensión de haber adquirido cualesquiera derechos por virtud de dicho matrimonio”.
Los privilegios, como demostró Mill, no son obligados y es necesario que más hombres renuncien a ellos. Se escribe mucho sobre las cuestiones políticas, económicas, culturales y sociales que impiden la igualdad real, pero poco de un obstáculo fundamental: el escaso compromiso de los hombres con el feminismo. Las principales perjudicadas del patriarcado son las mujeres, pero ellos son al mismo tiempo víctimas y verdugos. Tienen que ser y comportarse como “hombres de verdad”. Se espera que sean fuertes, racionales, insensibles, independientes, sexuales, controladores y, en última instancia, superiores.
La masculinidad hegemónica genera malestar en los que cumplen este papel y en los que no. Los primeros tienden a deshumanizarse, a ser indiferentes hacia las emociones y a asumir conductas de riesgo. Los que quedan fuera del esquema establecido sufren el rechazo social. No es casual que se suiciden muchos más hombres que mujeres. En la Comunitat Valenciana, según los últimos datos del INE, 348 personas se quitaron la vida en 2015, un 79% fueron hombres y un 21%, mujeres.
¿Por qué ellos no se rebelan si también sufren las consecuencias del patriarcado? La respuesta parece simple: creen que es una lucha de mujeres y ellos, para qué nos vamos a engañar, ganan más de lo que pierden. La mayoría asegura no ser machista, pero a la hora de la verdad, no están dispuestos a ceder poder ni a perder privilegios. El machismo, como escribió Virginie Despentes en Teoría King Kong, no es más que esa trampa para bobos que solo sirve para calmar a los idiotas. El feminismo, sin embargo, es igualdad, justicia y democracia. Aunque no lo sepan, cuando los hombres sean feministas de verdad también serán más libres y más humanos.