En el número 42 de la calle La Paz de Valencia hay una placa de piedra que recuerda: “Este edificio albergó a los más prestigiosos intelectuales y artistas españoles, cuando desde la Madrid asediada (1936-1939) fueron evacuados a Valencia. Llamose casa de la cultura cuyo patronato presidió el poeta Antonio Machado”. La placa, colocada en 1984 por el Ayuntamiento de Valencia, se ubicó en el inmueble en el que se alojó la resistencia intelectual republicana durante la guerra. En el mismo edificio se ubicó durante la guerra la Residencia de Señoritas, considerado el primer centro oficial de fomento de la enseñanza universitaria para mujeres en España. Aquí no hay placa que lo recuerde.
Los estudiosos españoles daban por finalizada la etapa de la residencia, una suerte de ateneo de formación para mujeres creado en 1915, poco después del golpe de Estado de 1936. Un mito que la investigadora y presidenta de la Asociación Cultural Instituto Obrero, Cristina Escrivà, se ha encargado de borrar con su último trabajo.
La investigadora comenzó a trabajar en 2015 sobre un lapso temporal casi desconocido en el resto del Estado, pero que en los alrededores de la capital valenciana sí estaba documentado. Las circunstancias de la guerra, la negación de su existencia por parte de la dictadura y la escasa bibiliografía le pusieron las cosas difíciles, reconoce en el prólogo de su libro La residencia de señoritas (1936-1939): la etapa valenciana del grupo femenino de la residencia de estudiantes, editado por el Instituto Obrero.
Escrivà rastreó los archivos de la Fundación Ortega y Gasset hasta encontrar anotaciones administrativas y restos de recibos que demostraban la actividad del centro durante el periodo a estudiar, para constatar más adelante que las anotaciones coincidían con las estudiantes.
La residencia fue “una entidad ejemplar para el modelo educativo”, ya que fomentó, desde 1915, la enseñanza para mujeres en un ámbito exclusivamente femenino. Organizada por el Grupo Femenino de la Residencia de Estudiantes, pensada en principio para quien pudiera pagarla, se incluyó un sistema de obreras que integró a la clase trabajadora en la enseñanza.
La residencia formó parte de la política educativa de la República durante la guerra, una suerte de resistencia académica femenina. En términos actuales, hablaríamos de un espacio de sororidad y empoderamiento a través del acceso al conocimiento. El éxito, apunta la investigadora, se debe entre otras cuestiones a la apertura de los estudios universitarios a las mujeres. Amparada por la Institución Libre de Enseñanza y la Junta para la Ampliación de Estudios, un organismo que buscaba acabar con el aislacionismo científico de España y favorecer el intercambio cultural y académico, la residencia estuvo guiada por la pedagoga y humanista María de Maetzu.
Entre sus objetivos estaba “posibilitar la apertura de nuevas perspectivas profesionales a las mujeres en ámbitos como la ciencia o la biblioteconomía (...) las jóvenes tenían más posibilidades de estudiar idiomas, mejorar su educación o ampliar sus conocimientos y beneficiarse de intercambios culturales”, señala Escrivà en el libro. Acogió conferencias de Rafael Alberti, Ángel Ossorio, José Ortega y Gasset, María Montessori, Marie Curie -en su etapa madrileña- y lecturas sobre Hegel.
Según la investigadora, con el golpe de Estado un grupo de alumnas y exalumnas, vinculadas aún a la institución, trasladan la residencia a Paiporta (Valencia), en el Huerto de las Palmas. Cuando el gobierno republicano se trasladó a Barcelona, la residencia ocupó su edificio en Valencia, donde continuó desarrollando su actividad. Escrivà consiguió localizar a exalumnas que narran su etapa en Paiporta-Picanya (los términos municipales cambiaron con la guerra), que explican el asociacionismo dentro de la residencia y sus vínculos con organizaciones antifascistas. “La residencia valenciana nació con la idea de albergar a estudiantes que llenaran las aulas de mujeres para construir una sociedad moderna. Una institución con perspectiva de género en la esfera pública docente”, explica.
“Más de 250 mujeres continuaron estudiando para reconstruir España, iban a formar parte de esa reconstrucción, estaban en la primera línea”, pero la reconstrucción soñada no llegó. Al finalizar la guerra, la institución es absorbida por la Sección Femenina y “no se concibió que tuviera otro cariz”, borrando del mapa el traslado a Valencia y a las mujeres que habían trabajado por la igualdad efectiva. “El franquismo negó a la mujer revolucionaria, dueña de su persona y el pensamiento libre”, sentencia Escrivà.