Hubo un momento en el que Rita Barberá (Valencia, 1948-Madrid, 2016) parecía capaz de cualquier cosa. No solo de ejercer desde Valencia un poder que se extendió, en la época de Francisco Camps, a la propia Generalitat Valenciana, sino de influir sobre los liderazgos en la derecha española. Lo saben bien José María Aznar y Mariano Rajoy, el actual presidente del Gobierno, de quien se distanció al estrecharse el cerco por los casos de corrupción que la acecharon.
Barberá ha muerto en Madrid, donde solo dos días antes había tenido que declarar como imputada ante el Tribunal Supremo por el caso de supuesto blanqueo de dinero del PP valenciano. Apartada del PP, que le pidió que abandonase su escaño, lo hizo como senadora doblemente tránsfuga, porque ignoró al PP y también a las Corts Valencianes, por las que fue elegida en representación territorial. La exalcaldesa, pues, ha fallecido cuando ya estaba políticamente muerta. La suya ha sido una manera de marcharse que le hubiera gustado, sin dar tiempo a que se evidenciara la decadencia del “animal político” más potente que ha tenido la derecha valenciana en muchas décadas.
Una anécdota habla de su carácter. Hija del periodista franquista José Barberá, siempre tuvo una idea autoritaria del liderazgo y unas posiciones políticas de una idiosincrasia más que conservadora, al tiempo que mantenía una vida privada que, para muchos, nunca se alejó de las costumbres de aquella chica a quien en 1973 declararon “musa del humor”. Así, cuando su nombre sonó para ocupar algún ministerio en más de uno de los Gobiernos del PP, Barberá no dudó en descartar totalmente esa eventualidad. El cargo exigía una dedicación que no encajaba con el horario, de media mañana a primera hora de la tarde, que ella había sido capaz de implantar a la gestión municipal en Valencia.
Licenciada en Ciencias Políticas y en Ciencias de la Información, Barberá trabajó fugazmente como periodista y se inició a los 27 años en la vida de partido como fundadora en Valencia de Alianza Popular, la organización encabezada por Manuel Fraga. Apenas una década después, en 1987, ya era cabeza de lista en las elecciones autonómicas, aunque tuvo que chupar mucho banco de la oposición frente al socialista Joan Lerma en las Corts Valencianes. De ese Parlamento autonómico formó parte ininterrumpidamente entre 1983 y 2015.
En 1991 optó a la alcaldía y la logró mediante un pacto con Unión Valenciana, pese a que la socialista Clementina Ródenas había sido la más votada. Su populismo fiero la convirtió en uno de los protagonistas políticos de la derecha española. En tierras valencianas solo tuvo un rival, Eduardo Zaplana, con quien nunca se llevó bien. La Valencia de los grandes eventos supuso la apoteosis de un estilo que endeudó a las instituciones y generó un inacabable río de casos de corrupción.
Con la Copa América como gran logro, la visita del Papa a Valencia en 2006 fue el punto culminante de la borrachera política de Barberá y Camps, combinada con la prueba de Fórmula 1 en un circuito urbano o los encuentros Valencia Summit que centran el caso Nóos, del que ambos se libraron gracias a su aforamiento.
Siempre que pudo evitó Barberá los cargos orgánicos. Su poder era fáctico. Un argumento que volvió a utilizar el lunes en su declaración ante el Supremo para descartarse como implicada en las irregularidades de financiación, nada menos que de su última campaña local, en 2015, la que le hizo perder la alcaldía a manos de Joan Ribó, de Compromís, y exclamar al abrazarse a Serafín Castellano “¡Qué hostia! ¡Qué hostia!”
Su popularidad había ido declinando. Se empeñó sin éxito en prolongar la avenida de Blasco Ibáñez hacia el mar, arrasando el núcleo histórico de El Cabanyal. Su locuacidad se torció hasta el ridículo con el famoso episodio del “caloret”, a pocos meses de las elecciones de 2015, en el que la opinión pública pasó de cierta condescendencia ante el exceso a una clamorosa vergüenza colectiva.
El caso Taula, que revela la vinculación del PP de la ciudad y de la gestión municipal bajo su mando a la supuesta financiación irregular del PP provincial, en una pieza más del rompecabezas de la corrupción relacionada con la financiación de todo el PP valenciano, la hizo descarrilar definitivamente. Un infarto se la ha llevado este miércoles de noviembre en un arrebato muy suyo y en una ciudad donde ya tenía poco que hacer. Al fin y al cabo, ¿qué haces en Madrid cuando estás muerta?