“De la Ruta del Bakalao ha quedado la parte más banal y reivindicarla es un tabú”

Cuando Joan Oleaque (Catarroja, Valencia, 1968) escribió En Éxtasi en 2004, hablar de la Ruta del Bakalao era un tabú. El fenómeno cultural y de ocio era todavía visto con desprecio, al entenderse como una veneración hacia las drogas, un episodio negro en la historia contemporánea de Valencia.

El periodista, entonces redactor de El Temps y colaborador de El País, escribió un ensayo explicando la ruta desde dentro y desde fuera, con una perspectiva atrevida que analizaba el fenómeno en lugar de condenarlo, como habían hecho los medios con presencia estatal. Oleaque ha reeditado en castellano su ensayo, revisándolo y estableciendo paralelismos con la actualidad, incorporando nuevas perspectivas para tratar de romper el tabú.

¿Cuál es el objetivo de reeditar el libro 13 años después?

Se dan una serie de circunstancias que cuando yo lo publiqué no estaban. En 2004 era muy extraño hablar de ello, se consideraba como algo malo que había traído la garrulería, que había evidenciado el macarrismo y el desfase masivo en Valencia y en España. Sin embargo, ahora sí que hay una tendencia real a revisar diferentes fenómenos que han tenido que ver con el desarrollo de la música electrónica y de distintas tendencias sociales. Desde que lo publiqué hasta ahora ha habido varios trabajos que han ahondado en ello, así que no tenía sentido no publicarlo en castellano. Creo además que era recomendable adaptarlo y relacionarlo con temas de actualidad, con el ocio nocturno.

¿Ha revisado algunos aspectos de los que hablabas en la anterior edición?

Sí. En la edición en valenciano creo que era un poco duro en algunos aspectos. Con el tiempo, creo que los aspectos culturales y sociales, a los que di menos importancia, son menos conocidos y Valencia fue relevante de manera decisiva. Me parece importante relacionarlo con la actualidad; sus aspectos masivos son el origen de lo que hoy se conoce como música electrónica, en su parte más comercial. No tiene sentido censurar esa situación. La música electrónica ahora es un negocio brutal, pero se basa en la mala calidad y esto está relacionado con el final de la Ruta.

¿Qué supuso para la sociedad valenciana la Ruta?

A nivel de vanguardia, antes no había nada, y lo poco que había estaba concentrado en la ciudad. Fue un empujón de la modernidad de los pueblos. La gente se pudo identificar y realizar a través de eso. Una parte desconocida es que potenció mucho el diseño gráfico y la cartelería, con diseñadores como Paco Roca. Trajo un espacio situacional que puso Valencia en primera fila internacional a nivel musical. En La Movida estaba todo conjuntado a nivel de bandas; aquí era todo underground y subterráneo. A medida que fue comercializándose, se convirtió en una ruta masiva. Lo que acabó con la historia es que se abrió a todos. Se apoderaron de ella los más vulgares. Perdió la esencia cultural.

Cuando se habla de la Ruta, parece que son solo sus protagonistas y los periodistas que la estudiaron los únicos que lo entendieron. ¿Por qué es un fenómeno tan complicado de entender o de transmitir?

Más de transmitir que de entender, creo yo. Entender es fácil: era una ciudad en la que lo que había estaba limitado a élites culturales y esto lo subvierte todo. Da el poder de la transgresión a gente que no lo tenía y a personas humildes, que no les habría tocado estar ahí.

Transmitirlo es complicado porque ha quedado la parte más banal del fenómeno. Es muy difícil de entender porque es un ambiente ligado a la hostelería, aunque parezcan dos conceptos casi contrarios. Esto tenía lugar en discotecas que eran cualquier cosa menos discotecas. Y los protagonistas se silencian en algunas cosas que ayudan a entender su final. Sin un empobrecimiento real de la música, en el que las salas se apartaran de la vanguardia, no se puede entender la comercialización. Y también ese empoderamiento de la parte del consumo de sustancias… Ese tipo de cosas no se pueden comprender sin el retroceso en los aspectos vanguardistas. Eso lo intenta explicar el libro. Y su relación con el resto de España, con lo que se llama “makina”. Reivindicarlo es un poco tabú.

¿El estigma todavía pesa hoy?

Yo creo que sí. Aunque a  mucha gente le interesa, sigue pesando las imágenes audiovisuales que se transmitieron, lo que forma parte de la memoria colectiva es el desfase. En La Movida madrileña, que también hubo desfase, las imágenes se centraron en la música. Ya en los noventa, cuando los periodistas vienen a Valencia, se buscaba el sensacionalismo, era su época.

¿Las televisiones contribuyeron a demonizar la Ruta?

Absolutamente. El año 93 es clave para el periodismo sensacionalista. Se aplica todo sobre el ‘caso Alcàsser’ y después en cosas que no tenían nada que ver.

¿Qué otros factores contribuyeron?

La Ruta del Bakalao puso de manifiesto algo que la gente no quería asumir: el consumo regular de droga de forma recreativa por una parte representativa de la juventud. No hablamos de adicción, hablamos de que está ahí. Evidenció que mucha gente los fines de semana consumía sustancias. Tuvo una lectura brutal, pero puede tener otras. Como replantearse las políticas de prevención, que antes eran muy paternalistas… Los padres no asimilaban que sus hijos estuvieran en una discoteca a las seis de la mañana.

¿Cómo se relaciona con otros fenómenos como La Movida?

Fueron paralelos. La gente que quería destacar en el cine y el teatro se iba a Madrid. Aquí no había gran cosa. Pasaba lo contrario. Mucha gente importante venía los findes de semana aquí. Héroes del Silencio, Radio Futura, Loquillo… La Movida era todo rock y garitos pequeños; aquí eran locales grandes, de playa y totalmente abiertos.

¿Eran fenómenos rivales?

Yo diría que complementarios. Allí se centraban en los directos; aquí los DJ y las discotecas. Aquí se estableció esa particularidad que hoy continua en el clubbing.

Madrid o Barcelona eran ciudades en la misma época conectadas con las modas internacionales de forma mucho más directa. Un underground más pijo. ¿Qué sucedió en Valencia?

Aquí era algo propio. Se pinchaba música, sí, pero ellos no tenían una forma propia de conectar esa música y lo que se llamaba música de importación. El mercado en Valencia de importación de discos era muy intenso. El acceso a esa música, cuanto más rara mejor, se convirtió en algo a lo que podía acceder todo el mundo. Todos se podían sentir modernos así. La gente se dejaba llevar por un comportamiento progresista y abierto. Era su manera de ser especial. En Inglaterra ocurrió de forma similar con el acid house, en la época de Margaret Thatcher.

Que en Valencia fuera un fenómeno de pueblo y en otras ciudades el underground estuviera más reservado al público pijo, ¿puede haber contribuido al estigma? ¿Hay algo de clasismo en ello?

Creo que no. Al principio, mientras es una cosa de modernos de pueblo, se ve bien. Cuando llega al proletariado real, a las masas, se convierte en algo que tiene eso que dices. Para la modernidad cool se ve como raro e impropio. Pero dura muy poco el equilibrio entre la masa y el interés por la cultura y la estética. Abrirse demasiado hace que se vulgarice. El estigma que queda de masas locas coincide con cuando la música empieza a empeorar. Los empresarios tampoco gestionan bien eso, lo van haciendo más comercial… Podría haber una tercera vía, algo intermedio, pero cuando lo intentan ya es demasiado tarde. Se pasa del descontrol controlado al descontrol total.

¿Qué papel tuvieron los empresarios del ocio?

Se dejaron llevar por la ola. Tienen un papel importante, arriesgaron mucho con algo muy rupturista. Pero cuando se hace comercial… Lo ven con buenos ojos, se convierte en lo que al principio no era: un negocio.

En el libro señalas a los turistas de la Ruta.

Siempre ha venido gente de fuera, de Italia, Francia… Pero eran viajeros, querían conocer aspectos interesantes. Por el boca a boca, por lo que leían… circulaba de modo subterráneo. Cuando se hizo comercial, se crea un turismo rutero, de pandereta. Gente que venía como a una verbena, atraído por las locuras que se supone que iban a suceder aquí, amplificadas por los medios de comunicación. Ellos -los turistas- acaban de hundirla.

¿Qué papel juegan las discotecas?

Es donde se produce todo. No tienen mucho que ver con las de hoy en día. Al principio parecía que todo lo que era transgresor tenía que suceder en locales de ocio nocturno. En Valencia, donde hay más parques de discotecas es en las zonas de playa. Se programaba teatro, se mezclaban paellas con performances, se programaban conciertos de madrugada… Se creó una especie de orgullo vanguardista ligado a algunos locales que todo el mundo tenía muy asumido. El escándalo llega cuando llegan los medios de comunicación de fuera, los locales lo tenían muy asumido.

 ¿Había élites en la Ruta?

Había cierta aristocracia, formada por los más extravagantes y los que llevaban más tiempo. Marcaban pautas de vestimenta, de estar más integrados musicalmente… Esta era la élite. La gente más fuerte vistiendo. Se entendió que debían estar en los sitios clave porque arrastrarían a más gente. Pero era gente que no era nadie, llamaban la atención por la vestimenta, gente bastante convencional. Al final sí acababan conectados con los empresarios o los directores de discoteca.

En Valencia el fenómeno no muere, pero se va apagando. Sin embargo, en otros espacios como Ibiza parece que se adapta y perdura. ¿Qué explicación tiene?

Que lo hacen mejor. En Ibiza podría haber pasado como aquí, recibe mucha presión internacional. Pero hay una particularidad: el sueño de Ibiza. La creencia de que es algo especial, de vanguardia, un sueño de modernidad. Puede haber discotecas comerciales, pero sigue ese espíritu. Hay gente de todo el mundo, que hace fiestas de muchas maneras, discotecas que cambian de un día a otro. El sueño de Ibiza es un espacio de libertad y conexión, ligado en su tiempo a la presencia de hippies…

Aquí costó mucho de matar. Entre persecución policial, banalización del sonido, adaptaciones penosas, relación con skinheads… Al final acabó sepultando el espíritu original. Pero sigue en el recuerdo.

¿Qué conexiones quedan de la ruta en la actualidad?

El ocio actual nocturno se forma en la Ruta del Bakalao. Antes, los chicos iban a pegarse, y las chicas… intentaban ligar con ellas. Se establece el salir a una discoteca con la voluntad de más que tomarse una copa. Es participar de algo colectivo. Antes del DJ era como un camarero, o como el portero. Ahora tienen otro estatus, realza su figura. La gente se sentía como algo colectivo.