Todos hablamos de los parabienes de la innovación para las empresas y la sociedad en su conjunto, pero ¿sabemos la aportación real de la innovación?, o más concretamente, ¿en qué medida un comportamiento empresarial ante la innovación incide sobre su desempeño económico y expectativas de crecimiento?
La innovación aglutina elementos de gran complejidad. Desde una perspectiva divulgativa, en mi novela empresarial “Elegidos o atrapados”, la urdimbre argumental logra articular estos y otros temas de una forma lúdica y amena.
Por su parte, los artículos académicos, casi siempre referidos a territorios con un alto nivel de desarrollo, aprueban abrumadoramente una relación positiva y directa entre innovación y desempeño. Pero, ¿se cumple también esta relación en regiones de desarrollo intermedio, con un posicionamiento territorial mediocre ante los indicadores generales de innovación, como sucede en la mayoría de regiones españolas? Los resultados aportados por la literatura no son tan contundentes.
Con la finalidad de despejar estas dudas abordé hace un año un amplio estudio sobre la innovación en la empresa valenciana a nivel micro, lo cual suponía una novedad y diferencia sustancial a nivel metodológico respecto a los informes que nutren absolutamente todas las valoraciones y políticas de innovación. Todos ellos aportan datos agregados, a nivel del conjunto empresarial de un territorio y manejan indicadores globales, a partir de la encuesta de innovación del INE.
Pues bien, los resultados obtenidos por este estudio a escala de empresa individual han sido en cierta medida, inesperados, sorprendentes y desconcertantes, hasta el punto de cuestionarme la validez de algunas escalas e indicadores ampliamente utilizados para calificar la innovación empresarial.
La primera sorpresa relevante proviene de descubrir el escaso impacto de la predisposición a innovar manifestada por las empresas sobre su desempeño económico real, medido por la rentabilidad y el crecimiento en empleo y facturación.
Este resultado me obligaba a indagar sin demora posibles razones explicativas.
La primera es puramente metodológica y responde a la propensión de los directivos a sobreestimar la capacidad o predisposición a innovar
La segunda, más relevante y preocupante, plantea el predominio de una innovación de baja intensidad en las empresas valencianas y por extensión, en las españolas. De confirmarse, significaría corroborar que las innovaciones de nuestro tejido productivo son mayoritariamente incrementales y de impacto limitado y que, por el contrario, las innovaciones y cambios radicales y disruptivos son escasos.
El sesgo hacia una innovación de perfil bajo podría estar correlacionado con la escasa presencia de sectores y empresas punteras tecnológicamente. Pero me inclino por otra hipótesis más aventurada y menos diplomática. Nuestras empresas se decantan deliberadamente por proyectos de innovación con menor grado de riesgo e incertidumbre por cuestiones de coste y riesgo y, en consecuencia, se resiente el impacto de los outputs que de esa innovación se deriva.
A colación con esta reflexión, me permito introducir el concepto de madurez innovadora. Las regiones más desarrolladas gastan más en I+D, pero ante todo consiguen una mayor intensidad o impacto de sus innovaciones que las regiones periféricas, por su menor grado de madurez innovadora. Desafortunadamente la mayoría de regiones españolas pertenecen a este segundo grupo.
Volviendo al problema metodológico, las encuestas oficiales tratan de medir la capacidad de innovación por medio de unos pocos indicadores de carácter básicamente cualitativo que se derivan directamente de preguntas contestadas por las propias empresas. Pero ¿realmente se puede inferir el grado de profundidad e impacto potencial de las innovaciones desarrolladas a partir de estos indicadores? Nuestro estudio pone en entredicho la validez y representatividad de índices como el “Número de empresas innovadoras” o el “Porcentaje de empresas que lanzan nuevos productos al mercado”, por mencionar dos de los más preferidos y extendidos.
La duda proviene de la inexistencia de unos parámetros nítidos que habiliten a las empresas calibrar y determinar de forma objetiva su posición en estos indicadores. Yo me pregunto: ¿en base a qué criterios deciden calificar su empresa como innovadora?, ¿saben con exactitud si sus productos son realmente novedosos en el mercado? Responder estas cuestiones incorpora un alto grado de subjetividad y la indefinición que rodea estos términos, unido a la ausencia de unas pautas clarificadoras sobre cómo valorar la posición en ellos, limita la representatividad de estos indicadores.
La innovación -en rigor, la decisión de innovar- contiene un elevado componente estratégico, ya sea proactivo o defensivo. Se trata de un tema complejo y de gran importancia.
La próxima semana, en una segunda entrega de este artículo, daremos repaso a los elementos contingentes abordados por el estudio “Innovación y desempeño económico en la empresa valenciana” y sus implicaciones, al tiempo que reflexionamos sobre la redefinición del concepto de innovación y de sus formas de medición, a partir de las modalidades planteadas por el Manual de Oslo.
Pinche aquí para leer la segunda parte del artículo.