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Contra el crecimiento: SOS Camp de Morvedre

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Camp de Morvedre, capital Sagunt, una comarca no muy grande que comparte con su vecina l’Horta problemas análogos con sus respectivos puertos, playas, huertas o ríos…

El fracaso de la implantación de la IV planta siderúrgica, y la consiguiente reconversión industrial parecen haber suscitado en los gobiernos posteriores a aquellos años la necesidad de compensar a sus afectados habitantes. En 1983, un equipo de investigadores de la Universidad de Alicante afirmaba “que la decisión de no invertir en ella estaba plenamente justificada y contribuía a corregir los excesos imperiales del tardofranquismo”.

Tampoco se pudo llevar a cabo en 1993 el proyectado Centro Logístico del Mediterráneo en los terrenos desafectados por aquel fallido proyecto: esa ubicación parecía más razonable -hoy matizaríamos algunos argumentos- para una zona de actividades logísticas. El puerto de Valencia se descolgó a última hora del grupo promotor constituido, entre otros, por la Generalitat Valenciana, la Cámara de Comercio y el ayuntamiento de Sagunt. Y finalmente, todos le siguieron y apostaron por la huerta de la Punta, arrasada para ubicar la tristemente famosa ZAL.

Pero llega ahora el ‘premio gordo’ de la gigafactoría de Volkswagen con sus necesidades adjuntas, porque estos proyectos y las subvenciones públicas que exigen nunca viajan solos. En este caso -además del suelo y su urbanización- hay que añadir una macroplanta fotovoltaica, ampliación de canteras, nuevos accesos viarios y (aquí también) la ampliación del puerto local. Y la amenaza de una nueva plataforma ferroviaria para el AVE, como en l’Horta. Tiene la comarca, además, problemas con sus playas, y otros nubarrones que se ciernen sobre el Marjal dels Moros, el de Almenara y el Parque natural de la Serra Calderona.

¿Cómo explicar a la ciudadanía que crecimiento y progreso no van siempre de la mano, a menos que, como dice El Roto, llamemos progreso a la destrucción?

Unas jornadas de participación organizadas (tresillo mediante) por Acció Ecologista Agró (Decidim el Camp de Morvedre) se abrieron el pasado 2 de marzo para informar y reflexionar sobre lo que se les viene, se nos viene, encima. En la primera sesión, después de escuchar a Jorge Mateos y a Marc Ferri sus interesantes aportaciones sobre los valores patrimoniales de la comarca, aproveché mi intervención para invitar a una reflexión sobre el mito del crecimiento, bien asentado en la opinión pública, como señala Tim Jackson en su libro Postcrecimiento (2022) y contra el que resulta difícil combatir: mientras la economía se continúe expandiendo, estamos convencidos y seguros de que la vida va a ir mejorando.  

Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla (Génesis 1:28)

Vamos a ver, Moisés, si como dicen eres el autor de este primer libro de le Biblia, no estuviste muy acertado para comenzar a construir el mundo al interpretar la palabra de Dios. Y francamente, nos lo has puesto muy difícil, habida cuenta de la gran cantidad de seguidores que tiene el mandato divino.  Reconsidera tus palabras, busca un eslogan más razonable para nuestro tiempo.

No resulta fácil intentar poner límites al crecimiento, aunque a veces usamos la expresión “matar la gallina de los huevos de oro” para referirnos a un recurso valioso que se ha explotado abusivamente para obtener el máximo beneficio en el menor tiempo posible.

La publicación en 1972 del famoso informe patrocinado por el Club de Roma Los límites del crecimiento -revisado en 1992- contribuyó a sentar los cimientos de un nuevo escenario medioambiental, presidido ahora por la lucha contra el Cambio Climático. Alertaba que los límites serían sobrepasados en algún momento del siglo XXI si seguían las tendencias en curso, referidas al  aumento de la población, de la producción industrial y de la contaminación. Fue duramente atacado y tachado de alarmista por los mismos poderes que hoy se visten de verde para quedar bien y de paso hacen caja con los trajes. Nada se tuvo en cuenta, el crecimiento se disparó y cincuenta años después de varias cumbres sobre el clima, estamos como estamos, y a ver cómo salimos de esta.

En este contexto de cambio profundo de paradigma es en el que intentamos analizar las políticas públicas que tienen como soporte físico el territorio, como es el crecimiento urbanístico o los programas de infraestructuras, en especial, las del transporte. Aparecen novedades, como las que llegan al Camp de Morvedre, caso de los campos fotovoltaicos, amenazando con expandirse urbi et orbi sin planificación ni control o, a falta de tierra firme a buen precio, los parques eólicos marinos.

El territorio, además de identidad, proporciona prácticamente la totalidad de los recursos que requerimos para construir nuestro mundo, especialmente el mundo urbanizado.  Edward Osborne Wilson (un biólogo de referencia en nuestro tiempo) nos recordaba que los todos los recursos y funciones que proporciona gratis la naturaleza (aguas, control de la contaminación, enriquecimiento de suelos…) tienen un valor económico total equivalente a lo que la humanidad genera artificialmente.

Si estos recursos biofísicos no se integran en la matriz económica, acabamos haciendo falsas previsiones optimistas sobre determinados proyectos por la sencilla razón de que se ocultan sus costes y se magnifican sus beneficios.  Hagan la prueba, los anuncios son a diario, mientras amenazan con el apocalipsis que se derivará si hacemos caso a los pesados opositores ambientales. Además, se utilizan fórmulas engañosas para la medición de la economía como es el PIB, un indicador anacrónico que contabiliza tanto las aportaciones positivas como las negativas, dejando fuera, por ejemplo, los impactos en el medio natural o las prestaciones que realizan, en particular las mujeres, para la economía doméstica y la atención familiar.

Con posterioridad a la citada jornada en el Port de Sagunt, he leído con satisfacción el libro de Andreu Escrivá titulado Contra la sostenibilidad. Un mantra que ha inundado e inunda los discursos políticos y económicos, en buena parte para intentar dulcificar y hacer digeribles las agresiones provenientes del crecimiento descontrolado: “Hay que echar adelante con el proyecto haciéndolo compatible con la sostenibilidad” es el discurso oficial de moda. También, con buenas intenciones, lo hemos venido utilizando desde la universidad y el ecologismo.

No es solamente un título provocador el del libro, porque refleja lo que realmente propone: desmontar razonadamente este otro mito de la sostenibilidad que viene acompañado, entre otras, de una serie de adherencias -que el autor pone en solfa- como la neutralidad climática, la apelación a ser buenos pensando en las generaciones futuras, la crisis de la superpoblación, la economía circular, la transición ecológica (limitándola a la transición energética) o el   coche eléctrico.

Un coche eléctrico es un coche

Sobre este último, conviene recordar - ¿una obviedad o un desafío? -  que un coche eléctrico es un coche.  Lean el libro u otros documentos y verán por qué no es tan ecológico como lo pintan, con un futuro de producción muy limitado por la escasez de los materiales que requiere. Confiar el nuevo modelo de movilidad ‘sostenible’ al coche eléctrico es distraer la atención de los problemas derivados de su posición actual en el sistema de transportes,  en vez de discutir y reducir los insoportables costes que ocasiona, especialmente en la ciudad.

Volvamos al Camp de Morvedre. Curiosamente (o no), después de recibir sustanciosas ayudas públicas para instalar su fábrica de celdas fotovoltaicas para las baterías eléctricas en Sagunt, el consejero delegado de SEAT (firma perteneciente al consorcio alemán Volkswagen) Wayne Griffiths pedía al Gobierno que vete el nuevo recorte de emisiones que, según la normativa europea Euro 7, entrará en vigor el 1º de julio de 2025, según informaba recientemente el diario La Vanguardia.

No resulta difícil adivinar, lo vemos a menudo, cómo se acusa a quienes no comparten las propuestas oficiales: de partir de posiciones ideológicas (sic). En otras épocas se les llamaba trogloditas y partidarios de volver a las cavernas. En la Barcelona contra Colau se dice que hay una clara carga ideológica, atención, contra el coche, por su propuesta de las supermanzanas (por cierto, valorada por otras ciudades europeas con  gobiernos de diferentes colores), o por su posición contra la ampliación del aeropuerto del Prat.

Aquí, en enero de 2020, el presidente de la APV afirmaba, al defender la ampliación del puerto que “… todo lo que digo lo hago apoyándome en estudios e informes ya que cuando no hay datos, hay ideología”. Seguramente, vuelvo a Escrivà, este respondería que ‘quien dice hacer las cosas “sin ideología”, lo que no quiere es confesar cuál es la suya, que muy a menudo tiende a ser una muy especial’.

Seguiremos el desarrollo de las citadas jornadas Decidim el Camp de Morvedre, que concluirán el 24 de marzo con participación de representantes del gobierno autonómico. Resulta muy reconfortante el nivel de activismo social de la comarca.

Al final de mi intervención del día 2, me pidieron que la resumiera en una frase y dije así: nuestro territorio próximo es el patrimonio material y cultural más preciado, y si no hacemos frente al mito del crecimiento, si no paramos la barbarie destructora, acabaremos todos como zombis en nuestra propia casa. Un territorio, añado ahora, que está disponible para actividades y proyectos que preserven esos valores y generen mayores ventajas económicas, minimizando costes ambientales y a favor de políticas sociales. Por ejemplo, reparando los daños causados, restaurando hábitats naturales; y en la ciudad, rehabilitando barrios y apostando por la vivienda pública. Añada el lector los que le parezcan oportunos.

Crecer, sí: en educación, en solidaridad, en sabiduría, en salud pública, en superar las brechas sociales, en calidad de vida…

Camp de Morvedre, capital Sagunt, una comarca no muy grande que comparte con su vecina l’Horta problemas análogos con sus respectivos puertos, playas, huertas o ríos…

El fracaso de la implantación de la IV planta siderúrgica, y la consiguiente reconversión industrial parecen haber suscitado en los gobiernos posteriores a aquellos años la necesidad de compensar a sus afectados habitantes. En 1983, un equipo de investigadores de la Universidad de Alicante afirmaba “que la decisión de no invertir en ella estaba plenamente justificada y contribuía a corregir los excesos imperiales del tardofranquismo”.