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Desmontando a Harry

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Los recientes cambios llevados a cabo por el gobierno local de València, que afectan al espacio público, se parecen más a una rectificación al anterior equipo municipal que a una apuesta por mejorar la ciudad. En cualquier caso, poco importa.

A todos interesa que la ciudad mejore, pues todos se benefician. Y el margen sigue siendo muy amplio, pues a pesar de que se había abierto una positiva vía de cambio, el modelo ‘todo para el automóvil’ sigue vigente en el conjunto de la ciudad. Un modelo dañino se mire por donde se mire.

Promover el uso de la bicicleta y abrir a la gente nuevos espacios con escaso tráfico es una tarea que ha intentado poner el reloj de la ciudad a la hora europea con varias décadas de retraso, pero con un alcance insuficiente. Facilitar el uso saludable de la calle, mejorando la calidad del aire, no son actuaciones con sesgo ideológico, sino indispensables. Lo han hecho en Europa gobiernos de todos los colores. Da un poco de vergüenza tener que recordar estas cosas.

En cambio, eliminar carriles bici, meter más autobuses en la plaza del Ayuntamiento y más coches en la calle de Colón, a estas alturas del siglo XXI, disminuye la calidad de la vida urbana y afecta a todos los sectores sociales por igual. Es una marcha atrás.

La plaza ya había sido tomada por los paseantes, y llevar más líneas de autobuses argumentando que ahora pueden llegar al corazón de la urbe, además de una perturbación innecesaria, demuestra desconocer el funcionamiento de nuestra ciudad. La ronda de circunvalación, que con el tiempo sustituyó a las murallas medievales, encierra lo que llamamos Ciutat Vella, ese sí, el corazón de la ciudad. Merece especiales cuidados porque concentra un nivel altísimo de actividades, algunas en conflicto entre sí.  Y hay que eliminar el colesterol de las arterias que llegan a él. Cualquiera de sus puntos dista poco menos de 10 minutos caminando a la plaza del ayuntamiento.

Y en la calle de Colón, que forma parte de esa ronda, taxistas y gestores de la EMT ya han podido comprobar en los últimos años que los servicios eran más eficientes, sin por ello perjudicar a quienes allí tienen sus garajes. Es fácil poder estimar que la suma de viandantes, usuarios de la bici, quienes van en bus y quienes usan el taxi superan abrumadoramente a esa minoría motorizada que ahora recuperará una calzada más para circular. ¿Cómo han podido avalar el lamentable cambio quienes deberían conocer al dedillo esos datos?

Por ello la “inauguración del nuevo Colón” (sic) protagonizada por la alcaldesa, consistente en levantar la barrera para que pasen más coches, debería formar parte de la antología del disparate ambiental. Oxford Street, la calle comercial londinense por excelencia y una de las más contaminadas, solo permite desde hace varias décadas el paso del transporte público, incluyendo los taxis; y ahora va camino de aumentar las zonas para viandantes… que son, desde que se empezaron a implantar allá por los sesenta, digámoslo claro, las que favorecen la actividad comercial.

No nos entretengamos contando coches y autobuses para no perder de vista lo que ha de ser el elemento central en la gestión del espacio público, la protección de la salud pública, un derecho recogido en nuestra Constitución. Y de paso, olvidemos el uso de ese detergente llamado ‘movilidad sostenible’ que sirve ya para lavar cualquier despropósito urbanístico.

En 2019, diferentes personas de la comunidad científica y técnica promovimos la publicación de un ‘manifiesto por el aire limpio’. Entre los firmantes, dos especialmente reconocidos y con prestigiosos premios como son Xavier Querol y Avelino Corma. El texto destacaba como científicamente incuestionable el beneficio que obtenemos cuando se reduce la contaminación en las ciudades, directamente responsable de enfermedades cardiorrespiratorias, y procedente mayoritariamente de los vehículos motorizados. Y animaba a los habitantes a reclamar a sus gobiernos medidas audaces y urgentes para reducir la movilidad motorizada y reverdecer las calles y plazas.

Reconozcamos que la contestación social, aquí y en la mayoría de las ciudades, ha estado limitada a unos pocos colectivos. Y si no hay presión social, los gobiernos no se sienten empujados a cambiar las cosas.  Sin embargo, no busquen excusas, porque corresponde a estos últimos tomar medidas para revertir una situación que causa tanto daño a la ciudad y a sus habitantes.

Por eso, parafraseando al naturalista Joaquín Araújo, podemos apelar así a los gobernantes: porque sabiendo, como saben, que toda esta serie de evidencias científicas ponen en peligro la salud de las personas, no hacer nada se parece a un delito.

P.D. El título de este artículo se corresponde con el de la película de Woody Allen del mismo nombre, muy recomendable a quienes no la han visto. Nada que ver con el contenido de este texto. 

Los recientes cambios llevados a cabo por el gobierno local de València, que afectan al espacio público, se parecen más a una rectificación al anterior equipo municipal que a una apuesta por mejorar la ciudad. En cualquier caso, poco importa.

A todos interesa que la ciudad mejore, pues todos se benefician. Y el margen sigue siendo muy amplio, pues a pesar de que se había abierto una positiva vía de cambio, el modelo ‘todo para el automóvil’ sigue vigente en el conjunto de la ciudad. Un modelo dañino se mire por donde se mire.