Convertido en el patio trasero de Valencia para ubicar todo tipo de infraestructuras e impulsar proyectos megalómanos a costa de la huerta, el sur de la ciudad siempre ha estado olvidado. La construcción de carreteras, de instalaciones portuarias o de viales del tren se hacía sin contar con la población. Aislada y atrapada entre una maraña de vías de comunicación, para los ciudadanos de la capital los llamados poblados del sur quedaban demasiado lejos de la urbe.
Como ocurre con Castellar-Oliveral, La Torre es una auténtica isla rodeada de infraestructuras entre el cauce del río Túria y la V-30 al norte y los vías del ferrocarril al este. Pero sin la misma suerte que otras pedanías que cuentan con una mayor seguridad económica. Al combinar la invisibilidad de una pueblo dentro de Valencia y la condición de barrio periférico, el elevado nivel de paro y de exclusión social junto con el déficit de inversiones en la barriada se convierten en sus principales problemas. Y todo, con el fantasma del proyecto de la urbanización de Sociópolis sin resolver y frenado por el pinchazo del 'boom' del ladrillo.
La maldición del Plan Sur
Con cerca de 5.000 habitantes, el origen de La Torre se remonta a una alquería fortificada del siglo XIV. Alrededor de esta edificación se fueron agolpando otras alquerías que derivaron en un poblado situado a pocos kilómetros de lo que durante esos años fue la ciudad de Valencia. Pero la vida de ese poblado agrícola lleno de alquerías cambió tras la puesta en marcha de uno de los proyectos más faraónicos que construyó el régimen franquista: el cauce del río Turía.
La experiencia fue traumática. Para edificar el nuevo cauce, se arrasó con la huerta a base de expropiaciones forzosas que conllevaron un drama para las gentes que habitaban esas tierras. Y, además, supuso el principio de la maldición de la invisibilidad de La Torre respecto a Valencia. “Fue la ruptura de La Torre con la ciudad”, afirma Iván García, presidente de la Asociación de Vecinos de La Torre. “El barrio se convirtió en una auténtica isla al quedarse separada de Valencia por el norte”, indica Lucía Beamud, alcaldesa pedánea y exlíder de la asociación de vecinos.
Pese a que La Torre se quedó aislada de Valencia, durante los años posteriores experimentó una crecimiento demográfico. Se construyeron varias edificaciones de varios niveles, rompiendo así con la fisonomía que ostentaba hasta el momento el barrio. Procedentes de la riada o de otras autonomías, en ellas se instaló gente mayoritariamente obrera. La pedanía se convirtió en un barrio dormitorio que durante los gobiernos socialistas “recibió inversiones para transformar la barriada, aunque gracias al empuje de las reivindicaciones vecinales”, apunta Josep Vicent Alcaide, de la Asociación de Vecinos de La Torre.
Como sucedió le sucedió a Natzaret con las 'Casitas de papel' o en la Malva-rosa con las 'Casitas rosas', La Torre también tuvo su particular núcleo problemático. “Durante los años ochenta en un conjunto de viviendas denominado 'Los grupos' hubo un problema con la droga. Éste solo se resolvió gracias al movimiento vecinal”, narra García, para revelar: “Continua siendo la parte más degradada del barrio. Y un foco, aunque a niveles muy pequeños, hoy en día de robos y tráfico de droga”.
“La peor etapa para La Torre ha sido la del PP con Rita Barberá. Debido a la mentalidad de que la población está envejecida, solo se invertía en fiestas. Para mejorar el barrio no había dinero”, denuncia Alcaide, que refleja con una anécdota el grado de invisibilidad del barrio para los anteriores gobiernos locales: “En muchos mapas, Valencia se acaba con la línea que marca el cauce del río Turía. Los poblados del sur, como La Torre, estamos completamente olvidados”.
Sociópolis, ciudad fantasma
Mientras el barrio padecía el olvido del Ayuntamiento, desde la Generalitat Valenciana a través del Instituto Valenciano de la Vivienda y en colaboración con el Gobierno central y el consistorio se impulsó una macrourbanización a poca distancia de la pedanía. La intención era construir 2.800 viviendas para los bolsillos menos pudientes, dotando al zona de varias instalaciones deportivas, jardines y huertos urbanos. Y todo, a costa de destruir la huerta.
“Suponía un contraste físico con La Torre. Con ello, se creaba una barrio dual entre la zona vieja y la nueva urbanización de viviendas de protección oficial”, señala García. El proyecto recibió críticas del colectivo Per l'Horta. Alegaron que “resultaba un insulto a la inteligencia re-clasificar 350.000 metros de huerta para instalar huertos urbanos” y que habían “otras alternativas” para solucionar la demanda de vivienda que no agrediendo y arrasando campos de huerta.
Con la amenaza de convertirse en un gueto por situar tantas viviendas de protección oficial juntas, el proyecto fue diseñado por el arquitecto Vicente Guallart, que diseño la segunda residencia del exconseller Rafael Blasco, preso por desviar fondos destinados al tercer mundo. El chalet fue edificado, además, por Franjuan Obras Públicas que junto con el rey 'insaciable' de la corrupción valenciana, Enrique Ortiz, fueron quienes construirían 184 del total de viviendas previstas.
“El proyecto era atractivo porque resolvía parte de las dotaciones deportivas que necesitábamos. Pero fue una iniciativa especulativa porque se degradó la huerta”, opina Beamud. Con el fin de la fiesta del ladrillo, ahora es una ciudad fantasma. “Hay muy pocos edificios habitados y se han instalado huertos urbanos”, describe García, para reclamar: “Los vecinos necesitan un autobús que conecte Sociópolis con La Torre. También se precisa de una mayor limpieza de muchos solares degradados”. “La solución pasa por desatacar el proyecto y construir los equipamientos deportivos previstos”, solicita la alcaldesa pedánea.
Inversiones para dejar de ser invisibles
Con la condición de barrio periférico y la maldición de estar aislado respecto a Valencia, uno de sus mayores problemas es el paro. “El porcentaje es insoportable. Y el nivel de población en riesgo de exclusión también”, asegura Beamud. “La demanda de alimentos en Cáritas continúa siendo alta”, afirma Alcaide. Con la mayoría de las equipamientos sociales en otros barrios, desde la asociación de vecinos se pide una mayor accesibilidad al único punto de conexión con Valencia: el puente. “La parte peatonal es muy estrecha, y acceder a él es difícil por las elevadas rampas. Además, para ir se tiene que atravesar puntos de desaceleración y aceleración”, crítica García, para reclamar: “Lo ideal sería un nuevo puente, pero pedimos que se mejora su acceso. Nada más”.
Quitar el amianto de la antigua fábrica de Fresek; la recuperación de las alquerías rehabilitadas; un apeadero y la instalación de pantallas cerca de las vías del ferrocarril para protegerse de la contaminación; un incremento de la limpieza; carril bici y bus para comunicarse con las pedanías próximas y la construcción de zonas verdes y ajardinadas son algunas de sus reivindicaciones.
Como lo es también que la biblioteca municipal que hace de centro social se mantenga. “Al estar en el límite de los 5.000 habitantes, nos la quieren reducir a una sala de lectura por una aplicación estricta de la ley. Hay que entender que estamos aislados y que es un motor cultural de la pedanía. La necesitamos”, defiende la alcaldesa. La última batalla de una pedanía que lucha contra la invisibilidad respecto a Valencia y contra la maldición de su aislamiento decretada por el Plan Sur.