A veces, en política, sucede que la victoria en la casa propia no se celebra porque quien gana ha segado demasiadas cosas a su alrededor escribiendo así el preludio del desastre. Esta es la sensación que viven muchos estadounidenses republicanos tras haber visto como la cadena de charlotadas y rudezas ha llevado a Donald Trump a la presidencia del país. Si observamos que de entre 319 millones de estadounidenses el que ha llegado a la cima es este hombre, forzosamente hemos de pensar que algo no funciona en el mecanismo interior de los grandes partidos USA cuando los perfiles con sentido común y responsabilidad se quedan tantas veces sin llegar a las posiciones de decisión: Trump ha ganado quebrando su propio partido y muchos de los suyos se avergüenzan de sus desprecios a las mujeres, sus comentarios racistas, sus burlas a los discapacitados…Hay decenas de líderes republicanos que se quedaron en el camino y que sin duda le daban mil vueltas intelectuales y humanas a Trump.
Los demócratas,por su parte ,vieron como su sistema de elección interior dejaba fuera, entre otros, a Bernie Sanders; un hombre capaz de ilusionar a mucha gente, libre de implicaciones dudosas en su currículum.
En todo caso, frente a un hombre de éxito en los negocios pero patético para los cánones de la política bien entendida, en estos comicios se oponía una mujer con una preparación y experiencia excepcional. Era un perfil teóricamente idóneo, pero tal vez no el adecuado para oponerse a un salvaje como el ya nuevo presidente.
Hillary es una mujer, sí, ha sido un ejemplo de persistencia y de perdones a veces incluso inexplicables en su vida personal. Pero ya se ha visto que eso no es suficiente para hacer de ella una candidata de triunfo. Si alguna mujer tuvo oportunidad de anticipar su línea programática, esa fue ella y lo que debe hacer reflexionar es cómo con sus antecedentes siguió ascendiendo: recuerdo muy claramente su defensa de la guerra de Irak y sus palabras para los que hemos visto con nuestros ojos la catástrofe en que quedó el país no son más que definiciones de una forma de hacer política sin principios. De aquel Irak dinamitado y lleno de tumbas ha nacido después ese ISIS o como inadecuadamente se le llama, Estado Islámico, que ha segado miles de vidas humanas en el mundo árabe en primer lugar y después en nuestro Occidente. Hillary, además, también ha buscado siempre el apoyo de Israel en el progreso de su vida política sin mostrar excesiva empatía con los palestinos que viven décadas de ocupación.
Si bien muchos republicanos están espantados del líder que tienen no solo en sus filas sino ya al frente del país, un número no menor de demócratas denosta a Clinton y a todo lo que simboliza. Tal vez hoy estaríamos en un escenario distinto si el candidato demócrata hubiese sido Bernie Sanders.
La campaña y el resultado de las elecciones americanas plantean la inquietante evidencia que recorre los sistemas democráticos que medianamente se sostienen en pie: no llegan siempre arriba los que aparentemente más talento o formación poseen, sino aquellos que saben bien los límites que están dispuestos a traspasar. La gente con valores sólidos sufre en las altas esferas del poder, esto es así.
La política se convierte de esta forma en una cadena de silenciamiento de corderos, en un matadero de idealistas y generosos. Sencillamente no pueden sobrevivir entre apisonadoras .Así se ha visto en Estados Unidos y la gran clase media, la inmensa masa electoral se ha cansado de un Partido Demócrata que hace mucho tiempo que cuida preferentemente los intereses de las pocas familias que recogen las cuentas de Wall Street antes que de la suerte de los rebaños humanos antaño prósperos y hoy anulados por los efectos de la crisis y el incremento de las desigualdades en la presunta América de las oportunidades. Esa clase media norteamericana ha dado una bofetada a un partido que ha volcado en los últimos años su amor más en la élite tecnócrata que en ella. Y así, por este espíritu laminador “Hannibal Lekter” Trump se acaba de colar en el equipo de dirigentes internacionales con futuro como Marine Le Pen o Geert Wilders; ambos dos en nuestra vecina Europa.
El precio de haber sacrificado a algunos líderes norteamericanos en la carrera electoral puede ser muy amargo. Ya hay once millones de inmigrantes ilegales que temen ser expulsados y la convivencia en un país multirracial puede tensarse en el ambiente de un presidente que hace de la provocación su forma de salir en la foto.
No obstante en esta nueva derrota de Hillary Clinton sería bueno también rescatar en el recuerdo a un buen ejemplo y recordar a otra mujer que también intentó ser presidenta de los Estados Unidos. Se llamaba Shirley Chisholm y fue la primera en intentar la nominación presidencial a la Casa Blanca hace cuarenta años. Ella siempre destacó que sintió más discriminación en su carrera política no por el hecho de ser negra, sino por el de ser mujer.
Ahora en Estados Unidos nos encontramos también con un detalle especial del que no gozó la candidata Chisholm en su día: las enormes corporaciones mediáticas, la mayoría de los grandes medios habían creado una red de promoción de Clinton; el consenso en torno a su candidatura era extenso, los medios de comunicación y los creadores de opinión convirtieron la evitación de Trump casi en una causa moral; pero en este caso la maquinaria mediática no ha conseguido imponer su criterio. El sistema, al contrario de lo que ocurrió con Chisholm, sí se puso del lado de ella. Es una evidencia que una no recibió apoyo y ésta sí y de forma abrumadora.
Esta reflexión nos puede llevar una nueva vuelta de tuerca : lo que ha ocurrido no preocupa tanto por la derrota de Clinton, sino porque recuerda también que en un nuevo aspecto de la discriminación, sólo suelen llegar a la primerísima fila del alto poder las mujeres que comparten con los hombres ciertas formas de gobernar el mundo , maneras en las que la ejecución del contrario ocupa importancia capital en la estrategia. Y desde luego, sólo sobrevive en esa lucha determinado modelo masculino. Apena pensar en las mujeres y los hombres que quedaron en el camino de la carrera presidencial en el país más poderoso del mundo para que al final la gente tuviera que elegir entre Clinton y Trump. Esto se ha visto en los Estados Unidos, además de lobos también hubo corderos, gente valiosa que no ejerció el silencio para intentar políticas más valientes, pero que las convenciones de los partidos silenciaron y posteriormente con mecánicas de apariencia democrática engulleron. Inquieta investigar sobre el hecho de pensar quién quedó al final del camino. Inquieta el plantearse qué líneas rebasaron hasta llegar hasta aquí. Y más miedo da plantearse a qué intereses no visibles de forma directa servirá el personaje que un hombre llamado Trump ha creado de sí mismo.