La filósofa india Vandana Shiva, tan lúcida siempre, nos ha enseñado que el modelo desarrollista de la revolución industrial ha comportado la destrucción ecológica y la marginación de la mujer. Esas son, justamente, las dos lacras que demandan una respuesta más firme de la sociedad y de los gobiernos. Son, también, el motor que alimenta las dos grandes revoluciones en curso en nuestras sociedades avanzadas: una mayor conciencia ambiental frente a la emergencia climática, y un feminismo que impulse la igualdad real.
Porque eso es el feminismo: un pensamiento que trasciende el sexo y el género. Un movimiento filosófico y político de raíz humanista que hoy encarna, mejor que nada, los valores de la Ilustración.
El feminismo no es solo la palanca ética hacia un mundo mejor. Hoy es también un dique de contención a la intransigencia de la extrema derecha, esa mentalidad trasnochada que no quiere reconocer a las mujeres su derecho a la plena igualdad.
Son los mismos que en su día se manifestaron contra el divorcio o el derecho al aborto.
Son los mismos que se oponían a una ley de igualdad ambiciosa o a una ley integral contra la violencia de género.
Son los mismos que combatieron el matrimonio igualitario entre dos mujeres.
Son, que nadie lo dude, los mismos que se encontraban cómodos con el Código Civil de 1889 –vigente hasta la Constitución de la Segunda República y cuyo espíritu recuperó luego el franquismo– y que subordinaba a la mujer así: «El marido debe proteger a la mujer, y ésta obedecer al marido» (art. 57); «La mujer está obligada a fijar su domicilio según estipulación de su marido» (art. 58); «El marido es el administrador de los bienes del matrimonio (art. 59) y el representante de su mujer (art. 60), la cual necesita de su licencia para proceder a actos públicos».
Ahora, el feminismo se halla en una encrucijada. Tras el impacto en las calles del 8-M de 2018 y la respuesta cívica a la sentencia de La Manada en 2019, es hora de que toda la sociedad esté a la altura y responda con firmeza al machismo con escaño y micrófono. Desde la alegría, por cierto. Porque, frente al poder entendido como violencia, el feminismo ha desarrollado un concepto alternativo: la no violencia como poder. Y ese poder, como nos enseñó Gandhi, es imparable.
Como oí el jueves a la filósofa Ana de Miguel, el feminismo es también una forma de entender y vivir la vida cotidiana. Y puesto que lo personal es político, nos obliga a todos al cambio personal, a una nueva actitud.
En muchas mujeres admiramos la sororidad, producto milenario de una cultura feminista. Lo que necesitamos ahora son más hombres decididamente feministas. Porque no ya es que todos quepamos en esta lucha, sino que esta lucha nos convoca a todas y a todos. La actual recomposición de las masculinidades, desde un prisma de mayor diversidad, constituye un paso adelante para romper con la hegemonía patriarcal. Es el reto para esta década: sumar más hombres a las reivindicaciones feministas.
Otro gran reto es desterrar la plaga de la prostitución. España no puede ser el país que más prostitución consume de toda Europa y el tercero del mundo. Hay que abolir ese rostro de la opresión que coloca a las mujeres bajo dominio de los hombres. Ningún cuerpo puede ser tratado como mercancía, de igual forma que no puede venderse la sangre o un riñón. Es, sencillamente, una cuestión de derechos humanos. Y la Generalitat hará todo lo posible para lograr la abolición.
El feminismo ha de capilarizarse en las periferias sociales y territoriales para ser fiel a su vocación humanista, inclusiva y de progreso. Porque solo siendo transversal será como el feminismo, la revolución más digna, alcance su plenitud.
Ximo Puig es presidente de la Generalitat Valenciana.