Brutalismo: de la funcionalidad y el antilujo a la fiebre estética por el hormigón
Debo confesar que el recurrente juego de palabras entre los conceptos casi homónimos de la ética y la estética siempre me ha parecido un cliché pretencioso que carecía de sentido en la mayoría de los casos en los que se le intentaba sacar jugo. Eso mismo sospeché cuando, a raíz del reto de escribir el enésimo artículo sobre el auge del brutalismo, recurrí al libro fundacional de este movimiento titulado precisamente El Brutalismo en Arquitectura: ¿Ética o Estética?, publicado el año 1966 por el crítico de arquitectura inglés Reyner Banham.
A principios del texto, Banham sitúa el origen del término “The New Brutalism” en la década de los 50 y le asigna su invención al sueco Hans Asplund, hijo del gran arquitecto Gunnar Asplund, de quien recomiendo fervientemente visitar la Biblioteca Pública de Estocolmo. Resulta que Asplund hijo se refirió sarcásticamente a unos dibujos arquitectónicos como “neo-brutalistas”, un término inventado por él en ese instante. Esta denominación estilística, que pretendía ser simplemente un apelativo jocoso, llegó a oídos de un grupo de arquitectos británicos que la diseminó entre sus colegas de profesión dando lugar a lo que, de un modo más solemne, cristalizó como Nuevo Brutalismo.
Banham también apunta hacia otra teoría etimológica del término que parece menos plausible pero que me encantaría pensar que es cierta. Más allá de la anécdota sobre el comentario de Asplund, hay un consenso general en que los arquitectos londinenses Alison y Peter Smithson son los exponentes más obstinados del movimiento brutalista y, en parte, fundadores de sus principios. El caso es que a Peter Smithson sus compañeros de universidad le apodaron “Brutus” debido a su parecido con el busto del famoso delator romano. Si a este mote se le añade el nombre de su esposa Alison y una dosis de creatividad, se obtiene la palabra “brutalismo”. En fin, con lo obvio que parecería justificar la creación de este término a raíz de la exclamación “¡brutal!” que a menudo surge al ver un edificio imponente de hormigón.
Sean como fueren de inverosímiles la historias de la onomaturgia brutalista, hoy en día el concepto está ampliamente extendido por todos los sectores artísticos hasta el punto que se utiliza con una ligereza abusiva. Es por ello que, en contra de mi escepticismo ante la sobada dualidad de la ética y la estética, creo que conviene ahondar en ella para esclarecer los preceptos auténticos que definen lo que es y no es brutalista.
Orígenes de la arquitectura brutalista
Se considera que este movimiento arquitectónico surgió a finales de la década de 1940, durante el periodo de posguerra, cuando existía la necesidad de reconstruir rápidamente ciudades que habían quedado devastadas y que requerían rehacerse de nuevo con un tipo de construcción rápida y con materiales económicos.
Una de las expresiones más claras del brutalismo son los polígonos de vivienda, cuyo objetivo era ofrecer un hogar a los migrantes nacionales que abandonaban las zonas rurales para instalarse en el extrarradio de las ciudades que retomaban su proceso de recuperación y de expansión. Los bloques de estos polígonos, por mera practicidad y rentabilidad, se edificaron con un nuevo lenguaje material que se basaba en el uso del hormigón y del ladrillo para la estructura y los cerramientos, quedando estos a la vista, es decir, sin revestimientos superficiales.
Los bloques de estos polígonos, por mera practicidad y rentabilidad, se edificaron con un nuevo lenguaje material que se basaba en el uso del hormigón y del ladrillo para la estructura y los cerramientos, quedando estos a la vista, es decir, sin revestimientos superficiales
El hormigón es la seña de identidad más elocuente del brutalismo y su acabado 'en bruto' es lo primero que evocamos al pensar en este estilo. Una de las obras fundamentales de lo que en Francia se denominó la poética del “béton brut” fue la Unité d’Habitation de Marsella (1952), de Le Corbusier. El genio franco-suizo es probablemente uno de los arquitectos europeos más importante y versátiles del siglo XX, y el máximo exponente del Movimiento Moderno, que imperó en el continente especialmente entre 1920 y 1930 y que se caracterizaba por el funcionalismo, el racionalismo y la pureza constructiva y formal.
El brutalismo se presenta como el relevo de este movimiento y, como tal, lo hace con postulados antagónicos: expresividad, atrevimiento formal y estructural, énfasis en la austeridad, estructura y materialidad visibles, elementos industriales de acero y cristal, instalaciones al descubierto, etc. Le Corbusier fue pionero en abrazar este viraje estilístico y en utilizar el hormigón a gran escala para crear bloques habitacionales destinados a las clases trabajadoras con propuestas disruptivas de volúmenes, colores y texturas.
Banham, en su libro, abre su listado de ejemplos brutalistas con el edificio de Marsella de Le Corbusier y recalca la trascendencia que tuvo para el movimiento que el propio arquitecto la describiese como de hormigón bruto: “Término y edificio surgen, pues, conjuntamente en la historia psicológica de la arquitectura de posguerra”.
Le Corbusier fue pionero en abrazar este viraje estilístico y en utilizar el hormigón a gran escala para crear bloques habitacionales destinados a las clases trabajadoras con propuestas disruptivas de volúmenes, colores y texturas
Aproximación ética
Quien más ha indagado sobre los valores éticos del brutalismo ha sido el arquitecto y teórico inglés Simon Heley con su libro Redefining Brutalism (2017). Henley argumenta que el brutalismo es, ante todo, una actitud hacia la construcción, una expresión honesta y directa de los materiales y una manifestación de compromiso social. El autor sostiene que el brutalismo surgió como una respuesta crítica a los excesos decorativos de las corrientes anteriores y a la creciente comercialización de la arquitectura. Los brutalistas querían alejarse de las superficies pulidas y los ornamentos para crear edificios que fueran “honestos” en su construcción, donde los materiales y los métodos constructivos estuvieran expuestos y se mostraran en su forma más pura.
Este enfoque, según Henley, refleja una ética de la sinceridad, en la que los edificios no ocultan su estructura ni sus materiales detrás de capas innecesarias de revestimiento o decoración. El uso del hormigón, por ejemplo, no era solo una elección estilística, sino una forma de construir de manera eficiente y directa, utilizando un material que pudiera expresar solidez y permanencia. Para los arquitectos brutalistas, el hormigón no debía ser embellecido ni ocultado, sino que debía mostrar su verdadero carácter, con todas sus imperfecciones, como un testimonio del proceso de construcción.
Simon Heley, en su libro 'Redefining Brutalism', argumenta que el brutalismo es, ante todo, una actitud hacia la construcción, una expresión honesta y directa de los materiales y una manifestación de compromiso social
El brutalismo también tiene su vertiente de compromiso social. Muchos proyectos brutalistas fueron diseñados como soluciones prácticas a las necesidades urgentes de la sociedad de acuerdo a su contexto histórico. Aparte de los ya mencionados polígonos de viviendas asequibles, varios edificios públicos y gubernamentales adoptaron las mismas lógicas brutalistas para ceñirse a la funcionalidad, durabilidad y poco lujo que exigía la época. Henley subraya que el brutalismo buscaba, en este sentido, democratizar la arquitectura, haciendo accesibles sus obras a todos los estratos sociales. No se trataba solo de una estética visual cruda y monumental, sino de una forma de concebir la arquitectura como una herramienta social.
Aportación estética
Por otro lado, para conocer los fundamentos estéticos del brutalismo, he conversado con Paolo Sustersic, arquitecto, profesor de historia de la arquitectura y autor del libro Barcelona brutalista y tardomoderna (AMBIT, 2022). Sustersic ha elaborado una selección muy extensa de edificios y de proyectos de carácter brutalista que se encuentran repartidos por el área metropolitana de Barcelona. Se trata de un catálogo arquitectónico de primer nivel que saca a muchas obras del anonimato y del desconocimiento popular otorgándoles un valor patrimonial indiscutible.
Además, en su libro reflexiona también sobre las particularidades locales del movimiento brutalista en nuestro país y lo relaciona estrechamente con el periodo desarrollista. En cuanto al aspecto de la estética, una de las aportaciones más interesantes que sugiere es la incorporación del concepto del paisaje dentro de su análisis: “Cuando se construyen grandes polígonos de vivienda en territorios sin referencias previas, surge la necesidad de hacer el paisaje interesante. Es ahí donde aparece una búsqueda formal y estética dentro del brutalismo”, explica Sustersic, que considera que muchos edificios brutalistas, funcionan como “hitos” en medio de un paisaje que se tuvo que definir desde cero.
A partir de materiales simples y asequibles, se busca potenciar al máximo su expresividad, haciéndolos los protagonistas visibles del resultado final. La poesía se encuentra en la potencia de la estructura, en la textura del hormigón o en las celosías cerámicas
También destaca la intención de exploración expresiva y estructural que impulsó a los arquitectos que asumieron el desafío de construir con materiales austeros como el hormigón y el ladrillo: “Podemos observar una tendencia manierista en la estética brutalista. A partir de materiales simples y asequibles, se busca potenciar al máximo su expresividad, haciéndolos los protagonistas visibles del resultado final. La poesía se encuentra en la potencia de la estructura, en la textura del hormigón o en las celosías cerámicas. En esa época, la artesanía aún estaba presente en el sector de la construcción y se podían llevar a cabo gestos de autor de ese tipo”, relata Sustersic.
Finalmente, señala la conexión estética entre la arquitectura brutalista y las construcciones del ámbito ingenieril, como las infraestructuras desarrolladas en esos mismos años, o del ámbito militar, como los búnkeres de hormigón. Ambos comparten un hermetismo y una exposición estructural que se pueden comparar con edificios tan distintos como algunas iglesias brutalistas.
La actualidad del brutalismo
No cabe duda de que el brutalismo está de moda. Recientemente se ha anunciado la nueva película protagonizada por Adrien Brody y dirigida por Brady Corbet, titulada The Brutalist, basada en un arquitecto judío húngaro ficticio que huye a Estados Unidos tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Además, el brutalismo ha estado muy presente últimamente en localizaciones audiovisuales, como videoclips, películas, anuncios e incluso en desfiles de moda, como el que tuvo lugar en la cubierta de la Unité d’Habitation de Marsella el pasado verano, organizado por Chanel.
Hoy en día, a nadie le sorprende el contraste entre la pulcritud de los asistentes a un evento de alta costura y la crudeza desgastada de un hormigón visto de más de medio siglo. Creo que este lapso de tiempo ha sido fundamental para que la estética brutalista haya logrado una aceptación social definitiva.
Hoy a nadie le sorprende el contraste entre la pulcritud de los asistentes a un evento de alta costura y la crudeza desgastada de un hormigón visto de más de medio siglo. Este lapso de tiempo ha sido fundamental para que la estética brutalista haya logrado una aceptación social definitiva
Sustersic comenta que cualquier época necesita al menos 50 años para poder ser interpretada adecuadamente. Transcurrido ese tiempo, el brutalismo se beneficia de una nueva perspectiva que ha dejado atrás el estigma de ser considerado frío, monolítico y característico de los paisajes de degradación e inseguridad urbana. Parte de esta mala reputación se debió al fracaso de algunos de sus proyectos más utópicos, como por ejemplo el del Robin Hood Gardens de Londres, diseñado por los Smithson, que fue demolido en 2019 tras una marcada decadencia provocada por la falta de mantenimiento y, según el primer ministro británico David Cameron, por la delincuencia y la pobreza que fomentaba.
A la generación más joven le atrae el brutalismo por su voluptuosidad, su extrañeza y su carácter deteriorado y sugerente. Con el tiempo, solo los mejores y más monumentales ejemplos del movimiento han perdurado, mientras que las obras menos significativas han desaparecido. Lamentablemente, también se han perdido muchos edificios que merecían protección patrimonial tal y como reclama la plataforma #SOSBrutalism “¡Salvemos los Monstruos de Hormigón!”. A pesar de los numerosos defectos del brutalismo, su ética fundamentada en el potencial de la arquitectura para transformar material y socialmente el mundo debería justificar su supervivencia. No obstante, si esta realidad se ignora, bienvenida sea su aprobación estética.
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