La usamos a diario, y varias veces, sobre todo para limpiar restos de comida que han quedado en la encimera y para quitar la grasa que ha quedado incrustada en los fogones y en la campana. Es un objeto omnipresente en todas las cocinas al que, sin embargo, no solemos prestar mucha atención. Y esto nos lleva, muchas veces, a una situación más habitual de lo que sería deseable. ¿A quién no le ha sucedido alguna vez que, al coger una bayeta, la ha notado resbaladiza y pegajosa, una sensación que no conseguimos eliminar con facilidad pese pasarla por agua y jabón?
Parece paradójico que algo que sirve para quitar la suciedad no esté limpio. Es más común de lo que podemos pensar. Según un estudio elaborado por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), nueve de cada diez bayetas analizadas tienen una higiene deficiente y solo un 3% de las personas encuestadas la lava a diario, frente al 33% que lo hace cada dos semanas. Pese a todo, cuando la limpiamos, parece que tampoco lo hacemos bien.
Bayetas, fuente de bacterias
Las bayetas proporcionan, igual que los estropajos y los trapos de cocina, un ambiente ideal para que los patógenos se multipliquen, ya que en ellas encuentran calor, humedad y mucha comida. La disponibilidad de agua es un factor crucial para el desarrollo del biofilm porque una humedad relativa entre 90-100% facilita su crecimiento. De ahí que estudios como este publicado en Journal of Pure and Applied Microbiology concluyan que el fregadero de la cocina y las bayetas y estropajos sean los dos sitios más contaminados. Lo atribuye al alto nivel de humedad.
Si no lo impedimos, esta concentración de bacterias puede acabar formando biofilms, un término que, pese a que no estemos muy familiarizados con él, sí nos lo encontramos a menudo en forma de una gran cantidad de bacterias como Listeria, E.coli y Salmonella, que se agrupan y se adhieren a una superficie u objeto, formando una colonia. Estas bacterias están unidas entre sí en una sustancia espesa que actúa como pegamento y que forma una película protectora.
El resultado es una apariencia gelatinosa que, además de las bayetas, también suelen formarse en otros objetos y superficies que entran en contacto con agua, como alrededor de la base de los grifos, en los cabezales y azulejos de la ducha, alrededor del desagüe o en bandejas que se usan para escurrir los platos.
Es fácil, por tanto, que los gérmenes crezcan en las bayetas, sobre las cuales se adhieren los microorganismos, secretando una sustancia viscosa parecida a un pegamento; una vez se ha usado la bayeta para limpiar una superficie, puede quedar contaminada si hay bacterias. Uno de los problemas es que, muchas veces, no podemos saber si una bayeta de cocina está llena de bacterias diabólicas con solo mirarla porque no podemos detectarlas a simple vista: lo notaremos más al tacto.
Su presencia está influenciada sobre todo por cómo usamos las bayetas y con qué frecuencia las lavamos, así como por el hecho de que son un reservorio microbiano ideal porque a menudo están húmedas, y el agua permite que los gérmenes crezcan. Y si hay restos de comida cerca, el riesgo es aún mayor.
¿Pueden suponer un peligro para nosotros? De acuerdo con esta investigación publicada en Applied and Environmental Microbiology, que ha analizado las bacterias presentes en 74 cocinas repartidas en cinco países europeos, en su mayoría son inofensivas.
¿Cómo podemos eliminar los biofilms de las bayetas?
Debemos reconocerlo: muchos de nosotros guardamos las bayetas hasta que se ven sucias o huelen mal, incluso en alguna ocasión hay quien ha esperado a que lleguen a romperse antes de tirarlas. Llegados a este punto, es importante deshacernos de las bayetas y no esperar más a que se desmoronen.
Si solo la enjuagamos para usar nuevamente en otra superficie lo que estamos haciendo en realidad es pasar de un lado a otro las bacterias que están adheridas a la bayeta. Si bien la mayoría de nosotros no enfermaríamos al limpiar la cocina con una bayeta o un estropajo sucio, no significa que no pueda suceder.
Debemos tener en cuenta que los biofilms se desarrollan sobre superficies que favorecen su adherencia (porosas o rugosas) o que se han sometido a un mal programa de limpieza y desinfección. Además, no debemos pasar por alto que ejercen una función protectora sobre los microorganismos que albergan, reduciendo la eficacia de los tratamientos de desinfección, por tanto, el desinfectante permanecerá encima de la sustancia pegajosa. Esto significa que, pese a que la enjuaguemos, no eliminaremos todas las bacterias, que continuarán creciendo con las horas ya que muestran resistencia a los detergentes de limpieza habituales.
Algunos estudios dicen que, antes de llegar a este punto, introducir la bayeta durante un minuto en el microondas o colocarlas en el lavavajillas con un ciclo de secado puede ayudar a reducir las bacterias y otros microorganismos dañinos. Sin embargo, una investigación publicada en Scientific Reports, ha determinado que tratar de desinfectar una bayeta o un estropajo sucio solo mata algunas bacterias, pero deja las cepas más fuertes y potencialmente más patógenas.
Tampoco sirve de mucho ponerlos en el lavavajillas, mojarlos en vinagre ni hervirlos en una olla, métodos populares de limpieza que, de acuerdo con la investigación, solo pueden reducir las bacterias hasta en un 60%, pero hacen que las bacterias que quedan sean más fuertes y más densas.
Para evitar que se ensucie la bayeta con rapidez, podemos optar por limpiar los derrames de alimentos como el pollo con papel de cocina, así minimizamos las posibilidades de propagar patógenos dañinos transmitidos por los alimentos. Tras usar, es importante enjuagarla bien –debe verse limpia y sin restos de suciedad incrustada– y escurrir bien: más agua es sinónimo de suciedad, así que es importante no saltarse este paso.