Disruptores endocrinos en alimentos: consejos para eliminarlos

ConsumoClaro

26 de agosto de 2023 22:06 h

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Los disruptores endocrinos no son hormonas, y en algunos caso ni siquiera se les parecen en estructura química, pero son compuestos que por sus características, una vez dentro de nuestro organismo, pueden mostrar afinidad especial por los receptores hormonales del cuerpo y así suplantar a las citadas hormonas, alterando sus funciones normales, especialmente a largo plazo.

Se cita como ejemplo la precocidad menstrual en las adolescentes estadounidenses por culpa del consumo de leche industrial, que contiene una elevada carga hormonal. Se cree que las hormonas de la leche han adelantado la regla a las niñas. Pero existen muchos otros casos no tan evidentes, si bien posiblemente más graves a largo plazo, como la incidencia de determinados disruptores en el cáncer de mama y de próstata, en la pérdida de fertilidad, en determinados daños cerebrales -se estudia su relación con el mal de Alzheimer-, en la obesidad o incluso en la diabetes, puesto que estas sustancias tóxicas podrían estresar al páncreas dándole señales falsas para fabricar insulina.

Pero lo más preocupante de estas sustancias capaces de alterar el equilibrio hormonal de nuestro cuerpo es su procedencia y la vía por la que nos llegan. La mayoría de ellas, aunque no todas, tienen su origen en actividades industriales así como en procesos altamente contaminantes, como la combustión de hidrocarburos.

De ahí pueden pasar a los seres vivos por la ingestión de alimentos que los contengan, acumulándose en la grasa y órganos blandos. El modo en el que los disruptores llegan a los alimentos es discutido, pero una de las mayores certezas se tiene respecto a las migraciones desde el plástico de un táper o una botella de bisfenol A, un compuesto muy controvertido, y también se puede citar la presencia de estos compuestos en distintos cosméticos.

Principales tipos de disruptores en alimentos

Los principales tipos de disruptores endocrinos que pueden estar presentes en nuestros alimentos son los siguientes:

  • Hormonas naturales: pueden ser hormonas propias de la carne de mamífero o ave que ingerimos, o incluso de determinados pescados. Su impacto no es muy grande a no ser que hagamos un consumo continuo e intensivo o que eventualmente el producto esté crudo.
  • Subproductos fúngicos: los micoestrógenos son producidos por mohos del género Fusarium, y pueden suplantar a los estrógenos humanos como hormonas sexuales.
  • Hormonas de tratamiento: en la Unión Europea el uso de hormonas para mejorar el rendimiento muscular u otros fines, está prohibido desde 1981, pero con la globalización del comercio, su control en países del Tercer Mundo se hace más compleja. Además, pueden usarse tratamientos hormonales en determinados casos. Este tipo de disruptores serían los responsables del adelanto de la menarquía en las adolescentes norteamericanas.
  • Dioxinas: son quizá las más ubicuas y preocupantes, pues proceden de la combustión de materia orgánica en malas condiciones, que genera estos subproductos altamente contaminantes. Por ejemplo, tras un incendio en un bosque, se produce una alta cantidad de dioxinas que terminan en el suelo, pasan a los acuíferos y de ahí a los mamíferos rumiantes, etc., cuando beben en manantiales o comen hierba, ya que las dioxinas pueden posarse en la superficie de las hojas. También se acumulan en las grasas de los animales, principalmente aves y mamíferos, y de ahí pasan a nuestro plato.
  • Plaguicidas: los pesticidas son el otro gran grupo de disruptores endocrinos que preocupan por el mismo motivo que las dioxinas: aunque no se acumulan en los vegetales más allá de su superficie, sí lo hacen en los rumiantes que los comen y por tanto pasan a la cadena alimentaria humana. Es decir, que por mucho que lavemos las verduras y hortalizas, es posible que el bistec que nos comamos después también los contenga. El caso más sonado es el del DDT, que a pesar de estar prohibido desde los años 70, sigue presente en el ecosistema por su resistencia a la degradación.
  • Ftalatos: se trata de un grupo de hidrocarburos utilizados en pintura, cosmética, esmaltes de uñas, pegamentos, etc. También se suelen emplear en la fabricación de envases plásticos, aunque en la Unión Europea está limitado su uso. El peligro es que con la aplicación de calor sobre el envase alimentario, los ftalatos pueden migrar al alimento, y cada día son más los elaborados pensados para calentar en el microondas.
  • Bisfenol A: el bisfenol A o BPA es uno de los disruptores que más alarma causan actualmente por su vinculación a las botellas de plástico. Por el momento la Unión Europea no considera que haya peligro de migraciones desde la botella al agua si esta se conserva en condiciones y no se reutiliza, pero se hacen revisiones periódicas. Podemos ha pedido repetidas veces su prohibición. También el revestimiento aislante interior de las cantimploras de aluminio puede contenerlo.
  • Bifenilos policlorados: los bifenilos policlorados son compuestos químicos orgánicos de apariencia aceitosa que destacan por su resistencia a la presión mecánica así como al calor, por lo que se les emplea en diferentes funciones industriales. El peligro es que acaben en el medio acuático contaminado a peces y moluscos de consumo humano, que los acumulan. Su uso cada vez está más limitado, pero su difícil degradación los hace muy resilientes en el medio.
  • Metales pesados: toda suerte de metales pesados pueden alterar nuestro sistema endocrino y son difíciles de evitar en la dieta. Sustancias como cadmio, mercurio o arsénico pueden estar presentes en el medio ambiente, tienen formas de toxicidad muy concretas con efectos que varían en función de su concentración y suelen acumularse en muchos de los animales que consumimos. Los más susceptibles de contaminarse son el pescado y los crustáceos, que es habitual que acumulen arsénico y mercurio, y los cereales, que almacenan cadmio.  

¿Hay algún modo de evitarlos?

Se antoja complicado esquivar en nuestra dieta totalmente los disruptores endocrinos, pero sí podemos reducir significativamente su ingesta si tomamos una serie de medidas.

  • Evitar el consumo de carnes crudas: el calor en muchos casos puede desnaturalizar los disruptores e incluso ayudar a eliminar los metales pesados por pérdida de jugos.
  • Optar por el consumo preferente de vegetales: al menos no abusar de las carnes animales, ya que pueden acumular dioxinas además de metales pesados.
  • Evitar comer frutas y verduras en mal estado: así evitaremos la proliferación de mohos que generen micoestrógenos y otras aflatoxinas.
  • Lavar bien las frutas y verduras: si las lavamos adecuadamente eliminaremos de su superficie tanto los plaguicidas como las dioxinas que se hayan podido posar.
  • No abusar de los pescados azules: con ello evitaremos la ingesta de mercurio. 
  • Evita el pescado de granja en la medida de lo posible: al parecer la concentración de disruptores es más alta debido a los piensos y la contaminación del medio, ya que las granjas se sitúan cerca de la costa.
  • No dar segundos usos a las botellas de agua de plástico: para evitar la migración del BPA.
  • Utilizar en el microondas siempre un recipiente de vidrio: evitaremos migraciones de ftalatos o BPA.
  • En caso de usar táperes de plástico en el microondas, seguir las instrucciones de fabricante.
  • Guardar los alimentos en recipientes de vidrio: lo haremos tanto en la despensa como en la nevera