Nos escribe Irene, lectora y socia de eldiario.es: “Hola: me interesa saber qué es más ecológico, un entierro o una incineración”. Bien, la respuesta a Irene en realidad es bastante decepcionante: ambos métodos son bastante ineficientes para el medio ambiente, es decir bastante sucios desde el punto de vista de sus emisiones, escapes de líquidos, compuestos contaminantes, metales pesados, etc.
Pero también son poco ecológicos en el sentido de que para llevar a cabo ambos, se precisa de un considerable esfuerzo energético, medido tanto en kilos de CO2 como en consumo de biomasa, en este caso sobre todo forestal. Si tenemos en cuenta que somos actualmente 7.000 millones de personas en el planeta y que en tiempos de paz morimos aproximadamente el 1% al año, nos daremos cuenta del problema que suponemos para la Tierra una vez pasamos a la categoría de fiambres.
Pero vayamos por partes, para ver qué inconvenientes tiene cada método y las posibles alternativas que ya se están explorando.
Incineración
La incineración es el método más aceptado hoy en día en el Primer Mundo, incluso en los países del sur europeo, donde el entierro en nichos familiares es una profunda y arraigada tradición funeraria. Entre sus ventajas está el no tener que ocuparse del mantenimiento del citado nicho, no pagar tasas funerarias, etc.
Se supone que es más cuidadoso desde el punto de vista sanitario, pues previene epidemias, putrefacciones, etc., pero lo que realmente ha espoleado su promoción es que elimina el problema de espacio en los cementerios. Con la incineración nos reducimos a cenizas que caben en una urna funeraria y que pueden ser guardadas en cualquier armario o lanzadas en un bonito y amado paisaje. Aquí precisamente empiezan sus inconvenientes.
Para incinerar un cuerpo se precisan temperaturas superiores a 800º C en un horno crematorio, además de 20 litros de aceite y medio kilo de carbón activado para filtrar posibles emisiones contaminantes o de metales pasados. Por otro lado, incluso así se emiten a la atmósfera más de 27 kilos de CO2 por cuerpo incinerado.
Además, las cenizas pueden contener altas tasas de metales pesados, especialmente mercurio procedente de tratamientos dentales, por no contar que las prótesis no se queman y es necesario gestionarlas como residuos sólidos. Adicionalmente, si nos lanzan como cenizas al mar, un lago o un río, contaminaremos de sales el mismo.
Es cierto que por una persona que sea esparcida no pasa nada, pero en ríos como el Sena, la costumbre se ha convertido en un problema serio. Finalmente está el problema de las urnas: ¿Qué hacemos con ellas? Suelen ser de mármol, madera lacada o incluso metálicas, y pueden ir a parar al armario, pero también hay muchas que terminan olvidadas en los campos donde se han esparcido las cenizas. Una alternativa son las urnas ecológicas biodegradables.
Entierro
El entierro pasaría por ser más ecológico y natural, si no fuera porque somos demasiados en el planeta y no cabemos todos bajo el suelo al ritmo al que nos morimos. La costumbre de enterrar a los muertos procede de las poblaciones nómadas, que de este modo protegían al pariente fallecido de las alimañas.
Posteriormente, en los asentamientos se comprobó que el entierro directo propiciaba acumulación de cadáveres en putrefacción, lo que favorecía a determinadas poblaciones bacterianas causantes de epidemias, por lo que se comenzó a enterrar en ataúdes, que aislaban los cuerpos durante la putrición. Pero entonces el entierro devino un problema de espacio que dio lugar a la incineración.
Con todo, los entierros actuales también son muy contaminantes si se atiende a los materiales con los que están hechos tanto las mortajas como los ataúdes. Las mortajas han pasado de ser de algodón a fibra elástica a base de derivados del petróleo. Porque permite adaptar más tallas y porque contiene mejor los jugos que vamos soltando, producto de nuestra descomposición.
La siguiente muralla a nuestro regreso a la tierra en forma de jugos y alimento para gusanos, es una cobertura interior de zinc, que evita que los líquidos exudados, altamente corrosivos, carcoman la madera y pasen al medio, lixiviando tal vez al subsuelo. Aunque tarde o temprano el propio zinc y la madera se corroerán y dejarán que lo que quede de nosotros se esparza.
El problema es, por ejemplo, que muramos cargados de antibióticos y, por lo tanto, nuestra putrescencia se dilate; o bien que hayamos sido sometidos a quimioterapia y soltemos al ataúd infinidad de compuestos que no sabemos cómo pueden afectar a la microbiota del medio. Para rematarlo, solemos escoger para nuestros difuntos lo mejor de lo mejor, pero no lo más ecológico.
La apuesta por maderas nobles para los ataúdes no solo conlleva la tala de árboles -se ha creado un sello que certifica que no proceden de bosques, el sello FSC- sino también el lacado o barnizado de su superficie con productos resistentes al agua y por tanto artificiales y tóxicos que acabarán pasando al medio.
Los ataúdes de maderas nobles pueden subir hasta los 10.000 euros, mientras que la creciente oferta de ataúdes con materiales reciclados no supera los 2.000 euros. Sin embargo, en países tan concienciados ambientalmente como Estados Unidos, solo un 20% de los entierros emplea ataúdes ecológicos.
Resomación y promesión, dos alternativas en desarrollo
La legislación española, por el momento, permite únicamente incineración o entierro en ataúd por cuestiones sanitarias, pero más allá de nuestras fronteras al menos dos alternativas están encontrando cierta aceptación en los países más avanzados, como Canadá, algunos estados norteamericanos o Escandinavia.
La primera de ellas es la resomación, inventada por un bioquímico escocés llamado Sandy Sullivan. Consiste en introducir el cuerpo en un tanque que contiene agua mezclada con hidróxido de potasio al 10% a alta presión y temperatura. El resultado es que al poco tiempo el cuerpo queda disuelto en la mezcla, ahorrando un 35% en emisiones de CO2, según su Sullivan. Además, se pueden aislar después por medios químicos los metales pesados y tóxicos y recuperar el resto de cenizas.
El segundo método también es invención europea, concretamente de la bióloga sueca Susanne Wiigh-Mäsak, y se llama promesión. Su idea consiste en introducir el cadáver en un baño de nitrógeno líquido para su ultracongelación. Después se aplican vibraciones bruscas para descomponerlo en polvo de cristal orgánico. La ventaja es que permite recoger íntegras prótesis metálicas e implantes para ser reciclados debidamente. Por otro lado, el polvo de cristal orgánico se utilizaría para hacer compost.
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