¿Cuántas cervezas de la modalidad sin alcohol deberíamos bebernos para coger una turca comparable a la que nos provocaría una botella de vino con, digamos, un 13% de alcohol en volumen? En teoría entre 45 y 50, dependiendo de la marca. Aunque sea una burrada de cervezas, algo no cuadra, ¿no? ¿Cómo puede ser que una cerveza que no tiene alcohol pueda llegar a emborracharnos? ¿Dónde está el misterio? ¡Que venga Iker Jiménez y nos lo explique!
Y sin embargo, hay una explicación no paranormal a este fenómeno. La razón de esta paradoja semántica radica en que las llamadas cervezas sin alcohol, o simplemente sin, en realidad pueden llegar a tener hasta un 1% de alcohol en volumen porque así lo permite la legislación. No es que científicamente no se pueda crear una cerveza completamente sin alcohol, pues las de la categoría 0,0 son realmente sin0,0sin. Pero las que van etiquetadas como sin, pueden ser con hasta un grado. Vaya lío, ¿no?
La revista Consumer hizo en 2009 un estudio de estas categorías en varias de las principales marca de cerveza que se venden en España. El resultado fue que todas respetaban la legislación, pero en la categoría de las sin la tendencia era a situarse en 1 grado alcohólicosin. Por no hablar de las light, que pueden alcanzar por ley los 3,5 grados, y eso de light tiene poco, según el mismo estudio, que les otorgaba entre 26 y 30 calorías por cada 100 mililitros. Bastante menos que un refresco carbonatado de todos modos.
¿Por qué la legislación permite que una cerveza con alcohol se llame 'sin alcohol'?
Cuenta la leyenda que un periodista colombiano se tomó ocho latas de cerveza 'sin' -algo más de dos litros- de una marca local con 0,4% en volumen y luego se fue directo a la policía de tráfico para soplar el alcoholímetro. Quería comprobar si excedía los límites fijados para poder conducir. El resultado, según la misma leyenda, fue negativo. Apenas presentaba restos de alcohol en sangre. ¿Es posible? Podría ser, porque el periodista ingirió en total poco más de un grado alcohólico, nada del otro mundo. Seguramente, además, lo hizo en un periodo prolongado, que le dio tiempo a digerir la cantidad ingente de líquido que bebía.
En consecuencia, el etanol se metabolizó con mayor rapidez que en una ingesta de un licor de alta graduación, donde el alcohol entra de golpe en el torrente sanguíneo. Precisamente en esto se basa en parte la legislación para permitir que las sin tengan hasta un grado, ya que se considera una cantidad de alcohol fácilmente metabolizable. Además, hay que ser muy animal para tragarse cincuenta botellines de sin en menos de una hora.
Dime qué te lees y te diré qué tomas
Ahora bien, la cuestión es por qué no se llaman las cosas por su nombre. Es obvio que es un tema publicitario y que leyendo el etiquetado cuidadosamente, podremos ver el grado alcohólico o el poder calórico de una cerveza, pero ya sabemos que no todo el mundo lee las etiquetas. Según una encuesta de la misma revista Consumer en 2013, solo uno de cada dos encuestados aseguraba leer las etiquetas siempre. Otra encuesta más reciente revela que el 19% de nuestros compatriotas no lee nunca las etiquetas de los productos que compra y consume.
En este grupo bien puede haber mujeres embarazadas, por ejemplo, que crean que la cerveza que consumen no tiene realmente alcohol cuando en realidad podrían estar ingiriendo un grado por cada litro, es decir cada tres tercios, ya que tienen 33 centilitros. Ya no se trata de ellas y su metabolismo, sino de la toxicidad que pueda suponer para un feto en formación. Como mínimo, tienen el derecho a saber claramente que no están ingiriendo etanol y así lo reclamó el Parlamento Europeo el pasado mayo cuando pidió unánimemente mejoras en el etiquetado de las bebidas alcohólicas.
De todos modos, he utilizado la de las cervezas sin por ser la más llamativa, pero no la única, de las numerosas paradojas a las que nos lleva la combinación de un etiquetado riguroso con una publicidad engañosa o, al menos, excesivamente fantasiosa. A lo largo del año, las asociaciones de consumidores gestionan decenas de denuncias contra las más diversas empresas por culpa de estas estrategias publicitarias. Estas mismas asociaciones se quejan amargamente de que en nuestro país las sanciones son claramente insuficientes.
Cuanto más grandes, más amigos de las triquiñuelas
Alimentos anunciados como light pero que no llegan a serlolight, la palabra gratuito como reclamo de un servicio que finalmente será facturado si no se cumplen ciertos requisitos o precios que no son los finales, son algunas de las picardías que practican las empresas. Pero a veces el engaño es mucho más sibilino y queda bien escondido en aspectos técnicos del etiquetado. En este sentido, las marcas blancas de las grandes superficies son especialistas en aparentar lo que no son. Ejemplos de ello son chocolates sin azúcares añadidos (publicidad) que usan chocolates con azúcar además de leche con lactosa (etiquetado).
También hay que andar al quite con las mieles españolas que nos colocan estos establecimientos, ya que según el sindicato agrario COAG, se trata en muchas ocasiones de jaleas traídas de China, Ucrania o Argentina, de menor calidad, y con baja proporción de producto nacional, que es el que se publicita en el tarro. Similar polémica genera el jamón ibérico, ya que la raza tradicional está siendo sustituida por otra de mayor rendimiento productivo pero menor sabor, algo de lo que a veces no se avisa en la etiqueta.
También abundan los derivados cárnicos donde la pieza de carne que se publicita en realidad es la mitad del producto cuando no un 30% o menos. Incluso las grandes marcas han tenido problemas con las malas combinaciones de etiquetado y publicidad. Un caso notorio es el de Nutrexpa y su Colacao light, del cual la empresa aseguraba que reducia a la mitad las calorías que aportaba el Colacao tradicional, cuando en realidad lo hacía solo en un 20%. En 2004, Fontvella también se vio obligada a cambiar el etiquetado de su producto Fontvella Toque de Limón por que el mismo ni procedía de los manantiales de Fontvella, en Sant Hilari Sacalm (Girona), ni llevaba limón, sino azúcar, aromas y ácido cítrico.
Creatividad publicitaria al servicio de la trampa
Pero hay países más rigurosos. Entre ellos Alemania, donde a raíz de una sentencia se prohibió siquiera sugerir con dibujos que los productos poseen lo que no tienen. Recientemente la normativa alemana ha sido adoptada por la Comisión Europea. Es decir, en el entorno UE ya no se puede dibujar en la carátula de una infusión una flor de hibisco o de vainilla si realmente el producto no ha sido realizado con infusiones naturales de estas plantas. Y lo mismo sucede con los zumos de frutas: si no contienen cantidades significativas, no podrán tener ni peras, ni manzanas, ni piñas ni ninguna otra fruta dibujada que no esté presente.
Además, no se pueden llamarse zumos, sino néctares, en el caso ser elaboraciones a las cuales se les ha añadido azúcar de manera artificial. En junio de este año la Organización de Consumidores Españoles (OCU) puso en marcha una campaña llamada Alimentos que no son lo que parecen en la que denunciaba el caso de los néctares y se exponían cinco productos donde ni remotamente tenía que ver lo que se anunciaba con la realidad de su composición. El caso más flagrante era el de un denominado queso rallado que en realidad era una amalgama de grasas vegetalesqueso rallado.
Sin cremas no hay paraíso
En Estados Unidos la legislación sobre publicidad engañosa llega al extremo de prohibir a una crema solar con un factor de protección menor de 20 anunciar que protege contra el cáncer y las enfermedades de la piel. Además, no permite la publicidad de cremas de factor superior a 50 por considerar que por encima de este rango ya no hay ninguna protección adicional válida. También en el sector de la cosmética, pero en Inglaterra, hay no poca polémica respecto a la crema aumentadora de senos de Rodial llamada Boob Job. Se trata de un producto aparentemente milagroso que se presenta como alternativa a las operaciones estéticas de pecho y que numerosos blogs de temática supuestamente 'femenina' publicitan.
Sin embargo, no hay rastro de estudios o evidencias en primera persona sobre el resultado de Rodial Boob Job. Un repaso profundo a los resultados de Google solo nos trae posts laudatorios de blogueras profesionales que en realidad replican una y otra vez la misma nota de prensa. Solo hay una excepción, la columna del periodista científico Ben Goldacre en The Guardian, donde explica que la única vez que una doctora se atrevió a dudar en público de la eficacia de la crema, fue acosada sin piedad por el ejercito privado de abogados de Rodial. Nunca más nadie se ha vuelto a atrever a cuestionar Boob Job, que sigue anunciándose como el elixir contra la ley de la gravedad.
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