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¿Por qué mi gato no deja de lamerme?

Eva San Martín

12 de diciembre de 2021 23:04 h

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Si nuestro gato nos lame la cara, los brazos y hasta el pelo, deberíamos tomárnoslo como un cumplido. Puede que esa lengua rugosa, cubierta de espinas puntiagudas de queratina (técnicamente llamadas papilas), no sea nuestra imagen ideal de un lengüetazo de amor.

Pero, áspera o no, eso es precisamente lo que es: una forma gatuna de decirnos cuánto nos quieren. Por qué sí, los gatos nos quieren, como la ciencia, por fin, ha confirmado. Y una de las formas de demostrarnos tanto amor felino es precisamente así: a lengüetazo limpio.

La lengua de los gatos: áspera pero llena de cariño

Los gatos son de sobra conocidos por su obsesión por la higiene. Y los vemos acicalarse buena parte del tiempo que están despiertos. De hecho, sabemos que los felinos dedican entre el 30% y el 50% del tiempo que no duermen precisamente a esta tarea: al acicalado de su cuerpo.

Se trata de una labor para la que emplean, sobre todo, su lengua (y también sus dientes); y que les ayuda mantener su pelo limpio, seco y bien nutrido, con los aceites naturales de su piel, que reparten con esos lengüetazos. 

No es algo nuevo: los gatos han estado acicalándose durante miles de años por el mismo motivo: desde que eran un gato salvaje africano (Felis silvestris lybica), entre 8.000 y 10.000 años atrás. Y sus peculiares lenguas, cubiertas de cientos de espinas de queratina, todas ellas dirigidas hacia el interior de su boca, resultan una herramienta estupenda para esta faena. 

Estas espinas también son las responsables de ese tacto, similar a un papel de lija, de la lengua de nuestros gatos; y explican por qué sus lametazos, aunque cargados de cariño felino, también nos resultan ásperos. [Aquí te contamos lo que tu gato te pide cuando maúlla.]

Tu gato te quiere, ¡y lo demuestra a lengüetazos!

A quienes vivimos con varios gatos, puede que esta escena nos resulte familiar: dos de nuestros felinos se lamen el uno al otro, y lo hacen con cierta frecuencia. Los etólogos felinos llamamos a este comportamiento acicalado mutuo o, aún más técnicamente, acicalado social.

De hecho, no solo los gatos y otros felinos, muchas especies a lo largo y ancho del reino animal, lo practican: desde el macaco y el loro guacamayo hasta los caballos; y, por supuesto, los perros, conocidos también por los cariñosos lamidos en la cara que nos dan.

Para nuestros gatos, el lamerse uno a otro representa una muestra de afecto: un modo gatuno de decirse “somos amigos, nos queremos”. Y la ciencia lo confirma: los gatos lamen más a otros gatos que son miembros de su familia genética o cuando se conocen y llevan bien, que a felinos desconocidos.

Y las zonas preferidas para esos lengüetazos entre amigos gatunos son, mayormente, estas: cuello, cabeza y orejas. Es más: lamerse mutuamente crea lo que llamamos un olor comunal; una firma olorosa única que los dos gatos comparten, que crea cohesión, y que hace más fácil que se lleven bien. En otros maullidos: para nuestro gato, si olemos igual que él, somos amigos, y pertenecemos al mismo grupo.

Misterio resuelto: si nuestro gato nos lame a nosotros, sus queridos humanos y humanas, deberíamos tomarnos estos lengüetazos como una muestra de cariño felino y sentirnos halagados. Nos consideran sus amigos, parte de su familia. Y, sobre todo, es un modo muy gatuno de decirnos todo lo que nos quieren.

O el gato sufre estrés, y lamer alivia su ansiedad

Aun así, algunos gatos lamen por otros motivos. Este comportamiento, a veces, puede denotar estrés, ya que los lengüetazos (incluso la succión) ayudan a aliviar, en parte, la ansiedad; un problema habitual que trabajamos en las consultas de comportamiento felino.

 Por último, también puede suceder que a nuestro gato o gatita le guste el sabor de nuestra piel: puede que hayamos sudado, y le resulte algo salada. O tal vez hayamos usado una crema o un acondicionador para el pelo; ¡que nuestro gato encuentra realmente delicioso!

Aun así, si vomita o sufre diarrea después de lamerlos el pelo, debemos tener cuidado, e intentar mantener a nuestro amigo más ronroneador (con cariño) alejado de nuestro cabello.

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