¿Por qué la miel está contraindicada para los bebés?
Hasta hace no demasiado tiempo, seguía muy extendida la costumbre de colocar pequeñas cantidades de miel en el chupete, el biberón o el pezón, para incentivar a los bebés a que tomen leche. De hecho, el ser humano consume miel desde hace milenios, y siempre la consideró un producto noble para niños y adultos. Sin embargo, desde hace algunas décadas, los médicos indican que no se debe dar miel a los bebés menores de un año.
La recomendación ha derivado en la idea de que la miel es mala, al punto de que hay incluso madres que dudan de si ellas mismas pueden tomarla durante la lactancia, ya que temen que termine llegando al niño a través de la leche. Se trata de un miedo infundado: los adultos pueden tomar miel, al igual que los niños mayores de un año. El riesgo es solo con los bebés más pequeños.
El problema de dar miel al bebé durante su primer año de vida
En sí misma, la miel no es algo mala. El problema reside en una bacteria llamada Clostridium botulinum, que suele estar presente en la miel. Esta bacteria resulta inofensiva en la miel -puede ser letal cuando contamina latas- cuando la flora intestinal, al cabo de un año de vida, ha alcanzado una cierta madurez. Pero cuando las esporas alcanzan el intestino grueso de un bebé menor de un año, pasan a formas vegetativas y liberan toxinas que originan un trastorno neurológico conocido como botulismo infantil.
La historia del botulismo infantil es relativamente breve: se reconoció apenas en 1976. Su incidencia es baja, aunque los estudios señalan que, como sus síntomas son muy variados, es difícil de diagnosticar y puede confundirse con otros procesos. ¿Cuáles son esos síntomas? Desde estreñimiento, languidez y párpados caídos o parcialmente cerrados, hasta pérdida del control de la cabeza, insuficiencia respiratoria, succión y llanto débiles y parálisis que se extiende hacia abajo. En casos extremos y si no se trata a tiempo puede llegar a ocasionar la muerte del bebé.
En 2011, el Comité Científico de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) elaboró un Informe sobre el botulismo infantil. Señala que “de los posibles alimentos que se han tratado de vincular con el botulismo infantil (miel, jarabe de maíz, preparados deshidratados para lactantes, cereales, infusiones de especies vegetales, etc.), la miel es el que con mayor frecuencia aparece como responsable en los casos en los que se logra identificar la fuente”.
Otros sitios donde las esporas de Clostridium botulinum se hallan en grandes cantidades son el suelo y los sedimentos acuáticos de todo el mundo. Por ello, también son factores de riesgo el contacto con polvo o tierra, sobre todo en zonas rurales con actividad agrícola y ganadera o en zonas urbanas con muchas obras de construcción o rehabilitación de inmuebles.
¿Un riesgo sobredimensionado?
El informe de la AESAN destaca que la prevalencia del botulismo infantil causado por el consumo de miel “podría haber disminuido” desde que en muchos países, a finales de la década de 1970 y comienzos de la siguiente, comenzaron a desaconsejarlo. De hecho, algunas empresas de Estados Unidos y el Reino Unido incluyen la mención de que se trata de un producto “no indicado para menores de 12 meses” en el etiquetado de la miel.
En 2005, sin embargo, hubo debates sobre este tema en el Reino Unido, después de que Bee Wilson -una investigadora y divulgadora de cuestiones relacionadas con la comida- publicara un artículo en el calificaba de “ridícula” la recomendación de no dar miel a los niños. El año anterior, Wilson había publicado el libro The Hive: The Story of the Honeybee and Us (La colmena: La historia de la abeja y nosotros). Bee, por cierto, su seudónimo (su nombre real es Beatrice Dorothy), significa “abeja”.
Wilson enumera algunos motivos por los cuales considera que el peligro de la miel está sobredimensionado. Uno de ellos es que el botulismo infantil afecta sobre todo a bebés menores de 6 meses, y las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y la mayoría de los organismos sanitarios -incluida la Asociación Española de Pediatría (AEP)- apuntan a que durante ese primer semestre los bebés no se alimenten más que de la leche materna.
Otra de las razones citadas por Wilson es la baja prevalencia de la enfermedad. Un año antes, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) había publicado un documento según el cual, desde su identificación a finales de los años setenta, en el continente se habían detectado 49 casos de botulismo infantil. Es decir, algo así como dos casos por año. El país con más casos había sido Italia (17), seguido por España (9). En el Reino Unido habían detectado cuatro.
Era en Estados Unidos -y sobre todo en California- donde se concentraba más del 90% del millar de casos diagnosticados en todo el mundo. Y aun así, explicaba Wilson, solo el 10-13% de las muestras de miel analizadas en California contenían una cantidad de esporas de Clostridium botulinum que significase un riesgo para la salud de los bebés.
Evitar temores exagerados
En todo caso, estos datos sirven para estar tranquilos y evitar temores exagerados en torno a la miel, como el de aquella madre que creía que podía “pasársela” al bebé a través de la lactancia, o el de un hombre que sufrió un ataque de pánico (lo cuenta Bee Wilson en su texto) al descubrir que, por error, le había dado a su hija de once meses un batido de fruta que entre sus ingredientes incluía una pequeña cantidad de miel.
De hecho, los protocolos de la AEP sobre Alimentación del lactante sano apuntan que las llamadas fórmulas de continuación, para bebés de a partir de 6 meses, “pueden contener sacarosa, fructosa y miel”. Y no las desaconseja. Más allá de eso, la indicación clara e indudable es evitar dar miel a los bebés al menos hasta que cumplan su primer año de vida.
Luego sí se les puede dar, desde luego: sus beneficios siguen estando allí. Un estudio científico de 2007 certificó que unas cucharadas de miel son igual de eficaces que el compuesto que llevan algunos jarabes para la tos. Pero se debe evitar su consumo abusivo, por una causa que no tiene nada que ver con el botulismo infantil: el riesgo de caries.