No siempre los edificios más bonitos desde el punto de vista conceptual, estético o arquitectónico tienen que ser los más habitables. En ocasiones, incluso puede que sean los que resulten más problemáticos por olvidar conceptos básicos sobre el ambiente interior en favor de determinados materiales en boga o de una concepción rupturista de los espacios, por ejemplo.
¿Qué es el síndrome del edificio enfermo?
En este sentido, el llamado síndrome del edificio enfermo es una afección o trastorno relativamente reciente y muy apegado a las nuevas arquitecturas emergentes en la segunda mitad del siglo XX. Fue definido en Inglaterra a mediados de la década de los ochenta, cuando se detectaron problemas masivos en los trabajadores de algunos edificios de oficinas de Londres, Manchester o Liverpool.
Los síntomas eran sobre todo escozor de ojos, alergias nasales, dermatitis, problemas respiratorios e incluso náuseas recurrentes y dolores de cabeza, y a los investigadores médicos les sorprendió tanto que afectaran a plantillas masivas de una empresa como que sucediera en determinados edificios y en otros no, y a veces solo en ciertas plantas. Fue entonces cuando a estos edificios donde se daban las dolencias se les llamó 'edificios enfermos'.
Al principio se creyó que el problema se debía a los materiales con que estaban construidos y que podían emanar alguna sustancia tóxica, pero posteriores investigaciones mostraron que los síntomas eran más bien un compendio de malestares debidos a la baja habitabilidad de la atmósfera del edificio o de algunas plantas en concreto.
Se relacionó también el síndrome con la contaminación ambiental exterior. De hecho, la teoría predominante fue que la mala ventilación interior, la recirculación del aire, las humedades bajas por exceso de calor o frío seco, así como la luz en demasía y ciertos materiales de revestimiento como moquetas sintéticas, etc., propiciaban la acumulación de contaminantes en los espacios interiores y las reacciones entre estos para dar compuestos todavía más irritantes.
Se puede remediar
Según el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT), dependiente del Ministerio de Empleo, que reconoce la existencia de este síndrome, la OMS estima que un 30% de los edificios del planeta lo padecen. El INSHT elaboró en su día una guía sobre cómo detectar los edificios enfermos y el modo de ponerles remedio, según las recomendaciones de la OMS.
Las mismas incidían en mejorar las ventilaciones entre el interior y el exterior así como acabar con los circuitos de aire recirculado en los calefactores y los aires acondicionados, ya que no facilitan el intercambio de gases. También hacían hincapié en el control de las temperaturas extremas tanto de frío como de calor en las oficinas, así como en el uso de humidificadores si el ambiente se mostraba excesivamente seco.
Adicionalmente el manual insiste en la limpieza constante de moquetas y otras superficies que puedan acumular contaminantes, sobre todo rugosas o sintéticas, que puedan retenerlos eléctricamente, o bien en su sustitución por materiales más lisos y fáciles de limpiar, así como por otros neutros desde el punto de vista electrostático.
Cómo detectar un edificio enfermo
En la guía se explica que en los casos en los que se han realizado las modificaciones recomendadas el conjunto de síntomas desaparecen entre los trabajadores a corto plazo. “En España, cuando se han dado casos, también se han aplicado estos cambios con buen resultado”, explica el arquitecto especializado en habitabilidad Roger Planavella, que apostilla que adicionalmente se quiere incluir en esta denominación, “la de edificio enfermo”, a cualquier edificio en malas condiciones.
“Pero los rasgos característicos de un edificio enfermo”, añade, “están relacionados con temas ambientales, de atmósferas muy resecas, cerradas y contaminadas, donde no se intercambian gases con el exterior y existen superficies sucias, no solo de contaminantes sino también a veces de ácaros, moho o esporas de bacterias, que aunque el aire esté seco, las superficies pueden contener humedad”.
Por otro lado, Planavella, que asegura que ha realizado algunas intervenciones paliativas, enumera entre los síntomas que padecen quienes habitan o trabajan en ellos la irritación de ojos, el picor de nariz y la rinitis así como el asma o el cansancio crónico -“todos ellos deben darse en un porcentaje significativo de la plantilla”-, y además añade un síntoma de factura reciente: “la lipoatrofia semicircular”.
Lipoatrofia semicircular, signo de los nuevos tiempos
Planavella llama a la lipoatrofia semicircular “un signo de los nuevos tiempos” y explica que este trastorno afecta a la uniforme acumulación de la grasa en la piel y se cree que está relacionado con la formación de campos electromagnéticos. “No tiene que ver con ondas de móviles ni electrosensibilidad”, matiza, “pero sí con el exceso de superficies sintéticas y metálicas en las nuevas estructuras de los edificios, que ahora se realizan con más acero que hormigón y que van más llenos de cables que nunca”.
Según el arquitecto, esta fue la principal afectación en su momento en la torre Agbar de Barcelona, y en la torre de Gas Natural, también en la capital catalana, “porque en ambos edificios se cablearon amplias oficinas por los suelos y los techos, dejando auténticas jaulas electromagnéticas que incidieron en la aparición de casos de lipoatrofia en las piernas”.
Posteriormente este trastorno, raro y leve pero reconocido por la Generalitat de Catalunya como enfermedad laboral, “ha sido detectado en otros edificios con problemáticas similares y ha revertido en cuanto las personas han dejado de trabajar en los edificios o bien cuando en estos se han subsanado los cableados excesivos en superficie y se han situado en los laterales, con recorrido perimetral”.
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