Así que has recibido tu análisis de sangre y los resultados indican que tienes niveles elevados de LDL, el “colesterol malo”, que tradicionalmente se ha asociado a un mayor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares. La receta tradicional en estos casos son las estatinas.
Las estatinas son el medicamento más vendido de la historia. Bloquean la producción de colesterol en el hígado, y esto hace que las células incrementen el número de receptores de LDL, con lo que son capaces de absorber más colesterol, y por tanto bajan los niveles en sangre .
No cabe duda de que las estatinas funcionan en determinados casos. Se ha comprobado que reducen el número de infartos, especialmente en las personas con LDL elevado hereditariamente . También son efectivas para reducir la mortalidad con las personas que tienen “el trío de la muerte”, LDL alto, HDL bajo y triglicéridos altos, además de reducir la inflamación.
El problema es que hay contraejemplos, y cada vez más evidencia de que las estatinas no funcionan en todos los casos, ni por los motivos que se piensa.
La defensa de las estatinas va de la mano con una teoría aceptada como dogma por la mayoría de las instituciones sanitarias: el nivel elevado de colesterol LDL es el causante de las lesiones y las obstrucciones en las arterias. Según esta teoría, si comes mucha grasa, tendrás mucho LDL, y habrá más probabilidades de sufrir un infarto.
En un metaestudio de la Universidad de Cambridge con más de 65.000 personas se vio que las estatinas no reducían la mortalidad de los pacientes con riesgo de enfermedad cardiovascular. Tampoco han probado tener efectos beneficiosos en las personas mayores de 70 años , o las que ya habían sufrido algún ataque.
Los defensores de las estatinas son habitualmente los mismos que sostienen que los niveles de LDL son los causantes de la enfermedad cardiovascular, pero una revisión de los estudios que los apoyan ha encontrado serios defectos de forma que no justifican esta asociación, ni el uso indiscriminado del medicamento.
El mayor problema es que las estatinas son los efectos secundarios: hasta el 20% de los pacientes sufren agotamiento, dolores musculares y daños en las articulaciones . Esto quiere decir que al menos una parte de las personas que toman estatinas no tendrán ganas de hacer deporte, que es lo más importante que podrían hacer en su estado.
La controversia seguramente seguirá durante varios años, ya que los científicos están amargamente divididos a favor y en contra. Un metaestudio de la prestigiosa Cochrane Library encontró que las estatinas tenían efectos favorables en el riesgo y la incidencia de enfermedades cardiovasculares en la mayoría de los casos, así como pocos efectos secundarios. Sin embargo la misma revisión alerta que de los 18 estudios comparados, todos menos uno habían sido financiados por compañías farmacéuticas , y del riesgo de sesgo en los resultados, especialmente de los efectos secundarios.
Las estatinas han librado del infarto a muchas personas enfermas, pero los estudios indican que son una herramienta muy burda y con la posibilidad de graves efectos secundarios. De hecho las estatinas no son mejores que los cambios en la dieta, el ejercicio y dejar de fumar, y estos cambios en el estilo de vida son efectivos incluso en personas con predisposiciones genéticas de sufrir enfermedades cardiovasculares.
Sin embargo, los umbrales de colesterol LDL a partir de los que se recetan estatinas descienden continuamente. De acuerdo con la Agencia Española del Medicamento, la prescripción de estatinas se cuadruplicó entre los años 2000 a 2012. Un estudio de la Universidad de Zurich cuestiona la eficacia de recetar estatinas indiscriminadamente como prevención para personas sanas o con bajo riesgo, e indica que con los datos obtenidos, el número de personas candidatas al tratamiento descendería a la mitad.
Por desgracia, muchas personas prefieren tomar una pastilla antes que comer menos bollos, beber menos refrescos azucarados y ponerse las zapatillas, y ciertos médicos prefieren recetar fármacos como primera medida ante los primeros signos de riesgo cardiovascular. Tú, ¿qué prefieres?