Huertos urbanos domésticos: diez cosas buenas que se consiguen al montar uno

Hace aproximadamente una semana ya hablamos de las cosas que hay que tener en cuenta a la hora de pensar en montar un huerto urbano. Como en aquella ocasión solo tocamos los contras, ahora nos centraremos en diez ventajas que pueden reportarnos este tipo de instalaciones, que podemos situar tanto en nuestro balcón como en una terraza o azotea.

1. Ahorramos en el presupuesto en hortalizas

Si medimos bien nuestras necesidades y hacemos una inversión acorde a las mismas, un huerto urbano doméstico nos puede salir muy rentable una vez hemos amortizado el gasto en el recipiente, la tierra, los fertilizantes, las semillas, etc. El principal gasto será el de el contenedor del huerto, que se suelen situar sobre los 70 a 100 euros. Para una familia de cuatro miembros, seguramente baste con uno de 90 litros donde podamos diversificar los cultivos en función de nuestras necesidades.

Es importante medir qué consumo de verduras queremos tener y de qué tipos, y en función del mismo sembrar la cantidad justa de semillas para cada hortaliza que deseemos obtener. Para ser más precisos podemos utilizar semilleros, donde estas germinarán, o bien dosificadores, que nos permiten inocular a la tierra la cantidad de semillas justas para asegurar un crecimiento, que suelen ser dos o tres.

La ventaja del semillero es que nos permite tener siempre en batería nuevas plantas germinadas que sustituyan a las que arrancamos para consumir. Deberemos, además, guardar una distancia entre cultivos de las diferentes hortalizas para evitar que al crecer se solapen y se cree humedad que dé lugar a plagas de gusanos o caracoles, hongos, etc. Si tenemos todos estos factores en cuenta, a buen seguro podremos borrar las hortalizas del gasto familiar. 

2. Tenemos un control total sobre los tratamientos

En las hortalizas de nuestro huerto urbano doméstico se producirán plagas, crecimiento de malas hierbas y vendrán insectos y caracoles a pegarse el festín. Podemos optar por usar tratamientos químicos u hormonales (herbicidas y pesticidas) o bien podemos tomarnos la molestia de arrancar las malas hierbas por nosotros mismos, eliminar las hojas o ejemplares que veamos afectados y usar otros métodos ecológicos de eliminación de plagas. De este modo tenemos un control absoluto sobre el modo en que se produce la hortaliza.

3. Eliminamos de la huella ecológica

En un huerto urbano doméstico el alimento viaja desde el balcón o la azotea a la cocina, sin necesidad de transporte que aumente las emisiones de efecto invernadero o la contaminación ambiental. Tampoco se producen desperdicios por almacenamiento o cambio de intermediarios durante la distribución ni descartes por motivos estéticos. Finalmente, como hemos comentado, tenemos un control sobre los tratamientos y evitamos los no ecológicos. De este modo reducimos la huella ecológica o daño sobre el medio ambiente.

4. Nos familiarizamos con la horticultura y sus condiciones

Comenzar a plantar distintos tipos de semilla de hortaliza descubriremos cómo es su evolución, que partes son las comestibles y qué necesidades y cuidados requiere cada especie. Nos sorprenderá, si somos novicios en la materia, ver lo poco que sabíamos a priori sobre el mundo de los vegetales de huerta, los ciclos climáticos de cada uno de ellos, las épocas óptimas para plantarlos o cuáles son las principales plagas que les afectan. 

5. Aumentamos nuestra ingesta de fibra vegetal

Sin duda con un huerto urbano estaremos más motivados a consumir fibra vegetal, lo que traerá múltiples beneficios para nuestro equilibrio dietético, la bajada del índice glucémico en nuestra sangre, nuestras funciones digestivas y la buena salud de nuestra flora intestinal.

6. Hacemos ejercicio físico moderado

Las necesidades de un huerto urbano hacen que debamos mover los brazos, agacharnos, inclinarnos, levantar y sostener pesos, etc. En definitiva, son una fuente de ejercicio físico moderado que sin embargo variará en función del tamaño y extensión del huerto. Para muchas personas que no practican ningún tipo de ejercicio intenso y llevan una vida sedentaria durante la semana laboral, este tipo de instalaciones pueden resultar muy beneficiosas.

7. Adquirimos conciencia ambiental

Aprenderemos cuáles son las frutas y verduras de cada temporada y así evitaremos buscarlas en el supermercado fuera de su estación, algo sumamente antiecológico. También seremos conscientes de la importancia y el valor del agua para mantener un suministro de alimentos.

Adicionalmente, conoceremos los animales y otras plantas que se relacionan con cada hortaliza y cómo, además de alimentarse de ellas, conforman un pequeño ecosistema que merece ser conservado en equilibro, algo que no sucede cuando se aplican pesticidas y herbicidas. 

8. Nos hace más metódicos

Un huerto urbano tiene no pocos requerimientos que debemos atender: el abono de la tierra, la siembra en la época adecuada, el control de plagas y malas hierbas, la dosificación de las semillas, la estratificación por germinaciones en los semilleros, el momento adecuado de trasplante y el de recogida, etc. Todas estas tareas nos ayudarán a adquirir un método que nos puede venir bien para otros aspectos de nuestra vida.

9. Fomentamos el consumo de semillas ecológicas

El control que nos da el huerto urbano sobre la cosecha permite escoger con qué tipo de semillas queremos trabajar. Podemos comprarlas en centros de horticultura o podemos extraerlas de hortalizas que hayamos recolectado nosotros mismos o adquirido de tiendas especializadas en productos de proximidad y ecológicos. Así, en cada cosecha podemos quedarnos con una porción de las semillas, aprender qué tratamientos precisan y usarlas en la siguiente estación, si deseamos evitar las semillas transgénicas.

10. Nos permite reciclar nuestros desperdicios alimentarios

El mantenimiento de un huerto urbano exige abonos cada cierto tiempo para devolver a la tierra su riqueza orgánica y mineral. Podemos utilizar parte de los desperdicios alimentarios domésticos, aquellos que sean materia orgánica, para alimentar un tanque de compostaje donde los mezclemos con tierra que vayamos revolviendo y oxigenando para permitir su degradación. 

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