Desde que entre mayo y junio la cadena HBO estrenó la miniserie Chernobyl, el interés por el accidente nuclear ocurrido hace 33 años -el más grave en su especie de todos los tiempos- se ha multiplicado. Y, con ello, la llegada de visitantes al lugar de los hechos. Sin embargo, el boom de este “turismo radiactivo” no es nuevo. Según el gobierno ucraniano, entre 2015 y 2018 el flujo de visitantes había aumentado de 8.000 a 70.000. Y en las semanas posteriores a la emisión de la serie se estimaba que, durante el verano, la cifra aumentaría en otro 40 %.
Lo que fue la zona de exclusión, tras el accidente de 1986 en la por entonces todavía existente Unión Soviética, se puede visitar desde 2010, año en que las autoridades de Ucrania dispusieron que se abrieran sus puertas. Las visitas organizadas parten por lo general de Kiev, duran un día y cuestan entre 100 y 150 euros. Pero ¿cómo son de seguras? ¿Qué riesgos representan?
Radiación y medidas de seguridad
La radiación es una especie de veneno imperceptible: no se ve, no se huele, no se puede tocar. Sus efectos sobre la salud son muy dañinos, a corto y largo plazo, en función de la intensidad de la radiación a la que una persona se someta y el tiempo durante el cual lo haga. Si se habilitó la posibilidad de visitar la zona de la antigua central nuclear es porque se supone que los niveles actuales de radiación son lo suficientemente tolerables como para que los seres humanos pasen unas horas allí. De hecho, aunque durante años se creyó que la zona se convertiría en un desierto, la naturaleza se ha abierto paso.
Pero es fundamental, por supuesto, cumplir con todas las medidas de seguridad indicadas por las autoridades. Hay sectores donde se puede permanecer por poco tiempo -no más de 10 minutos- ya que los niveles de radiación son muy elevados. Para la visita, a cada persona se le otorga un dosímetro, un instrumento que permite medir a cada momento el nivel de radiación al que se está exponiendo.
Por lo demás, se sugiere no tocar nada, ya que las partículas radiactivas se acumulan sobre la superficie de las cosas. Esta recomendación de no tocar nada incluye a los animales y las plantas que -pese a la contaminación reinante en el lugar- han logrado proseguir con la vida allí. Se recomienda incluso deshacerse de la ropa con la que se ha hecho la visita, por si esta ha rozado sin querer algún elemento con alta radiactividad.
Los efectos de la radiactividad
El caso es que la radiactividad puede tener efectos muy distintos. Según Manuel Tarrasón, radiólogo del centro de diagnóstico por imágenes Imagine, con sede en Barcelona, esos efectos pueden ser de dos clases: estocásticos, que son aquellos cuya probabilidad aumenta a medida que también aumenta (en tiempo e intensidad) la exposición a la radiación, pero cuya gravedad no se ve condicionada por la intensidad de la radiación (por ejemplo un cáncer), y no estocásticos, que tienen lugar a partir de un cierto umbral de radiación, y por debajo del cual no suceden, de ahí el nombre también de “deterministas”. Su gravedad de todos modos sí dependende del nivel de radiación (por ejemplo las quemaduras).
Existe lo que se llama síndrome agudo por radiación o síndrome de irradiación aguda, cuyos síntomas comienzan por diarrea, náuseas, vómitos, sangrados, pérdida de cabello, problemas cutáneos y anorexia, y derivan en una fase grave que puede terminar en la muerte. Es lo que sucedió, por ejemplo, con los bomberos que, en un primer momento, intentaron apagar el incendio tras la explosión del reactor en Chernóbil. Este fue un efecto no estocástico, porque esos hombres estuvieron sometidos a unos niveles de radiactividad altísimos.
En la actualidad, cuando se piensa en visitar la zona, el más mencionado y temido de los riesgos es el cáncer, que como se ha dicho es un efecto estocástico. Pero es un riesgo muy difícil de cuantificar. Lo que está comprobado es que el accidente dejó un saldo de unos 4.000 casos de cáncer de tiroides en personas que eran niños en el momento del accidente y consumieron leche con altas dosis de radiación.
Si se excluyen esos casos de cáncer de tiroides, “no se ha comprobado con claridad el incremento de la incidencia de los casos de cáncer debido a la radiación en las poblaciones más afectadas”. Así lo indica el informe titulado El legado de Chernóbil: impactos sanitarios, medioambientales y socioeconómicos, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y otros organismos y publicado en 2005.
Riesgo bajo de contraer cáncer a causa de Chernóbil
De acuerdo con el mismo documento, entre las 600.000 personas que recibieron las dosis más altas de radiación, debido a que trabajaron en la zona del accidente o vivían en las cercanías, “el posible aumento de la mortalidad por cáncer debido a esta exposición a la radiación puede ser de un pequeño porcentaje”. Y del total de cinco millones de personas que vivían en toda el área contaminada, “las dosis son mucho más bajas y cualquier aumento proyectado es más especulativo”: el incremento en la mortalidad por cáncer en ese grupo sería menor al 1 %.
El informe destaca que la falta de datos fehacientes que indiquen un aumento en los casos de cáncer no es prueba contundente de que ese incremento no se haya producido. Más allá de eso, sí parece claro que una visita breve, dosímetro en mano y cumpliendo con todas las medidas de seguridad, no genera riesgos graves de contraer cáncer ni otras enfermedades.
En cualquier caso, la pregunta que podría plantearse es si realmente merece la pena visitar Chernóbil o si se trata de puro morbo, un interés por hacerse un selfie junto a la famosa noria de Prípiat que luego triunfe en las redes sociales. El fotógrafo y cineasta polaco Arkadiusz Podniesinski, autor del fotolibro HALF-LIFE: de Chernóbil a Fukushima, cree que sí tiene sentido. Como consigna un reportaje de eldiario.es, afirma que “al igual que las personas visitan Auschwitz para ver los efectos del exterminio nazi, también deberían visitar Chernóbil para comprobar las consecuencias de descuidar la energía nuclear”.
Podniesinski, quien ha visitado en varias ocasiones Chernóbil y también Fukushima (la segunda tragedia más grande en la historia de la energía nuclear), también asegura que basta con seguir las normas de seguridad para que el riesgo sea bajo. Aunque hay algo que tiene claro: “Si alguna vez tengo cáncer, todos dirán que se debe a Chernóbil”.
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